era cosa que él se echaba á la espalda.
Yo me hice francés en aquel momento y no dejé de mano mi negocio.
--Por siete francos me ajusté, le dije; los he pagado, nada debo.
--En mi hotel hay costumbre de pagar aparte el servicio de la
habitacion.
--Usted es muy dueño de establecer en su hotel todas las costumbres
que le parezcan convenientes, pero no de establecer costumbres con la
condicion de que yo las he de pagar, cuando las ignoro.
--Todos las pagan, caballero, y nadie murmura.
--Pues contra lo que hacen todos, digo á usted, que ni usted ni nadie
puede perjudicarme por una ignorancia de que no tengo culpa.
--Yo no tenia necesidad de advertir á usted acerca de nada ...
--Ni yo de pagar.
Diciendo esto, salí del gabinete de recepcion, donde nos encontrábamos,
y subí á mi Cuarto, dispuesto á dejar el hotel en el momento mismo.
Apenas habiamos empezado á poner en órden nuestro equipaje, cuando
llamaron á la puerta. Era la señora. ¡Triste de mí!
--Siento-mucho, me dijo, que usted se haya incomodado ...
--Perdone usted, señora: yo no me incomodo por mí: hacen que me
incomode.
--¿No pensaba usted dar nada al criado?
--Le he dado más de seis duros, durante nuestra estancia en este hotel.
--¿Pero no pensaba usted gratificarle cuando se marchara?
--Sí, señora; pensaba darle cinco ó diez francos; tal vez cincuenta,
acaso ciento, si hubiera creido que los merecia; pero no pensaba tener
obligacion de dar 67, cuando nada se me ha advertido, cuando nada sé,
cuando por el contrario tengo necesidad de saber lo que he de pagar,
porque mi bolsillo no es infinito....
--Pues bien; hágalo usted por mí, dé usted al criado la mitad de lo que
ha pedido.... ¿Qué menos ha de dar usted que medio franco por arreglar
la habitacion?
En fin, entró la parte mágica, y la funcion me costó seis napoleones
cumplidos.
¿Con qué objeto exponerse á escalar puertas ó balcones, cuando hay el
arte necesario para hacerlo mágicamente?
En el bulevar de la Buena Nueva me compré una levita de verano por
35 francos. El amo del establecimiento quitó la enseña donde estaba
escrito el precio, y nos dió la levita perfectamente envuelta en un gran
papel. Yo le di dos piezas de 20 francos, y esperaba que me diera la
vuelta; pero el amo no pensaba en tal cosa.
Tuve que preguntarle cuál era el precio de la levita para arrancarle los 5
francos que sobraban. Tal vez aquel hombre obraba distraidamente;
esto podia suceder; no quiero hacerle reo sin tener entera conviccion;
pero los varios lances análogos que me han sucedido, me dan el
derecho de consignar aquí este escrúpulo, para que valga lo que la
sensatez del lector juzgue regular.
Muy pocas cosas puedo decir acerca de la prostitucion de esta ciudad
extraordinaria.
Los lectores saben que la prostitucion se considera aquí como una
industria, industria que tiene su matrícula, que está bajo la vigilancia
del gobierno, pagando en trueque una contribucion.
La policía da á las mujeres públicas dos _horas de reclamo_; desde las
nueve hasta las once de la noche. Es un espectáculo sumamente curioso,
aparte lo que tiene de aflictivo, el sentarse en un balcon de una de las
travesías que conducen á los grandes centros, y ver pasar y repasar á
estas mujeres, desempedrando las aceras. Andan de una manera
prodigiosa. Cualquiera diria que caminan sobre resortes ó por
influencia magnética. Son un torrente á que abren el dique, y anda en
dos horas lo que estuvo parado en las veinte y dos de cautiverio.
No se contentan con insinuarse por su manera especial de moverse, ni
con cecear á los transeuntes, sino que los llaman, los detienen, los
exhortan, como un candidato catequiza á los electores. Esto no deja de
tener su ventaja, porque la mujer pierde el prestigio que la da el recato,
aunque sea un recato hipócrita, y la prostitucion ofrece así menos
peligros.
La mujer no es temible sino en cuanto nos hace sentir, y no nos hace
sentir sino en cuanto nos ofrece una belleza recatada; la prostituta
vulgar en Paris es feísima en este sentido. ¡Cuánto más temible es la de
Italia, especialmente la de Roma!
Una noche saliamos mi mujer y yo del pasaje de los Panoramas. Mi
mujer se habia quedado algo detrás, mientras que una ramera que
estaba de acecho en la calle de Montmorency se dirigió hácia mí como
una exhalacion, _volcánicamente_, y me dijo con la mayor dulzura:
_voulez-vous venir avec moi?_ ¿Quiere usted venirse conmigo?
Mi mujer asomaba en este instante. Yo contesté á mi invasora: _parlez
avec madame s'il vous plaît_. Hable usted con mi señora, si le parece
bien.
La prostituta echó hácia atrás con la velocidad de una carretilla.
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