Un antiguo rencor | Page 8

George (Jorge) Ohnet
a?os al menos y tres cuando m��s; no tener madre ni padre, �� fin de evitar toda reclamaci��n; ser bonita, rubia, con ojos azules. En cuanto al car��cter, ella se encargar��a de form��rsele y ser��a bueno.
Ocho d��as despu��s la se?orita Guichard recib��a aviso de que una nodriza de Courbevoie ten��a una ni?a que realizaba absolutamente el programa formulado. El padre y la madre hab��an muerto y como hac��a un a?o que nadie pagaba las mensualidades, aquella mujer, muy pobre, se iba �� ver precisada con gran sentimiento y despu��s de haber tardado todo lo posible, �� llevar la criatura �� la Inclusa. La se?orita Guichard subi�� inmediatamente al coche, se fu�� �� Courbevoie, vi�� �� la ni?a, que se llamaba Herminia, la encontr�� �� su gusto, di�� quinientos francos �� la nodriza y se fu�� colmada de bendiciones y llevando triunfalmente �� su heredera.
En su condici��n de mujer soltera, le pareci�� inconveniente el ser llamada mam�� y ense?�� �� Herminia �� llamarla "mi t��a." Pudo desde entonces desafiar �� Roussel no s��lo en el presente, sino tambi��n en el porvenir. La hija de la una val��a por el hijo del otro. Pero, cosa singular, el coraz��n de Clementina no se fundi��, como el de Fortunato, al calor de esta nueva afecci��n. Am�� �� Herminia, no por la dicha de amar, sino porque le serv��a de aliada contra su enemigo. El encanto, la gracia, la inocencia de la ni?a no lograron apoderarse por completo de la se?orita Guichard, que no fu�� verdaderamente sensible m��s que al ��til apoyo que le proporcionaba aquella criatura, en su lucha contra Fortunato.
No pudo desconocer, ciertamente, la dicha que entraba en su casa, que era, antes de la adopci��n de Herminia, como una jaula sin p��jaro y que ahora llenaba la ni?a con sus risas, con sus cantos, con su alegr��a. Pero Clementina era menos accesible �� estos goces deliciosos que �� la ��spera satisfacci��n de pensar veinte veces al d��a: "He perjudicado �� Roussel."
Educ�� �� Herminia con perfecci��n pero severamente. La cuid�� con el celo de un artillero por su ca?��n. Cuando la ni?a estuvo enferma, la se?orita Guichard experiment�� vivas inquietudes, llam�� al mejor m��dico y hasta pas�� en vela algunas noches; pero jam��s experiment�� ese ardor espiritual que templa la atm��sfera en torno de un ni?o y le hace vivir en medio de la mayor seguridad, en la evoluci��n de un tranquilo desarrollo. Jam��s su coraz��n de mujer tuvo los peque?os refinamientos de afecto, las delicadas atenciones que Roussel prodigaba �� Mauricio.
Se hizo amar por su hija adoptiva, pero se hizo m��s respetar. El nombre de "t��a" conven��a por su frialdad �� las relaciones afectuosas que Herminia ten��a con la se?orita Guichard: llamarla mam�� hubiera sido imposible, porque en realidad era tratada como una sobrina.
Durante quince a?os la vida no ofreci�� graves incidentes. El rencor de Clementina no estaba extinguido, sino en ese estado de incubaci��n semejante al de los volcanes que no revelan su actividad interior m��s que por los tenues hilos de humo que se escapan por sus costados. Ni Roussel ni la se?orita Guichard hab��an hablado de sus disentimientos �� Mauricio y �� Herminia, obedeciendo al miedo de sembrar el odio en aquellos sencillos esp��ritus.
Los dos muchachos crecieron y entraron en la edad juvenil. Mauricio, despu��s de terminar sus estudios, hab��a manifestado una afici��n muy marcada por la pintura. Como estaba llamado �� ser rico, pues el capital de su padre, cuidadosamente administrado, produc��a treinta mil francos de renta y Mauricio le hab��a asegurado una considerable fortuna por una donaci��n _inter vivos_, pose��a todos los medios necesarios para realizar sus aspiraciones art��sticas. Roussel, siempre pr��ctico, no se content�� con que su hijo fuese un simple aficionado.
--Todo lo que se hace, le dec��a, es preciso hacerlo con perfecci��n. Deseas pintar, no me opongo; pero te exijo que trabajes como si tuvieras necesidad de tu paleta para vivir. Vas �� entrar en la escuela de Bellas Artes; te recomendar�� �� Baudry, que es amigo m��o, y �� Meissonier, �� quien conoc�� en la Guardia nacional. Si quieres hacer grandes cuadros �� la manera de los grandes maestros italianos del Renacimiento, el primero te ser�� ��til; si prefieres dedicarte al arte minucioso de los Flamencos, el segundo te dar�� consejos; pero, cualquiera que sea tu elecci��n, conviene que te apliques �� ella con todas tus fuerzas.
Mauricio adquiri�� ese compromiso y le cumpli��. �� los veintitr��s a?os obtuvo el segundo premio y por una rara delicadeza, no quiso concurrir al a?o siguiente, aunque estaba casi seguro de la victoria. Para explicarlo, di�� �� su tutor razones que le conmovieron vivamente:
--Tengo tres concurrentes enteramente pobres y pueden desesperarse por un fracaso. Cualquiera de ellos que obtenga el primer premio tiene su carrera asegurada. ?Voy yo, que soy rico, gracias �� mi padre y �� usted,
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