era todav��a m��s formidable. La se?orita Guichard empez�� una guerra sorda contra aquel �� quien odiaba con todas las fuerzas de su amor enga?ado. Desde luego, como hab��a que explicar el rompimiento �� las personas de su intimidad y esta explicaci��n, dada por Clementina, ten��a que serle favorable y perjudicial, por tanto, para Roussel, la dulce prima di�� �� entender que hab��a descubierto en su primo cierto vicio que le infund��a temores por su tranquilidad en el porvenir. Y como se hubiesen manifestado dudas, no exentas de curiosidad, hab��a declarado que la temperancia de Fortunato dejaba que desear. No hac��a falta m��s para que se esparciese el rumor de que aquel perfecto caballero, que parec��a tan sobrio y arreglado, beb��a y volv��a �� su casa en situaci��n de necesitar, para subir la escalera, la intervenci��n de su criado y de su portero.
Estos rumores llegaron �� o��dos de Roussel, que empez�� por encolerizarse, pero despu��s tom�� el partido de reirse de ellos, contando con que la gente que le conociese no dar��a cr��dito �� tan rid��cula especie. Pero si la credulidad p��blica rechaza con fastidio lo que redunda en ventaja del pr��jimo, acepta con apresuramiento lo que viene en su perjuicio. Decid �� cualquiera: "Parece que Fulano ha hecho una buena obra �� realizado una hermosa acci��n," y ese cualquiera os responder�� con aire contrito: ?Puede!... Decidle, en cambio, que Fulano ha robado en el juego �� cometido estafas y exclamar�� en tono de triunfo "?Ah; eso era de esperar!"
En seis semanas, Roussel pas�� por un borracho. Ten��a hac��a diez a?os una cocinera que le daba de comer �� su gusto y Clementina se la llev��, �� fuerza de dinero, y cuando sus amigos la felicitaban por su delicada cocina, ella respond��a: "?Qu�� quiere usted? No ha podido permanecer en casa de Roussel, porque no pagaba jam��s sus gastos. Hab��a veces que le ten��a adelantados cuatro �� cinco mil francos, y cuando era absolutamente indispensable entregar dinero, gritaba hasta el punto de hacer necesaria la presencia del juez de paz. Entre nosotros, creo que los negocios de Fortunato van bastante mal."
El primo de la se?orita Guichard perd��a clientes que hab��an o��do decir que Roussel pod��a muy bien "faltar" cualquiera ma?ana. Para desmentir esos funestos rumores, no hizo, durante dos a?os, m��s que negociaciones al contado.
Ten��a en Montretout, enfrente del bosque de Bolonia, una casa de campo encantadora, en la que sosten��a un maravilloso lujo de flores. Sus estufas estaban colocadas en condiciones tales que recib��an el sol y la luz desde por la ma?ana, gracias �� un gran solar, no edificado, que las separaba de las propiedades pr��ximas. Ya Roussel hab��a querido comprar ese terreno para plantar legumbres, pero el propietario no hab��a accedido nunca �� vend��rsele. Por qu�� maniobras obtuvo ��xito la se?orita Guichard donde su primo hab��a fracasado, nadie pudo saberlo; pero una ma?ana vi�� Fortunato unos contratistas y despu��s una cuadrilla de alba?iles que se instalaban en el solar y elevaban una tapia que le quitaba la luz. Fu�� preciso cambiar de sitio las estufas, que ya no produjeron frutos ni flores tan buenos como antes. En una palabra, en todo y por todo Clementina se ingeni�� para atormentar, molestar y vejar al que se hab��a empe?ado en permanecer soltero.
As�� como ella se mantuvo sin casarse, para consagrarse por completo �� la guerra continua que hac��a �� Fortunato. Acaso conservaba en el fondo de su coraz��n un resto de sentimiento por ese monstruo, como ella le llamaba. Clementina hubiese podido casarse f��cilmente; era muy rica, no muy madura y muy agradable para los que no temen �� las mujeres del g��nero granadero. Pero ninguna proposici��n la encontr�� bien dispuesta. ?Qui��n sabe si cre��a que �� fuerza de malas partidas habr��a de traer �� buenas �� Roussel y tener la dicha triunfal de verle �� sus plantas humillado, arrepentido y bar��n?
Sin embargo, al cabo de algunos a?os debi�� renunciar �� toda esperanza, porque su odio se hizo m��s concentrado y m��s mortal. Las calumnias esparcidas por ella contra su primo hab��an acabado por disiparse; porque la buena vida y las acciones claras son la mejor prueba de honradez que puede dar un hombre. Roussel consigui�� dominar la dura corriente de malas voluntades desencadenada contra ��l. Hubo que reconocer, al principio, que hab��a alguna exageraci��n en los rumores esparcidos �� su costa y lleg�� �� resultar despu��s evidente que eran falsos. No falt�� quien quiso averiguar el origen de aquel envenenamiento social, pero la misma v��ctima se interpuso entre su verdugo y los curiosos. Por otra parte, acababa de ocurrir un hecho importante que llevaba �� su existencia un elemento de inter��s que Fortunato no hab��a jam��s sospechado.
Sin haberse casado, se convirti�� en padre. Uno de sus amigos m��s queridos muri��, dejando solo en el mundo �� un ni?o de
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