Un paseo por Paris, retratos al natural | Page 6

Roque Barcia
es un poder humano, un poder
moral; mata, no educa.
Pues ¿de dónde procede la religiosidad del pueblo francés en
atemperarse al precepto público? Sobre esto dirémos despues unas
cuantas palabras. Ahora no hacemos más que exponer hechos, y el
hecho es que aquella religiosidad exterior se manifiesta de una manera
incuestionable. Vamos ahora á ver las cosas de otro modo.

II.
=Moralidad de Paris con relacion á la opinion=.
Esta moralidad es tan escrupulosa como la que se observa con respecto
á las leyes, aunque proviene de causas distintas.
¡Cuántas manifestaciones engañosas! ¡Cuánta observacion, cuánto
deseo y cuánta buena fe se necesitan para penetrar en el interior de este
laberinto, y ver los hechos como son en sí!
¿Nos dejamos un paraguas, un pañuelo, un bolsillo, en algun café,
tienda, quizá teatro? Pues volvamos y allí estará.
¡Moralidad asombrosa! se exclama.
Poco á poco, amigos mios. No niego que esto es preferible á vernos
asaltados por una partida de beduinos ó de turcomanos, pero nosotros
nos guardarémos muy bien de llamarlo virtud. Le llamarémos habilidad;
virtud, no. ¿Por qué no? Vamos á explicarnos; pero, lector mio, con tu
vénia, hablarémos en adelante en singular.
Yo tengo una tienda, un café, un teatro, una fonda. Sin el favor de la
opinion pública, esto es, sin crédito exterior, sin probidad aparente, sin
esa probidad que sale á la calle vestida de colorea muy vivos, como los
payasos, para que la gente se pare á verlos: sin la moralidad de la
opinion en un gran centro de competencia, claro es que me arruino.
¿Pues qué hago? Agenciar dia y noche aquel favor, aquella condicion
necesaria para que yo adelante y goce; mejor dicho, procurarme sin
descanso aquella mercancía indispensable para que sea un mercader
feliz.
¿Vale más mi crédito que un paraguas, un pañuelo, un bolsillo, un
billete? Pues tome usted el billete, el bolsillo, el paraguas. ¿Vale más
mi mercancía que la de usted? Pues tome usted su mercancía.

Pero si el bolsillo contuviera bastantes monedas para asegurar de una
vez mi fortuna; si el billete fuera un talon contra el Banco de Lóndres, y
representara una cantidad que hiciera imposible la ruina; si la
mercancía de la tienda, del café ó de la fonda, valiese menos que la del
bolsillo ó el billete de usted, ¿cree usted que el hombre moral de Paris
dejaria de ajustar la cuenta por los dedos; cree usted que dejaria de
anotar en el libro de entrada la partida mayor?
No niego que habrá muchas y honrosas excepciones: no condeno la
intencion virtuosa de uno ó mil individuos. Hablo de la temperatura
general que, en mi juicio, tiene aquí la conciencia.
Esta verdad se descubre más fácilmente en los cocheros. La ley ofrece
una recompensa pecuniaria, y en otros casos una mencion honorífica, al
conductor de un carruaje público que presente en las oficinas de la
policía los objetos olvidados en su carruaje. Los objetos devueltos en
este año suman un valor de 43.000 duros.
Pero ¿qué sucede en realidad? ¿Que sentido tienen estos alardes de
pureza y de abnegacion ante la moral verdadera, ante la emocion íntima
del alma, esa emocion que siente el bien, y que tiene bastante con
sentirlo, como mi corazón ama la belleza, y tiene bastante con amarla?
¿Qué significan esos 43.000 duros devueltos á la policía de esta
ciudad?
Significan lo siguiente; y cuidado que no hablo de memoria, sino por
experiencia.
Si el objeto olvidado no valia la pena de que la policía premiase al
cochero honrado, el cochero honrado hizo noche de aquel objeto.
Si el objeto valia mucho mas que la recompensa pecuniaria ó la
mencion honorífica, el objeto no pareció tampoco.
¿Pues qué objetos son los que parecen? Parecen aquellos que no valen
menos ni más que el premio ó la mencion; no parecen más mercancías
que las que convienen al negocio.
Al volver una tarde de Passy, tomamos un coche cerca de las barreras
del arco del Triunfo; era de dos asientos, y un amigo que nos
acompañaba tuvo la bondad de subirse al pescante, mientras que mi
mujer y yo ocupábamos el interior del carruaje.
No hacia diez horas que nos habiamos comprado un sobretodo de goma,
forrado de merino, y que podia usarse tanto para las lluvias como para
servir de sobretodo.

Llegamos al hotel de Buenavista; subimos; á poco notamos que el
amigo se habia dejado el sobretodo en el pescante; el cochero no
pareció por nuestro hotel, ni el sobretodo pareció tampoco por las
oficinas de la policía. Me consta, porque estuve á saberlo, contra la
voluntad del interesado, que se hubiera creído en pecado mortal si un
sobretodo le obligara á mover un pié ó á despegar un labio.
En fin, depuradas las cosas en el crisol de la verdad,
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