Roussel, y Fortunato, continuador de los negocios y part��cipe de los escr��pulos de su padre, dejaba en el olvido su t��tulo nobiliario. Ni la m��s insignificante ense?a de nobleza; ni el m��s peque?o _de_; nada de Pontournant; Roussel �� secas; ?el bello Roussel! y aun, para los ��ntimos, ?Roussel el menor! Y ��l se re��a de eso; ?horror!
�� Clementina ese olvido no le hac��a gracia ninguna. El t��tulo de Bar��n, y ese nombre con rastrillo, con barbacana y con torres almenadas, Pontournant, le fascinaba por su aire de la edad media y hubiera querido llevarle. Ser baronesa de Pontournant con los ochenta mil francos de renta del t��o Guichard, con m��s la fortuna de su primo y la suya; ?qu�� sue?o! ?Y este Fortunato, poco complaciente, no quer��a que se le hablase de tal asunto! se burlaba de las veleidades aristocr��ticas de Clementina y no quer��a absolutamente proporcionarse el rid��culo de convertirse en bar��n de Pontournant �� los cuarenta a?os y siendo un notable comerciante, condecorado bajo el sencillo nombre de Roussel.
Cuanto mayor era su repugnancia �� satisfacer ese deseo de su futura, m��s grande se hac��a el ardor con que ��sta se empe?aba en impon��rsele. Discutiendo el pro y el contra del escudo nobilario hab��an roto ya algunas lanzas y de esto vino todo el mal. Clementina, rechazada con iron��a, se hab��a batido prudentemente en retirada; pero una retirada no es una derrota para quien posee una voluntad decidida y nuestra hero��na acechaba una ocasi��n de volver victoriosamente �� la carga. Fortunato Roussel acababa de ser nombrado capit��n de la Guardia Nacional de caballer��a, cuerpo aristocr��tico en el que procuraban servir entonces todos los elegantes de Par��s. Al felicitarle por su nombramiento, Clementina dijo �� su primo:
--Ya est��s enteramente metido en honores....
Ser��s recibido por el Emperador en las Tuller��as.... Te estoy viendo entrar en gran uniforme.... Estar��s magn��fico. Pero ?cu��nto mejor ser��a el efecto si al entrar te anunciasen: "?El se?or capit��n bar��n de Pontournant!..."
--?Bah! dijo el novio. El capit��n Roussel suena muy bien.
--Ser��a de muy buen gusto volver �� llevar el nombre de una ilustraci��n del primer imperio....
--Mi abuelo no pondr��a buena cara �� un miembro de la caballer��a ligera de la burgues��a parisiense....
--Que podr��a entrar en la aristocracia tan f��cilmente.
--?Bonita ventaja!
--Un bonito nombre cuadra muy bien �� un hombre arrogante.
--Prima, ?t�� te propasas!
--Pero, en fin, ?�� qu�� viene ese empe?o de no llevar tu nombre?
--Porque yo soy un hombre de negocios.
--D��jalos.
--Dios m��o, ?y en qu�� pasar�� mi tiempo?
--En ocuparte de m��.
�� estas palabras sigui�� un largo silencio, como si Roussel hubiera estado midiendo todo el fastidio de semejante proposici��n y la se?orita Guichard calculando toda su inverosimilitud. Por fin, Clementina reanud�� la primera la conversaci��n y dijo:
--?Por tan f��til motivo vas �� causarme una pena seria?
--Mi motivo no es m��s f��til que tu deseo.
--?Tan testarudo eres?
--?Y t�� tan vanidosa?
--?Tan desgraciado ser��as por haberme hecho baronesa!
--?Y no es, acaso por serlo por lo que tanto deseas que nos casemos?
Aqu�� se detuvieron, espantados del cambio de sus fisonom��as: Fortunato, rojo como un gallo, estaba �� dos dedos de la apoplej��a y Clementina, devorada por la bilis, parec��a amenazada de ictericia. Se encontraron mal y despu��s de algunas palabras insignificantes, necesarias para atenuar la amargura de sus r��plicas, se separaron muy descontentos y �� mil leguas de una inteligencia. Roussel se fu�� �� pie para calmar la efervescencia de su sangre y dando al diablo �� su t��o Guichard y �� sus fantas��as testamentarias.
--?Bonita idea la de quererme casar con esta soltera rabiosa! ?Creer��a que por ochenta mil francos de renta iba �� arriesgar la dicha de toda mi vida? Pardiez, no necesito su dinero ...?Que lo guarde ella, puesto que el matrimonio es la condici��n sine qua non de la herencia! Yo ser�� siempre bastante rico, con tal de estar libre y tranquilo ... ?Si fuese marido de Clementina, gastar��a todo el dinero del t��o Guichard en consolarme de vivir �� su lado ...?Mal negocio!
Una vez en su casa, durmi�� mal; tuvo pesadillas espantosas y se despert�� decidido �� permanecer soltero. Clementina, despu��s de haber pasado una parte de la noche rabiando y llorando, acab�� por calmarse y se levant�� con el prop��sito decidido de ceder en todos los puntos para no alejar �� Fortunato, sin perjuicio de reconquistar, una vez realizado el matrimonio, todas las posiciones abandonadas. Se sent�� �� su mesa y escribi�� �� su primo la m��s amable de las esquelas invit��ndole �� venir �� pasar la tarde con ella. Apenas hab��a salido la doncella para llevarla, lleg�� una carta de Roussel anunciando �� Clementina que un negocio imprevisto le obligaba �� ausentarse por algunos d��as. La se?orita Guichard exhal�� un suspiro, se propuso hacer pagar despu��s �� Fortunato las humillaciones que la dedicaba, y no pudiendo hacer cosa mejor que esperar, esper��.
Al cabo de quince
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