Un paseo por Paris, retratos al natural | Page 7

Roque Barcia
la virtud de Paris
con respecto á la opinion pública, seria una hipocresía, un fraude, un
dolo, si no fuera un comercio hábil, una industria que participa de
cierto hechizo para explotar al hechizado; ¡palaustre tambien!
La conciencia se escribe y se suma: el guarismo mayor es el más moral.
¿No hay guarismo? Pues no hay nada.
¿Y dónde no sucede lo mismo? se replica.
Yo contesto que no sucede lo mismo en la mayor parte del mundo; yo
contesto que esa disposicion del sentimiento y de los hábitos, es una
especialidad francesa, al menos una especialidad parisiense. Aquí, la
alucinacion de la fantasía se ejerce sobre todo, hasta sobre el tul de
unos manguitos, hasta sobre los pliegues que se dan á una tela
cualquiera: ¿cómo no ha de ejercerse sobre las deliberaciones y las
costumbres?
Lo que aquí se llama moralidad, se llama en otras partes astucia,
destreza, comprar y vender entendiendo el oficio.
Yo no condeno tanto el hecho, como su falsa manifestacion y su falso
alarde. Llámenlo negocio, empresa, mercado: llámenlo como quieran,
moral, no. Eso no es la moral; la cara de carton no es la cara de carne.
La moral no se escribe sino sobre el código eterno de una verdad que
no se suma, que no se palpa: una verdad lúcida, inocente, afectuosa y
bella como el recuerdo de una madre; alta, noble, expansiva y universal
como la idea de Dios.

III.
=Moralidad de Paris con relacion á las costumbres=.
En una de las tiendas contiguas al pasaje de la calle Montmartre, cerca
del Mercado Nuevo, han llevado á mi mujer diez sueldos por unas
trencillas que cuestan dos en la plaza de las Victorias, siendo estas
últimas tal vez de mejor calidad.
Notaron que era extranjera, y la llevaron cinco veces más de lo justo.

En el pasaje de los Panoramas compramos un frasco de vinagre de olor,
un pomo de aceite y algunas pastillas. Yo creí equivocadamente que el
frasco valia dos francos y medio, y pagué á razon de esta suma. Pero no
valia más que uno y medio; la señora que despachaba se apercibió sin
duda del exceso de un franco, (la mujer francesa se apercibe de todo) y
se contentó con añadir una pastilla, como si se tratara de un regalo con
que nos obsequiaba.
La pastilla valia seis sueldos, de modo, que fué moral regalando una
pastilla que me costaba dos veces más de lo que valia.
En la calle de Montmorency hay una casa particular donde se come
(_cuisine bourgeoise_); hemos asistido á la mesa redonda varios dias, y
constantemente nos han llevado mucho más que á los comensales
franceses.
El garçon del hotel de los Extranjeros me pidió un franco diario por el
arreglo de la habitacion, al cabo de dos meses de nuestra estada allí. Ni
la señora me habló de ello jamás, ni el garçon me dijo una palabra, sin
embargo de que á él pagaba la habitacion cada quince dias, y de que no
me daba una carta, ni me traia recado alguno sin que le gratificase en el
acto.
¿Qué cosa más natural que advertirme de ello cuando entré en el hotel?
¿Qué cosa más justa y más sencilla que decirme: «paga usted siete
francos por la habitacion y uno por el servicio?» ¿Y si yo no hubiera
tenido más que los siete francos, único compromiso que contraje?
Y cuando gratificaba todos los dias al criado, ¿qué cosa más natural que
haberme dicho: «advierta usted que estas gratificaciones no le
desquitan de un franco diario que ha de darme por el arreglo de la
habitacion?»
Pues nada; calló durante sesenta y siete dias, y hubiera callado más
tiempo á no haber notado que queriamos mudar de hotel. Entonces me
lo dijo con una sangre fria, con un aplomo, con una conciencia de su
buen derecho, que yo le escuchaba y no comprendia qué queria
decirme. ¡Cuitado de mi! Me mudaba por ahorrarme 50 francos
mensuales, y aquel hombre me pedia 67. ¿Qué es esto?
Yo tengo el defecto de que doy demasiada importancia al no quejarme,
al sufrir en silencio; pero esta vez no quise callar. Se trataba de 67
francos que me hacian falta, se trataba además de que era extranjero, de
que era español; casi todas las cuestiones son para nosotros en Francia

cuestiones de decoro, y me di á bajar la escalera con el fin de hacer
saber á la señora lo que ocurria.
La señora no estaba, pero estaba el _señor_, el cual me recibió de una
manera amabilísima, porque creyó tal vez que iba á pagar; pero luego
que se hubo enterado del asunto, _de l'affaire_, como dicen aquí,
frunció el entrecejo, agrió la voz, y se ladeó un poco, cual si quisiera
significarme que mi reclamacion
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