no les cabe
en el cuerpo la impaciencia. A fe de Alonso, que parecía usted la
novia... digo, no; porque la novia, maldito el apuro que....
--¡Ay padre! ¿Si tendría usted razón? usted quería diferir la boda....
--No, poco a poco; cepitos quedos, amigo: yo quería no hacerla. Soy
muy claro.
El señor Joaquín se puso más tétrico aún.
--¡Por vida de la Constitución! ¡Qué aprieto y qué compromiso es para
un padre!...
--Tener hijas--concluyó el jesuita con su vaga sonrisa, adelantando el
belfo labio, en mueca de benévolo desdén. Y añadió--: El peor aprieto
es ser más terco que una mula, con perdón sea dicho, y creer que el
pobre Padre Urtazu sólo entiende de sus piedras y de sus astros y de su
microscopio, y es un bolonio, un simplón, para aconsejar en la vida....
--No me aflija usted más, Padre. Harto tendré con no ver a Lucía en qué
sé yo qué tiempo. Sólo me faltaba que también salga mal la cosa, y que
pase ella penas....
--Bueno, bueno. Déjese de eso ya: a lo hecho, pecho. Esto de
matrimonios, sólo lo ata y lo desata el de arriba. ¿Y quién sabe si saldrá
muy bien, a pesar de todos mis agüeros y mis necedades? Porque
¿quién soy yo sino un cegato, un miope? ¡Bah! Esto es como lo que
pasa con el microscopio. Mira usted una gota de agua a simple vista ¡y
parece tan clara!, vamos, que dan ganas de bebérsela. Pero aplique
usted aquellos lentecicos y... ¡zas, zis!, ya se encuentra usted con los
bicharracos y las bacterias que bailan dentro un rigodón.... Pues el que
anda por allá, encimita de las nubes, también ve cosas que a los bobos
de por acá nos parecen tan sencillas... y para él tienen su quid.... ¡Bah,
bah!, él se encargará de arreglarnos las cosas... nosotros, ni que nos
empeñemos.
--Lleva usted razón.... Dios sobre todo--aprobó el señor Joaquín,
arrancando doliente suspiro de la vasta cavidad de su pecho. Esta noche,
con el mal rato, la condenada asma va a darme qué hacer.... Encuentro
ya la respiración muy corta. Dormiré, si duermo, casi incorporado.
--Llame, llame a ese mala cabeza de Rada... tiene mucho
acierto--murmuró el jesuita considerando compadecido, a la luz oblicua
del sol de otoño, la inyectada tez y los ojos edematosos del viejo.
Mientras el acompañamiento desfilaba, con lentitud de duelo, por las
calles mal empedradas de León, el tren corría, corría, dejando atrás las
interminables alamedas de chopos que parecen un pentagrama donde
fuesen las notas verde claro, sobre el crudo tono rojizo de las llanadas.
Hecha Lucía un ovillo en la esquina del departamento, sollozaba sin
amargura, con algún hipo, con vehemente llanto de niña inconsolable.
Bien comprendía el novio que le tocaba decir algo, mostrarse afectuoso,
compartir aquel primer dolor, ponerle término; mas hay en la vida
situaciones especiales, casos en que no tropieza ni se embaraza la gente
sencilla, y en que acaso el hombre de mundo y experiencia se convierte
en doctrino. Preferible es en ocasiones un adarme de corazón a una
arroba de habilidad; donde fracasan las huecas fórmulas, vence el
sentimiento, con su espontánea elocuencia. A fuerza de quebrarse los
cascos ideando manera de anudar el diálogo con su esposa, ocurriole al
novio aprovechar una circunstancia insignificante.
--Lucía--le dijo en voz algo turbada--múdate de ventanilla, hija mía,
córrete acá; ahí te da el sol de lleno, y es tan malsano....
Levantose Lucía con automática rigidez, pasó al lado opuesto del
departamento, y dejándose caer de golpe, tornó a cubrir el semblante
con el fino pañuelo, y se oyeron otra vez sus sollozos y el anhelar de su
seno juvenil.
Levemente frunció el ceño el novio, que no en vano había corrido
cuarenta y pico de años de la vida cercado de gentes de festivo humor y
fácil trato y huyendo de las escenas de lagrimitas y de lástimas y
disgustos que alteraban por extraño modo el equilibrio de sus nervios,
desagradándole como desagrada a las gentes de mediano nivel
intelectual el sublime horror de la tragedia. Al gesto con que manifestó
su impaciencia, siguió un alzar de hombros que claramente quería decir:
«Caiga el chubasco, que el aguase agota también, y tras de la lluvia
viene el buen tiempo». Resuelto, pues, a aguardar que descargase la
nube, dio comienzo a minucioso examen de sus enseres de camino,
enterándose de si abrochaban bien las hebillas del correaje de la manta,
y de si su bastón y paraguas iban en debida y conveniente forma liados
con el quitasol de Lucía. Cerciorose asimismo de que una cartera de
cuero de Rusia y plateados remates que pendiente de una correa llevaba
terciada al costado, abría y cerraba fácilmente con la llavecica de acero,
que volvió a guardar en el bolsillo del chaleco, con
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