Un faccioso más y algunos frailes menos | Page 4

Benito Pérez Galdós
sosegada compañía
de una esposa honesta y casera, el besuqueo de los nenes, el trabajo y
cien mil alegrías que cruzándose con algunas penillas van tejiendo
nuestra vida.
--Bueno es el cuadro, bueno--dijo el otro, ocultando medianamente su
disgusto--. Cuando sea realidad avise usted.... Me consolaré de mi
tristeza viendo la alegría de los que con sus buenas acciones han
merecido vivir en paz. Solamente los perversos padecen contemplando
el bien ageno. Yo, que no soy malo, pido un puesto, siquiera sea el
último, en ese festín de regocijos y felicidades.... Pero me ocurre
preguntar: «¿Cerrará usted la puerta a los amigos después de su
casamiento?».

D. Benigno no contestó nada, porque la afirmativa le pareció ridícula y
la negación aventurada, bastante contraria, si se ha de decir verdad, a
sus propósitos. El otro dio las buenas noches y se fue a su cuarto para
acostarse. Aquella noche, que Cordero contó entre las más infaustas de
su vida, no pudo este dignísimo sujeto conciliar el sueño, porque le
asaltó, a causa de las últimas palabras de su amigo, un pensamiento tan
mortificante que le cambiaría de buen grado por la quebradura de todos
los huesos de su cuerpo; de tal modo padecía su espíritu. Incorporado
en la cama, pasó largas horas en horrorosa cavilación. Allí fue el
amenazador levantamiento de su conciencia, allí la reyerta encarnizada
entre ciertas ilusiones suyas y ciertos temores que aparecieron de
improviso como enemigos emboscados acechando la ocasión. El digno
encajero no podía apartar de si el licor amarguísimo que un demonio
invisible le ponía en los labios; ya suspiraba, ya se golpeaba la cabeza
venerable, ya por fin elevaba los brazos y los ojos al cielo pidiendo a
Dios que le librara de aquel fiero tormento. «Ni un momento más
puedo vivir en esta incertidumbre, gritó.--Sr. D. Salvador, venga usted
al momento; necesito hablarle».
Golpeó fuertemente el tabique inmediato a su cama. En la habitación
próxima dormía Salvador; y durante los días críticos de la enfermedad
de D. Benigno, siempre que este necesitaba de la asistencia de su nuevo
amigo le llamaba con un par de golpes suavemente dados en la pared.
Era la media noche. Salvador, al oír aquel extraordinario ruido en el
tabique, creyó, por la violencia del llamamiento, que a D. Benigno se le
había roto la otra pierna cuando menos, o que había sido atacado de
algún descomunal accidente. Levantose aprisa, y corriendo al lado del
enfermo, hallole sentado en el lecho, pálido, con las gafas caladas, los
ojos chispeantes y las manos en movimiento como quien acompaña de
expresivos gestos las palabras que a sí mismo se dice:
--¿Qué hay?--preguntó--¿se ha deshecho el entablillado? ¿Qué es eso?...
¿calentura, dolores?
--No, hombre de Dios o de cien Satanases; no es nada de eso--replicó el
de Boteros señalándole la silla--. Esto es muy serio, repito a usted que
es muy serio. Ya en ello la tranquilidad, la vida toda, el honor de un

hombre de bien que jamás ha hecho mal a nadie, porque sepa usted, Sr.
D. Salvador o D. Condenador, que yo no he hecho daño a ningún ser
nacido, y cuando Dios me tome cuentas, no se presentará ni un
mosquito, ni un miserable mosquito, a decir: «ese hombre fue mi
enemigo».
--Está bien.
--Esto es muy serio, y así yo quiero una explicación categórica, leal,
terminante, para tranquilidad de mi espíritu.
--¿Y esa explicación debo darla yo?
--Usted, sí, que desde hace algún tiempo se me ha puesto delante
echando sobre mí como una ligera sombra, sí, y ahora me ha dicho
cosas que aumentan esa sombra y la hacen más negra. Hablemos con
claridad. Yo tengo ciertos proyectos que usted conoce. Yo pienso
casarme, yo debo casarme, yo he creído que Dios ha dispuesto que yo
me case. La que escogí para ser mi compañera es de tal condición... en
fin, excuso de hacer su elogio, porque usted la conoce... a eso voy, Sr.
D. Salvador. Ella estuvo en un tiempo bajo el amparo y protección de
usted; usted le escribía desde Francia. ¡Ay! Cuando estuvo mala, le
nombró a usted en sus delirios. Después usted la vio en los Cigarrales,
según me escribió ella misma; más tarde, ahora, se me muestra tan
admirador de ella y tan afligido de mi felicidad, que no puedo menos de
volverme caviloso y preguntarme si usted ha tenido o tiene proyectos
iguales a los míos, y si esos proyectos se refieren a la misma persona,
que es, digámoslo claro, la mitad o la principal parte de mi vida.
--Esos proyectos los tuve--replicó Salvador con firmeza--. No fui a los
Cigarrales con otro objeto.
Detuvo D. Benigno su voz y sus manos, como alelado, y preguntó:
--¿Y ella?
--No quiso oírme. Mi situación al salir de los Cigarrales era bastante
desairada.

--¿Y después?
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 103
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.