del
codo, un ojo menos, la cara garabateada por multitud de chirlos en
todas direcciones y con desorden trazados por armas enemigas de
diferentes clases, con la tez morena y curtida como la de todos los
marinos viejos, con una voz ronca, hueca y perezosa que no se parecía
a la de ningún habitante racional de tierra firme, y podrán formarse idea
de este personaje, cuyo recuerdo me hace deplorar la sequedad de mi
paleta, pues a fe que merece ser pintado por un diestro retratista. No
puedo decir si su aspecto hacía reír o imponía respeto: creo que ambas
cosas a la vez, y según como se le mirase.
Puede decirse que su vida era la historia de la marina española en la
última parte del siglo pasado y principios del presente; historia en
cuyas páginas las gloriosas acciones alternan con lamentables
desdichas. Marcial había navegado en el Conde de Regla, en el San
Joaquín, en el Real Carlos, en el Trinidad, y en otros heroicos y
desgraciados barcos que, al parecer derrotados con honra o destruidos
con alevosía, sumergieron con sus viejas tablas el poderío naval de
España.
Además de las campañas en que tomó parte con mi amo,
Medio-hombre había asistido a otras muchas, tales como la expedición
a la Martinica, la acción de Finisterre y antes el terrible episodio del
Estrecho, en la noche del 12 de julio de 1801, y al combate del cabo de
Santa María, en 5 de octubre de 1804.
A la edad de sesenta y seis años se retiró del servicio, mas no por falta
de bríos, sino porque ya se hallaba completamente desarbolado y fuera
de combate. Él y mi amo eran en tierra dos buenos amigos; y como la
hija única del contramaestre se hallase casada con un antiguo criado de
la casa, resultando de esta unión un nieto, Medio-hombre se decidió a
echar para siempre el ancla, como un viejo pontón inútil para la guerra,
y hasta llegó a hacerse la ilusión de que le gustaba la paz. Bastaba verle
para comprender que el empleo más difícil que podía darse a aquel
resto glorioso de un héroe era el de cuidar chiquillos; y en efecto,
Marcial no hacía otra cosa que cargar, distraer y dormir a su nieto, para
cuya faena le bastaban sus canciones marineras sazonadas con algún
juramento, propio del oficio.
Mas al saber que la escuadra combinada se apercibía para un gran
combate, sintió renacer en su pecho el amortiguado entusiasmo, y soñó
que se hallaba mandando la marinería en el alcázar de proa del
Santísima Trinidad. Como notase en D. Alonso iguales síntomas de
recrudecimiento, se franqueó con él, y desde entonces pasaban gran
parte del día y de la noche comunicándose, así las noticias recibidas
como las propias sensaciones, refiriendo hechos pasados, haciendo
conjeturas sobre los venideros y soñando despiertos, como dos
grumetes que en íntima confidencia calculan el modo de llegar a
almirantes.
En estas encerronas, que traían a Doña Francisca muy alarmada, nació
el proyecto de embarcarse en la escuadra para presenciar el próximo
combate. Ya saben ustedes la opinión de mi ama y las mil picardías que
dijo del marinero embaucador; ya saben que D. Alonso insistía en
poner en ejecución tan atrevido pensamiento, acompañado de su paje, y
ahora me resta referir lo que todos dijeron cuando Marcial se presentó a
defender la guerra contra el vergonzoso statu quo de Doña Francisca.
-IV-
«Señor Marcial--dijo ésta con redoblado furor:--si quiere usted ir a la
escuadra a que le den la última mano, puede embarcar cuando quiera;
pero lo que es este no irá.
--Bueno--contestó el marinero, que se había sentado en el borde de una
silla, ocupando sólo el espacio necesario para sostenerse--: iré yo solo.
El demonio me lleve, si me quedo sin echar el catalejo a la fiesta.»
Después añadió con expresión de júbilo:
«Tenemos quince navíos, y los francesitos veinticinco barcos. Si todos
fueran nuestros, no era preciso tanto... ¡Cuarenta buques y mucho
corazón embarcado!»
Como se comunica el fuego de una mecha a otra que está cercana, así el
entusiasmo que irradió del ojo de Marcial encendió los dos, ya por la
edad amortiguados, de mi buen amo.
«Pero el Señorito--continuó Medio-hombre--, traerá muchos también.
Así me gustan a mí las funciones: mucha madera donde mandar balas,
y mucho jumo de pólvora que caliente el aire cuando hace frío.»
Se me había olvidado decir que Marcial, como casi todos los marinos,
usaba un vocabulario formado por los más peregrinos terminachos,
pues es costumbre en la gente de mar de todos los países desfigurar la
lengua patria hasta convertirla en caricatura. Observando la mayor
parte de las voces usadas por los navegantes, se ve que son
simplemente corruptelas de las palabras más comunes, adaptadas a su
temperamento
Continue reading on your phone by scaning this QR Code
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the
Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.