Viajes por Filipinas: De Manila á Albay | Page 6

Juan Álvarez Guerra
buscar una tranquila y cómoda digestión en
unas horas de siesta. En la ligera conversación que tuvimos durante el
café, supe que aquel reverendo padre hacia la friolera de cuarenta y
siete años que arribó á estas playas. Mientras saboreó el café habló
largamente con su criado, quien en su larga práctica de quince años que
estaba á su servicio, debía conocerle perfectamente sus gustos y

necesidades. Siento no poder trasladar ni una sílaba de lo que se dijeron,
pues lo hicieron en bicol, única forma de entenderse, pues el criado no
conocía ni una sola palabra de las que forman la rica y armoniosa
lengua castellana.
Sentados en cómodos sillones de bejuco y aspirando, sino el aroma, por
lo menos el humo de un segundo habano, quedamos sobre cubierta,
Luís, el capitán y mi persona. Se habló del viaje, de las costas que
íbamos perdiendo en los horizontes y de varios episodios de abordo,
quedando, por último, en silencio, aletargados de esa dulce
somnolencia á que predispone un buen almuerzo, una temperatura
agradable y una retorcida hoja de Cagayan.
Las horas de la tarde fueron anunciándose una á una en los golpes del
bronce, dados por el vigilante guarda de proa.
A las cinco se sirvió la comida.
Las mestizas no se presentaron.
La mar se había rizado á las caricias de un fresco Noroeste.
Los balances cada vez más sensibles avivaron la comida, que fué
servida en la cámara.
Cuando subimos sobre cubierta se desvanecía en los horizontes del
Poniente la luminosa transparencia del día, yendo poco á poco
borrándose los contornos de los monstruosos grupos que dibujan en las
nubes los últimos destellos del sol.
A la tenue y melancólica luz del crepúsculo divisamos á la banda de
babor una cenicienta faja. Eran las costas de Tayabas. Sobre aquellos
picachos de eterna verdura fijaba mi vista con la misma insistencia con
que lo hace el que trata de reconocer á larga distancia las facciones de
un sér querido.
La campana de proa anunció la oración.

La marinería cesó en sus faenas, reinó el silencio y la plegaria alzó su
vuelo á otros mundos. La mía fué un recuerdo para los seres queridos
que habitan aquella lejana tierra que iba perdiéndose entre los
crespones de la noche. El nombre de Tayabas arrancará siempre una
vibración á nuestra alma.
Concluída la oración nos dimos las buenas noches, siguiendo las
legendarias costumbres de nuestros abuelos, cubrimos nuestras cabezas
y tomamos asiento al abrigo de la camareta del timón.
En una de las discusiones que se suscitaron, Luís, siguiendo su eterna
manía, trató de convencer al Padre de que el guingón que se fabricaba
en Francia aventajaba en mucho al que producen los telares de
Barcelona; el buen Padre que no conocía Francia, ni su guingón, que
era español rancio y por ende castellano viejo, que se levantaba
invariablemente á las cinco, comía la prosaica olla con mucho azafrán,
sobra de jamón y falta de huesos, á las doce, que la monumental jícara
de espeso chocolate le era tan necesaria al cuerpo á las cinco, como
necesarios para la guarda de su regla los maitines á las doce, oía sin
pestañear á mi buen amigo Luís, sonriendo maliciosamente. En el curso
de la conversación, Luís mezclaba no pocas palabras francesas. El
Padre tenía constantemente detrás de su sillón á su criado, quien
encendía más de una caja de fósforos para cada tabaco que fumaba su
amo. Siempre que este dirigía la palabra á aquel lo hacía en bicol, de
modo que como el abuso del francés en Luís era muy frecuente y los
fósforos en el doméstico no lo eran menos, puede asegurarse que la
lengua española estaba en minoría. En un momento en que Luís se
separó de nosotros, no pudo por menos de decirme el Padre:--Pero, diga
V., ¿por qué no quita á su amigo ese vicio de hablar en otra lengua que
la nuestra?--En aquel momento cortó la interrogación la centésima vez
que se le apagaba el tabaco, volvió la cabeza y en perfecto bicol
sostuvo una conversación con su criado, conversación que sin duda
debió versar sobre lo incombustible de la hoja, ó lo combustible del
fósforo, pues tan pronto señalaba la escueta caja como estrujaba la
mascada colilla que para llegar á tal estado había pasado por la llama de
cien palitos.--Con que decía V. Padre, cuando se le apagó el cigarro,
por qué no procuraba quitar á Luís el resabio de hablar francés con

españoles, pues es muy sencillo--le dije muy bajito--porque todos
tenemos nuestra correspondiente viga en el ojo, viendo la paja en el
ajeno; la viga de Luís es el francés, la viga de V. es el bicol. Quince
años dice que le sirve ese criado, pues bien, en ese tiempo él debía
hablar español y
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