Un faccioso más y algunos frailes menos | Page 5

Benito Pérez Galdós

--He pensado que por negligente y confiado perdí la partida.
--¿Y qué hay en usted ahora?
--Resignación.
--De modo que si yo no existiera....
--No deben fundarse cálculos sobre la muerte. En el mundo no es fácil
asegurar quien ayuda o quien estorba. Es posible que sea yo el que está
demás.
--¡Oh! Dios mío.... Pero usted no puede apreciar, como yo, sus infinitas
cualidades, que la igualan a los ángeles--dijo D. Benigno con cierto
desdén.
--Quizás las aprecie mejor; quizás yo esté en situación de ver en ella
méritos de abnegación que usted no puede ver.
D. Benigno meditó breve rato. Había caído en un mar de cavilaciones
que sin duda no tenía fondo.
--¡Ah!--exclamó dando un gran suspiro con el cual pudo salir de
aquellas honduras tenebrosas--, usted me confunde más, pero mucho
más.
Diciendo esto clavó los ojos en Salvador examinándole prolija y
atentamente de pies a cabeza. Después dio otro gran suspiro y bajando
los ojos murmuró para sí:
--También él se va poniendo viejo.
--¿No se necesitan más explicaciones?--preguntó Monsalud.
--No--replicó Cordero brusca y desabridamente.
--Pues yo voy a dar una que creo necesaria. No soy perverso; reconozco

en usted a uno de los hombres mejores que existen en el mundo. Seré
un miserable si sale de mí, por irresistible efecto de las pasiones, la más
ligera oposición a la felicidad de usted.... Es evidente, evidentísimo que
yo soy el que está demás. Declaro que mi deber es no volver a pisar la
casa del que posee lo que yo quise para mí.
--¡Barástolis!... Usted la ofende, señor mío.
--No la ofendo. Mi resolución no indica desconfianza de ninguno de los
dos, sino respeto a entrambos, y además el deseo de ponerme a salvo de
la envidia, porque yo tengo más de hombre que de santo, y la
contemplación del bien perdido no me hará bailar de gozo.
Dijo esto en tono entro serio y festivo, y se retiró. Después de esta
breve conferencia no se disiparon las confesiones ni se calmaron las
ansias del insigne Cordero, antes bien, se dio a cavilar más en el
silencio de la noche, buscando entre sus recuerdos alguna sentencia del
ginebrino que iluminase un poco sus tenebrosos pensamientos; pero
Juan Jacobo no decía nada, y hasta de su querido filósofo y consejero
se vio desamparado en tan tristes horas el hombre más bondadoso que
por aquellos tiempos existía en el mundo.

-II-
Muy avanzado estaba el invierno cuando Cordero y su amigo,
despidiéndose con no poca alegría del Real Sitio, emprendieron su
penoso viaje a la Corte por entre nieves y hielos. Separáronse del modo
más cordial en la posada del Dragón, y D. Benigno, desmejorado y cojo,
se fue a su casa con toda la rapidez que lo permitía su detestable
andadura, mientras Salvador buscaba donde alojarse. Pocos días
después hallábase instalado en habitación propia que alquiló en la calle
del Duque de Alba, no lejos de D. Felicísimo Carnicero, de felicísima
recordación. En Madrid no encontró novedad alguna, pues no merece
tal nombre el furor con que todo el mundo fraguaba levantamiento s y
sediciones. Conspiraban las infantas brasileñas con sin igual descaro;
conspiraban los voluntarios realistas, ayudados por la turbamulta de

frailes y clérigos mal avenidos con la idea de perder su omnipotencia;
conspiraban las monjas y los sacristanes, muchos militares que se
habían hecho familiares de los obispos, y para que no faltase su lado
cómico a esta comparsa nacional, también se agitaban en pro de D.
Carlos muchos señores que habían sido rabiosos democratistas y
jacobinos en los tres llamados años de la titulada segunda época
constitucional. Antes habían gritado por el sistema y ahora suspiraban
por los derechos de la soberanía en su inmemorial plenitud.
Oyó también Salvador los despropósitos del vulgo, a quien se había
hecho creer que el Rey no vivía y que aquel buen señor que salía en
coche a paseo era el cadáver embalsamado de Fernando VII. Por un
sencillo mecanismo, la napolitana, que a su lado iba, le hacía mover las
manos y la cabeza para saludar. ¡Y con un Rey relleno de paja se estaba
engañando a esta heroica Nación!
Vio un cambio de ministros fundado en que los del 16 de Octubre
parecieron un poco dañados de liberalismo, pues la Corte deseaba un
gobierno absolutamente agridulce que contentase a todos y conciliara el
día con la noche, cosa en verdad más difícil que asar la manteca.
También pudo ver la anulación del célebre codicilo, acto solemne de
que se burlaron los carlistas, y oyó contar la fuga de Calomarde vestido
de fraile, y los desmanes del obispo de León, el cual, ensoberbecido
como un cacique indio y no pudiendo sublevar el reino, puso en armas
su diócesis, dando la comandancia de voluntarios realistas a la Purísima
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 103
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.