á la altura de la cabeza de Fortunato, respondió:
--Está bien; usted se arrepentirá toda su vida de lo que acaba de
contestarme. Desde hoy le considero á usted como mi más mortal
enemigo.
Esperaba, acaso, en un arrepentimiento causado por la inquietud; pero
había escogido el peor de los medios para atraer á Roussel, que no
replicó; hizo una inclinación de cabeza; abrió la puerta á su prima y
cuando la vió en la escalera, volvió á entrar en su casa, encendió de
nuevo la pipa y continuó la lectura del correo de la tarde.
Sin embargo, no debía quedar tranquilo después de esta salida
amenazadora y muy pronto pudo darse cuenta de que Clementina, fuera
de su casa, era todavía más formidable. La señorita Guichard empezó
una guerra sorda contra aquel á quien odiaba con todas las fuerzas de su
amor engañado. Desde luego, como había que explicar el rompimiento
á las personas de su intimidad y esta explicación, dada por Clementina,
tenía que serle favorable y perjudicial, por tanto, para Roussel, la dulce
prima dió á entender que había descubierto en su primo cierto vicio que
le infundía temores por su tranquilidad en el porvenir. Y como se
hubiesen manifestado dudas, no exentas de curiosidad, había declarado
que la temperancia de Fortunato dejaba que desear. No hacía falta más
para que se esparciese el rumor de que aquel perfecto caballero, que
parecía tan sobrio y arreglado, bebía y volvía á su casa en situación de
necesitar, para subir la escalera, la intervención de su criado y de su
portero.
Estos rumores llegaron á oídos de Roussel, que empezó por
encolerizarse, pero después tomó el partido de reirse de ellos, contando
con que la gente que le conociese no daría crédito á tan ridícula especie.
Pero si la credulidad pública rechaza con fastidio lo que redunda en
ventaja del prójimo, acepta con apresuramiento lo que viene en su
perjuicio. Decid á cualquiera: "Parece que Fulano ha hecho una buena
obra ó realizado una hermosa acción," y ese cualquiera os responderá
con aire contrito: ¡Puede!... Decidle, en cambio, que Fulano ha robado
en el juego ó cometido estafas y exclamará en tono de triunfo "¡Ah; eso
era de esperar!"
En seis semanas, Roussel pasó por un borracho. Tenía hacía diez años
una cocinera que le daba de comer á su gusto y Clementina se la llevó,
á fuerza de dinero, y cuando sus amigos la felicitaban por su delicada
cocina, ella respondía: "¿Qué quiere usted? No ha podido permanecer
en casa de Roussel, porque no pagaba jamás sus gastos. Había veces
que le tenía adelantados cuatro ó cinco mil francos, y cuando era
absolutamente indispensable entregar dinero, gritaba hasta el punto de
hacer necesaria la presencia del juez de paz. Entre nosotros, creo que
los negocios de Fortunato van bastante mal."
El primo de la señorita Guichard perdía clientes que habían oído decir
que Roussel podía muy bien "faltar" cualquiera mañana. Para desmentir
esos funestos rumores, no hizo, durante dos años, más que
negociaciones al contado.
Tenía en Montretout, enfrente del bosque de Bolonia, una casa de
campo encantadora, en la que sostenía un maravilloso lujo de flores.
Sus estufas estaban colocadas en condiciones tales que recibían el sol y
la luz desde por la mañana, gracias á un gran solar, no edificado, que
las separaba de las propiedades próximas. Ya Roussel había querido
comprar ese terreno para plantar legumbres, pero el propietario no
había accedido nunca á vendérsele. Por qué maniobras obtuvo éxito la
señorita Guichard donde su primo había fracasado, nadie pudo saberlo;
pero una mañana vió Fortunato unos contratistas y después una
cuadrilla de albañiles que se instalaban en el solar y elevaban una tapia
que le quitaba la luz. Fué preciso cambiar de sitio las estufas, que ya no
produjeron frutos ni flores tan buenos como antes. En una palabra, en
todo y por todo Clementina se ingenió para atormentar, molestar y
vejar al que se había empeñado en permanecer soltero.
Así como ella se mantuvo sin casarse, para consagrarse por completo á
la guerra continua que hacía á Fortunato. Acaso conservaba en el fondo
de su corazón un resto de sentimiento por ese monstruo, como ella le
llamaba. Clementina hubiese podido casarse fácilmente; era muy rica,
no muy madura y muy agradable para los que no temen á las mujeres
del género granadero. Pero ninguna proposición la encontró bien
dispuesta. ¿Quién sabe si creía que á fuerza de malas partidas habría de
traer á buenas á Roussel y tener la dicha triunfal de verle á sus plantas
humillado, arrepentido y barón?
Sin embargo, al cabo de algunos años debió renunciar á toda esperanza,
porque su odio se hizo más concentrado y más mortal. Las calumnias
esparcidas por ella contra su primo habían acabado por disiparse;
porque
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