encanto. ¡Qué
hechizo tan particular, qué inspiracion tan asombrosa, qué talento tan
admirable hay aquí, para hacer ver que _es algo lo que no es nada!_
Quizá no lo habrémos meditado bastante; tal vez no conocemos lo
necesario este inmenso laboratorio, esta inmensa química; acaso
serémos injustos y agresivos con esta sociedad que nos asombra, como
podria asombrarnos una fantástica aparicion; suplicamos al pueblo
francés que nos perdone; pero vamos á manifestar una idea, que hemos
concebido más de una vez, que hemos concebido muchas veces, bajo la
influencia de hechos análogos, lo cual prueba al menos que nuestra idea
no es el resultado de una excepcion. Cuando el espectador rie siempre,
ó siempre llora, algo hace el actor para producir aquella risa ó aquel
llanto. Hé aquí nuestra idea. Creemos que el dominio que Paris ejerce,
creemos que ese espíritu en alas del cual visita todo el globo; ese
reinado que tiene un trono en tantos pueblos; esa culta y privilegiada
tiranía con que está pesando sobre el mundo de hoy; creemos que esa
mañosa red que tiene extendida sobre toda la tierra, no es tanto la obra
de su ciencia, de su arte, de su industria y de su comercio, como la de
su prodigiosa habilidad en dar á las cosas una segunda cara, una cara
postiza, _la cara francesa_: es decir, una mano que cubre la cara de
carne con una máscara de carton. Creemos que la supremacía que hoy
alcanza, el universal señorío de que con más ó menos razon está tan
orgulloso, no lo debe tanto á las creaciones de su genio, como al
artificio de su palaustre. Otro crea, otro hace, otro descubre, otro saca
del caos del pensamiento la sustancia impalpable de la idea, el gérmen
divino. Esta idea arranca, esta idea camina por el mundo, Paris la llama,
la acaricia, la pule, la compone, la ajusta, la viste: es decir, coge su
mezcla maravillosa, empuña su palaustre mágico ... ¡oh portento! ¡Ved
como brilla ahora lo que poco antes era oscuro! ¡Ved qué gracioso, qué
bonito, qué jugueton es, lo que poco antes era duro, severo, grave!
Antes era una cosa; lo que el arte ó la naturaleza queria que fuese;
ahora es una _monería_; lo que Paris ha querido que sea. Dios y el
hombre tienen un taller. Paris tiene otro; el taller de Paris. El escudo de
armas de esta importantísima ciudad, debia representar un monarca que
empuña por cetro un palaustre. Volvemos á pedir uno y mil perdones
al pueblo parisiense, imploramos humildemente su indulgencia, en
justo pago de la deslumbradora hospitalidad que nos ofrece; pero
hemos dejado nuestra pobre España para decirla, no lo que soñemos,
sino lo que creamos, y eso es lo que creemos al pié de la letra.
Pues volviendo á la cuestion moral, hemos descubierto que el
_palaustre francés_ anda tambien alisando la cara de las costumbres, y
que más allá de esa cara lisa y graciosa, abajo, en lo hondo de la fábrica,
hay ciertas escorias que el palaustre no puede quitar, porque el
palaustre no quita nada, lo compone todo. Y nosotros, rudos y aviesos
españoles, no queremos esas composturas francesas. Aunque la cara no
esté tan bonita, preferimos que el interior no esté tan podrido, y dando
las gracias encima, regalamos á nuestros vecinos la escoria que está
dentro y la cara graciosa que está fuera.
Excusamos advertir que no nos duele que seamos llevados por un
espíritu extranjero, sino que seamos llevados sin razon. Cuando la
razon media, cuando la religion universal de lo bueno y de lo justo nos
hace hermanos, no vemos extranjeros, sino hombres. La idea del
hombre nos hace grandes, generosos, magnánimos, inmensos, por
decirlo así, y no debemos pagar á aquella noble idea siendo egoistas.
¡No! No marcamos fronteras á los hechos universales, como lo son
todos los que se refieren al bien humano. No ponemos límites á ese
bien, como no damos patria al ambiente, á la tierra, al calórico, á los
celajes. Un patriotismo exagerado, es al mismo tiempo una ridiculez,
una supersticion y una imbecilidad. Nos pondrémos de parte de España
en este caso, porque cuando un hecho particular quiere absorber á otro
hecho particular, no podemos menos de declararnos á favor de aquel
que recibe la agresion injusta, especialmente cuando este hecho corre
unido al amor y a la veneracion que nos merecen las cenizas de
nuestros padres, Antes que cuestion de país, es cuestion de verdad. Es
cuestion de patria tambien; seriamos hipócritas si lo negásemos; pero
este respeto viene despues, como un hombre está despues de la
humanidad, como la narracion de un solo hecho está despues de toda la
historia.
Tal es el pensamiento con que vamos á tratar esta delicada materia, y
declarado así, quedamos tranquilos y con el
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