Un antiguo rencor | Page 3

George (Jorge) Ohnet
�� la se?orita Guichard. Hubiera podido a?adir "rencor de amor", porque si la t��a de Herminia odiaba tan ardientemente al tutor de Mauricio, era por haberle amado demasiado. Una pasi��n convertida en aborrecimiento y cuya levadura fermentaba siempre con violencia en el coraz��n de la solterona. Hacia el a?o 1867, el se?or Guichard, soltero muy rico y cuyos herederos eran su sobrino, Fortunato Roussel y su sobrina Clementina Guichard, hab��a acariciado el sue?o de no dividir su fortuna y de casar �� sus sobrinos. Esta alianza hab��a sido fijada en una de las cl��usulas de su testamento, y queriendo servirse del inter��s como agente de su voluntad, hab��a desheredado al que se negase �� casarse con su coheredero.
Despu��s de haber llorado al difunto lo que ped��an las conveniencias, Fortunato y Clementina tuvieron una entrevista con el notario, el cual, al ilustrarles sobre las intenciones de su t��o, les procur�� una sorpresa que no era precisamente en los dos de la misma naturaleza. Mientras Clementina salt�� de gozo, pues hab��a sentido siempre resuelta inclinaci��n por su primo, �� quien se llamaba en su casa el bello Roussel, Fortunato torci�� el gesto, pues se sent��a menos que medianamente predispuesto al matrimonio, por sus ideas generales acerca del santo lazo y mucho menos a��n por su gusto particular hacia la se?orita Guichard. Tan poco entusiasmo demostr��, que su prima concibi�� un violento despecho, que se manifest��, no ciertamente con frialdades, sino con un aumento de amabilidad.
Lo peor del caso fu�� que este modo de estar amable ten��a en Clementina algo de molesto y de autoritario que crispaba los nervios de Fortunato. Parec��a decirle: "Estoy condescendiente con usted, porque usted me pertenece. Mis bondades son una de las consecuencias de mi poder sobre usted. Le tengo �� usted en mi gracia, como �� mis perros, �� mis loros �� �� mis criados, si me acarician, me divierten y me sirven bien. Pero, ?ay de usted, como de ellos, si no procura por todos los medios satisfacerme!" Y el diablo quiso, precisamente, que ese despotismo afectuoso fuese, entre todas las formas de ternura, la que m��s disgustase �� Roussel, muy vivo, muy independiente, y absolutamente nada inclinado �� dejarse dirigir, siquiera fuese por una mujer bonita. Porque Clementina, de edad de 23 a?os, era agradable, �� pesar de un cierto aire masculino que se indicaba por la abundancia de sus cejas, la firmeza de su perfil, la dureza de su voz y ciertos movimientos bruscos que hubieran gustado en una cantinera. Con todo, ten��a estatura elevada, buen aire, ojos magn��ficos, tez mate y admirable cabello negro.
?C��mo, con tales prendas, Clementina no ten��a pretendientes y se dispon��a �� la ingrata tarea de vestir im��genes? Fortunato daba la explicaci��n en pocas palabras: "Produce cierta inquietud y malestar, dec��a; ?le parece �� uno que est�� haciendo la corte �� un hombre!" Sin embargo, no por ambici��n de dinero, porque Roussel estaba al frente de un negocio muy lucrativo, sino por obedecer la ��ltima voluntad de su t��o, Roussel no hab��a rechazado la idea de casarse con Clementina y hab��a resuelto intentarlo; lo que denotaba en ��l que era un buen muchacho, porque su prima no le gustaba y ��l tend��a poderosamente �� la libertad.
Convinieron en verse para tratar de ponerse de acuerdo y todas las tardes iba Fortunato �� tomar una taza de t�� en casa de Clementina. ��sta se hac��a de alm��bar para recibirle y ordinariamente, cuando ella le hab��a instalado �� un lado de la chimenea, Roussel se dec��a, mir��ndola �� buena luz: Verdaderamente, no es fea. Y procuraba por su parte romper el hielo que se amontonaba entre ellos. Todo iba bien durante una hora, pero despu��s la provisi��n de amabilidad de Clementina y las reservas de paciencia de Fortunato se agotaban poco �� poco, y llegaban las contradicciones, las discusiones, las frases agrias, y el primo sal��a de la casa con precipitaci��n, pensando: Dios m��o; ?qu�� desagradable es! Ella le ve��a huir con pena, suspiraba y se echaba en cara su humor batallador, porque se daba cuenta perfectamente de su defecto, y se promet��a poner de su parte el d��a siguiente cuanto fuera preciso para no alterar la buena armon��a, pero jam��s lograba dominarse.
Un asunto de conversaci��n la preocupaba sobre todo y le abordaba con frecuencia, aunque fuese motivo para que su desacuerdo con Fortunato se acentuase con violencia. El abuelo de Roussel, general del primer imperio, hab��a recibido de Napole��n primero el t��tulo de Bar��n despu��s de la campa?a de 1813, en la cual se hab��a portado como un h��roe. El bar��n Roussel hab��a constitu��do un mayorazgo de diez mil francos de renta y a?adido �� su t��tulo el nombre de la tierra de Pontournant. Su hijo, que en tiempo de Luis Felipe se hab��a dedicado �� la industria, crey�� oportuno llamarse sencillamente
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