un jeme de jeta y fama de santidad.
Por cada individuo de los que ajusticiaba, mandaba celebrar treinta misas; y consagr��, por lo menos, tres horas diarias al rezo del oficio parvo y del rosario, confesando y comulgando todas las ma?anas, y concurriendo al jubileo y a cuanta fiesta o distribuci��n religiosa se le anunciara.
Jam��s se han vista en Lima procesiones tan espl��ndidas como las de entonces; y Lorente, en su Historia, trae la descripci��n de una que se traslad�� desde palacio a los Desamparados, dando largo rodeo, una imagen de Mar��a que el virrey hab��a hecho traer expresamente desde Zaragoza. Arco hubo en esa fiesta cuyo valor se estim�� en m��s de doscientos mil pesos, tal era la profusi��n de alhajas y piezas de oro y plata que lo adornaban. La calle de Mercaderes luci�� por pavimento barras de plata, que representaban m��s de dos millones de ducados. ?Viva el lujo y quien lo trujo!
El fan��tico don Pedro Antonio de Castro y Andrade, conde de Lemos, marqu��s de Sarria y de G��tiva y duque de Taratifanco, que cifraba su orgullo en descender de San Francisco de Borja, y que, a estar en sus manos, como ��l dec��a, habr��a fundado en cada calle de Lima un colegio de Jesu��tas, apenas fu�� proclamado en Lima como representante de Carlos II el Hechizado, se dirigi�� a Puno con gran aparato de fuerza y aprehendi�� a Salcedo.
El justicia contaba con poderosos elementos para resistir; pero no quiso hacerse reo de rebeld��a a su rey y se?or natural.
El virrey, seg��n muchos historiadores, lo condujo preso, trat��ndolo durante la marcha con extremado rigor. En breve tiempo qued�� conclu��da la causa, sentenciado Salcedo a muerte, y confiscados sus bienes en provecho del real tesoro.
Como hemos dicho, los jesu��tas dominaban al virrey. Jesu��ta era su confesor el padre Castillo, y jesu��tas sus secretarios. Las cr��nicas de aquellos tiempos acusan a los hijos de Loyola de haber contribuido eficazmente al tr��gico fin del rico minero, que hab��a prestado no pocos servicios a la causa de la corona y enviado a Espa?a algunos millones por el quinto de los provechos de la mina.
Cuando leyeron a Salcedo la sentencia, propuso al virrey que le permitiese apelar a Espa?a, y que por el tiempo que transcurriese desde la salida del nav��o hasta su regreso con la resoluci��n de la corte de Madrid, lo obsequiar��a diariamente con una barra de plata.
Y t��ngase en cuenta no s��lo que cada barra de plata se valorizaba en dos mil duros, sino que el viaje del Callao a C��diz no era realizable en menos de seis meses.
La tentaci��n era poderosa, y el conde de Lemos vacil��.
Pero los jesu��tas le hicieron presente que mejor partido sacar��a ejecutando a Salcedo y confisc��ndole sus bienes.
El que m��s influy�� en el ��nimo de su excelencia fu�� el padre Francisco del Castillo, jesu��ta peruano que est�� en olor de santidad, el cual era padrino de bautismo de don Salvador Fern��ndez de Castro, marqu��s de Almu?a e hijo del virrey.
Salcedo fu�� ejecutado en el sitio llamado Orcca-Pata, a poca distancia de Puno.
III
Cuando la esposa de Salcedo supo el terrible desenlace del proceso, convoc�� a sus deudos y les dijo:
--Mis riquezas han tra��do mi desdicha. Los que las codician han dado muerte afrentosa al hombre que Dios me depar�� por compa?ero. Mirad c��mo le veng��is.
Tres d��as despu��s la mina de Laycacota hab��a dado en agua, y su entrada fu�� cubierta con pe?as, sin que hasta hoy haya podido descubrirse el sitio donde ella existi��.
Los parientes de la mujer de Salcedo inundaron la mina, haciendo est��ril para los asesinos del justicia mayor el crimen a que la codicia los arrastrara.
Carmen, la desolada viuda, hab��a desaparecido, y es fama que se sepult�� viva en uno de los corredores de la mina.
Muchos sostienen que la mina de Salcedo era la que hoy se conoce con el nombre del Manto. Este es un error que debemos rectificar. La codiciada mina de Salcedo estaba entre los cerros Laycacota y Cancharani.
El virrey, conde Lemos, en cuyo per��odo de mando tuvo lugar la canonizaci��n de Santa Rosa, muri�� en diciembre de 1673, y su coraz��n fu�� enterrado bajo el altar mayor de la iglesia de los Desamparados.
Las armas de este virrey eran, por Castro, un sol de oro sobre gules.
En cuanto a los descendientes de los hermanos Salcedo, alcanzaron bajo el reinado de Felipe V la rehabilitaci��n de su nombre y el t��tulo de marqu��s de Villarrica para el jefe de la familia.
RACIMO DE HORCA
CR��NICA DE LA ��POCA DEL VIG��SIMO VIRREY DEL PER��
I
Mi buen amigo y alcalde don Rodrigo de Odr��a:
Hanme dado cuenta de que, en deservicio de Su Majestad y en agravio de la honra que Dios me di��, ha delinquido torpemente Juan de Villegas, empleado en esta Caja real de Lima. Por ende proceder��is, con la mayor presteza y
Continue reading on your phone by scaning this QR Code
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the
Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.