Viajes por Filipinas: De Manila á Albay | Page 4

Juan Álvarez Guerra
entre personas de tono, lo primero es la presentación, voy á
ir presentando á mis bellas lectoras, y digo lectoras porque ellas son
siempre más curiosas que ellos, los bocetos de mis compañeros á bordo.
Seis blancas servilletas oprimidas en otros tantos aros de marfil, se ven
sobre la mesa. Tres son las desconocidas ó desconocidos que me toca
bosquejar, pues en cuanto al capitán y á mi amigo, ya los han visto
ustedes, siquiera haya sido á la ligera. En el boceto del capitán poco
tengo que añadir. ¿Quién de mis lectoras no conoce á un andaluz joven,
buen mozo, bullanguero y galante? De seguro todas. Por lo tanto, al
capitán ya lo conocemos. En cuanto á mi amigo, completaremos el
cuadro con cuatro brochazos. Se llama Luís, tiene 26 años, es rubio,
alto, delgado, viste á la francesa, come á la francesa, piensa á la
francesa, y no es francés porque su madre tuvo la debilidad de aligerar

su carga en cierto lugarejo del prosáico garbanzo y de la judía, que Luís
jamás nombra porque cree es poco francés.
Luís se llama literato; pero conoce más á Balzac que á Cervantes,
tararea música, pero á buen seguro que no podrá recordar un aire de
Barbieri más siempre una cancionette de Ofembach. La revolución
francesa, las jornadas del imperio y las encrucijadas de la Commune las
recorre sin tropezar; en cambio da sendos traspiés al entrar en el
campamento de Santa Fe ó al pasear los campos de Almansa y de
Bailén. A nuestras góticas catedrales y á nuestros moriscos palacios les
encuentra el defecto de que al pié de sus muros se alce la albahaca
silvestre y el agreste tomillo, circunstancias poco en consonancia con
los monumentos franceses.
Luís, no tocándole la cuerda del chic, el esprit y el confort, es un
perfecto hombre en su juicio; pero en cuanto se traspasa el tabique de
los Pirineos, enristra la lanza de Don Quijote y demuestra que en todos
los siglos nacen andantes caballeros. Luís tiene todas las condiciones
para ser feliz, y sin embargo, no lo es. Continuamente le atormenta la
idea de que no le planchan los cuellos á la francesa, y la de que no
toquen los barcos de las mensajerías en Manila. La probabilidad de
tenerse que ir en un barco español y el ponerse un cuello planchado con
morisqueta le hacen completamente desgraciado.
En el tiempo que he invertido en dar los anteriores brochazos, han
ocupado sus respectivos sitios dos mestizas, una vestida de saya y otra
á la europea, y al lado de aquellas un anciano y reverendo padre
franciscano.
El almuerzo era servido sobre cubierta, gracias á la amabilidad del
capitán. Un doble toldo nos preservaba del sol, mas no de las brisas
marinas que acariciaban los festones de la lona y de la potente luz de
los trópicos que descomponía sus rayos en las talladas copas.
Las dos mestizas comían y callaban, el capitán servía, el fraile se
reservaba, Luís mascullaba el prosáico español cocido, y un servidor de
ustedes espiaba la ocasión para tomar un buen punto de luz que llenase
por completo á mis modelos. Sobre la paleta tenía combinadas dos

tintas desde que principié á analizar á las dos mestizas que comían
frente á mí. Es imposible contemplar en criatura humana unos ojos más
negros y aterciopelados, cual los que tenía delante, un pelo más en
armonía con los ojos, y unos dientes más en contraposición con el color
del pelo. Las dos mestizas indudablemente eran hermanas y no diré
gemelas, pues á simple vista se notaba entre ambas una desproporción
de edades, que si no llegaba á la suposición de que fuesen madre é hija,
en cambio completaba la de que eran hermanas. En sus fisonomías
había rasgos salientes y notablemente acentuados, que denunciaban la
unión de la raza europea con la raza india. La mestiza que lleva en sus
venas una sola gota de sangre china, jamás puede confundirse ni con la
cuarterona ni con la mestiza de india y europeo. Es imposible encontrar
en las razas humanas una fuerza de atracción como la que se nota en la
china y japonesa. Que haya unión de chino y europea ó viceversa, y de
seguro los hijos son chinos; que la haya de india con chino y la prole es
china y siempre china, no dándose ni aun el caso del salto atrás, pues
tan chino es el biznieto de chino como el tataranieto, por más que este
nazca en Europa y no se conozca en la familia el más leve recuerdo del
Celeste Imperio. Los ojos chinos no los corrige ni las conjunciones de
sangre, ni el bisturí del operador, ni los cosméticos del tocador. La hija
de mestiza europea y de padre europeo, ó sea la cuarterona,
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