Zalacaín El Aventurero | Page 7

Pío Baroja
mediados del mes se le acababa el montón de pesetas y entonces
daba maíz o habichuelas siempre refunfuñando é insultando.
Tellagorri decía:--Esos son curas, no como los de aquí, que no quieren más que vivir bien
y buenas profinas.
Toda la torpeza de Tellagorri hablando castellano se trocaba en facilidad, en rapidez y en
gracia cuando peroraba en vascuence. Sin embargo, él prefería hablar en castellano
porque le parecía más elegante.
Cualquier cosa llegaba a ser graciosa en boca de aquel viejo truhán; cuando pasaba por
delante de la taberna alguna chica bonita, Tellagorri lanzaba un ronquido tan socarrón
que todo el mundo reía.
Otro, haciendo lo mismo, hubiese parecido ordinario y grosero; él, no; Tellagorri tenía
una elegancia y una delicadeza innata que le alejaban de la grosería.
Era también hombre de refranes, y cuando estaba borracho cantaba muy mal, sin
afinación alguna, pero dando a las palabras mucha malicia.
Las dos canciones favoritas suyas eran dos híbridas de vascuence y castellano; traducidas
literalmente no querían decir gran cosa, pero en sus labios significaban todo. Una,
probablemente de su invención, era así:
Ba dala sargentua Ba dala quefia. Erreguiñen bizcarretic Artzen ditu cafia.
(Ya sea sargento, ya sea jefe, a costa de la reina, toma su café).
Esto, en boca de Tellagori, quiería decir que todo el mundo era un pillo.
La otra canción la tenía el viejo para los momentos solemnes, y era así:
Manuelacho, escasayozu Barcasiyua Andresí.
(Manolita, pídele perdón a Andrés).
Y hacía, al decir esto Tellagorri, una reverencia cómica, y continuaa con voz gangosa:
Beti orrela ibilli gabe majo sharraren iguesí.
(Sin andar siempre, de esa manera, huyendo de un viejecito tan majo).
Y después, como una consecuencia grave de lo que había dicho antes, añadía:
Napoleonen pauso gaiztoac ondó dituzu icasi.
(Los malos pasos de Napoleón, bien los has aprendido).
No era fácil comprender qué malos pasos de Napoleón habría aprendido Manolita.
Probablemente Manolita no tendría ni la más remota idea de la existencia del héroe de
Austerlitz, pero esto no era obstáculo para que la canción en boca de Tellagorri tuviese
muchísima gracia.
Para los momentos en que Tellagorri estaba un tanto excitado o borracho, tenía otra
canción bilingüe, en que se celebraba el abrazo de Vergara y que concluía así:
¡Viva Espartero! ¡Viva erreguiña! ¡Ojalá de repente ilcobalizaque Bere ama ciquiña!
(¡Viva Espartero! ¡Viva la reina! Ojalá de repente se muriese su sucia madre!).
Este adjetivo, dirigido a la madre de Isabel II, indicaba cómo había llegado el odio por
María Cristina hasta los más alejados rincones de España.

CAPÍTULO IV
QUE SE REFIERE A LA NOBLE CASA DE OHANDO
A la entrada del pueblo nuevo, en la carretera, y por lo tanto, fuera de las murallas, estaba

la casa más antigua y linajuda de Urbia: la casa de Ohando.
Los Ohandos constituyeron durante mucho tiempo la única aristocracia de la villa; fueron
en tiempo remoto grandes hacendados y fundadores de capellanías, luego algunos reveses
de fortuna y la guerra civil, amenguaron sus rentas y la llegada de otras familias ricas les
quitó la preponderancia absoluta que habían tenido.
La casa Ohando estaba en la carretera, lo bastante retirada de ella para dejar sitio a un
hermoso jardín, en el cual, como haciendo guardia, se levantaban seis magníficos tilos.
Entre los grandes troncos de estos árboles crecían viejos rosales que formaban guirnaldas
en la primavera cuajadas de flores.
Otro rosal trepador, de retorcidas ramas y rosas de color de té, subía por la fachada
extendiéndose como una parra y daba al viejo casarón un tono delicado y aéreo. Tenía
además este jardín, en el lado que se unía con la huerta, un bosquecillo de lilas y saúcos.
En los meses de Abril y Mayo, estos arbustos florecían y mezclaban sus tirsos
perfumados, sus corolas blancas y sus racimillos azules.
En la casa solar, sobre el gran balcón del centro, campeaba el escudo de los fundadores
tallado en arenisca roja; se veían esculpidos en él dos lobos rampantes con unas manos
cortadas en la boca y un roble en el fondo. En el lenguaje heráldico, el lobo indica
encarnizamiento con los enemigos; el roble, venerable antigüedad.
A juzgar por el blasón de los Ohandos, estos eran de una familia antigua, feroz con los
enemigos. Si había que dar crédito a algunas viejas historias, el escudo decía únicamente
la verdad.
La parte de atrás de la casa de los hidalgos daba a una hondonada; tenía una gran galería
de cristales y estaba hecha de ladrillo con entramado negro; enfrente se erguía un monte
de dos mil pies, según el mapa de la provincia, con algunos caseríos en la parte baja, y en
la alta, desnudo de vegetación, y sólo cubierto a trechos por encinas y carrascas.
Por un lado, el jardín se continuaba con
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