Un antiguo rencor | Page 5

George (Jorge) Ohnet
puntos para
no alejar á Fortunato, sin perjuicio de reconquistar, una vez realizado el
matrimonio, todas las posiciones abandonadas. Se sentó á su mesa y
escribió á su primo la más amable de las esquelas invitándole á venir á
pasar la tarde con ella. Apenas había salido la doncella para llevarla,
llegó una carta de Roussel anunciando á Clementina que un negocio
imprevisto le obligaba á ausentarse por algunos días. La señorita
Guichard exhaló un suspiro, se propuso hacer pagar después á
Fortunato las humillaciones que la dedicaba, y no pudiendo hacer cosa
mejor que esperar, esperó.
Al cabo de quince días, como no recibiese noticias de su prometido ni
oyese hablar de él, perdió la paciencia y se decidió á informarse.
Interrogada la portera de la casa, respondió que el señor Roussel estaba
en París, del que no se había movido, y que acababa de entrar en su
casa. Á Clementina se le subió la sangre á la cabeza; se vió burlada,
desdeñada; el temor y la cólera la sublevaban al mismo tiempo.
Prorrumpió en una exclamación que asustó á la portera y enseguida,

tomando su partido en un segundo, se lanzó á la escalera, subió los dos
pisos, llamó con violencia, y sin preguntar nada al criado, que la
conoció y estaba estupefacto, entró como una avalancha en el gabinete
de su primo.
Fortunato, sentado en una gran butaca y con una excelente pipa en la
boca, leía tranquilamente su correo de la tarde, cuando la puerta, al
abrirse bruscamente, le hizo levantar la vista. Se levantó rápidamente al
reconocer á Clementina, colocó la pipa sobre la chimenea, metió las
cartas en el bolsillo y con voz un poco temblorosa, porque tenía la
sospecha de haberse conducido sin galantería, dijo:
--¡Calla! querida prima, ¿eres tú?
Después de esta vulgaridad, permaneció cortado, mirando con
embarazo á Clementina, que estaba pálida, verdosa, sofocada, con los
ojos dorados por la hiel. Por fin pudo recobrar la respiración y
temblando de cólera, dijo:
--¿Con que me ha engañado usted, diciéndome que se ausentaba? Yo le
creía de viaje y está usted en París....
--He vuelto antes de lo que pensaba, balbuceó Fortunato.
--No mienta usted; porque no ha salido de París.
--Pero....
--¡Oh! Ahora comprendo porqué no quiere usted llevar su título ... No
vendría bien con su carácter....
--¡Prima mía!...
--Se ha portado usted conmigo como un patán.
--¡Ah!
--Si, ¡lo que ha hecho usted es una cobardía!
Y excitándose con el ruido de sus propias palabras, animándose con sus
mismas violencias y viendo á Roussel consternado, Clementina llegó al
paroxismo del furor. Traspasando todo límite, perdió la cabeza y si su
primo hubiera respondido en el mismo tono, hubiera sido capaz de
pegarle. Pero él estaba tan pacífico como ella excitada. En vez de
replicar, de defenderse, observaba á su adversario y se afirmaba en la
resolución de no unirse con semejante furia. Y, sin embargo, si en ese
instante Fortunato hubiese proferido una sola palabra afectuosa; si
hubiera procurado hacer vibrar el corazón apasionado de la señorita
Guichard, la hubiese hecho prorrumpir en sollozos, la hubiera obligado
á pedir gracia y la hubiera permitido demostrar la verdadera ternura que

sentía por él. Y acaso el uno y el otro hubieran sido felices, hasta tal
punto arregla las cosas el amor. Pero Roussel no pronunció la palabra
de afecto y Clementina, ahogada por la rabia y no encontrando ya más
injurias que lanzar á la faz de su primo, arrojó un grito desgarrador y
cayó en el sofá, víctima de un ataque nervioso.
Fortunato, que era la bondad misma, se precipitó á su socorro y recibió
algunos puntapiés y alguna que otra tarascada, pero no retrocedió y
empezó á desabrochar á Clementina, que lanzaba débiles quejidos. Le
mojó concienzudamente las sienes con agua de Colonia y le hizo
aspirar un frasco de sales. Estando inclinado hacia su prima, abrió ésta
los ojos, le reconoció, se levantó de un salto, le dirigió una mirada de
indignación, se volvió á abrochar y de pie en el umbral de la puerta,
dijo:
--Conste que soy yo la que ha dado un paso de conciliación. Espero á
usted á su vez esta tarde. Reflexione usted en las intenciones de nuestro
tío Guichard y vea si le conviene sufrir las consecuencias de
desobedecerle.
Clementina había vuelto á ponerse dura y arisca y acabó de desagradar
definitivamente á Fortunato, el cual, creyendo necesario quemar sus
naves y cortarse por completo la retirada, dijo en tono muy dulce:
--La consecuencia que tocaré, querida prima, será verte tomar mi parte
en la herencia; tómala, pues: creo que no es un precio muy elevado para
la libertad.
Acababa de hacer oir á Clementina las palabras más crueles que
pudiera esperar de él. Su cara se descompuso y levantando una mano
trémula
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