Tradiciones peruanas | Page 7

Ricardo Palma
tal punto que se hallaba sin pan ni hogar. Los v��stagos de la hija de Pachacutec le acordaron de buen grado la hospitalidad que demandaba.
As�� transcurrieron pocos meses. La familia se ocupaba en la cr��a de ganado y en el comercio de lanas, sirvi��ndola el hu��sped muy ��tilmente. Pero la verdad era que el joven espa?ol se sent��a apasionado de Carmen, la mayor de las hijas de la anciana, y que ella no se daba por ofendida con ser objeto de las amorosas ansias del mancebo.
Como el platonismo, en punto a terrenales afectos, no es eterno, lleg�� un d��a en que el gal��n, cansado de conversar con las estrellas en la soledad de sus noches, se espontane�� con la madre, y ��sta, que hab��a aprendido a estimar al espa?ol, le dijo:
--Mi Carmen te llevar�� en dote una riqueza digna de la descendiente de emperadores.
El novio no dio por el momento importancia a la frase; pero tres d��as despu��s de realizado el matrimonio, la anciana lo hizo levantarse de madrugada y lo condujo a una bocamina, dici��ndole:
--Aqu�� tienes la dote de tu esposa.
La hasta entonces ignorada, y despu��s famos��sima, mina de Laycacota fu�� desde ese d��a propiedad de don Jos�� Salcedo, que tal era el nombre del afortunado andaluz.
II
La opulencia de la mina y la generosidad de Salcedo y de su hermano don Gaspar atrajeron, en breve, gran n��mero de aventureros a Laycacota.
Oigamos a un historiador: ?Hab��a all�� plata pura y metales, cuyo beneficio dejaba tantos marcos como pesaba el caj��n. En ciertos d��as se sacaron centenares de miles de pesos?.
Estas aseveraciones parecer��an fabulosas si todos los historiadores no estuvieran uniformes en ellas.
Cuando alg��n espa?ol, principalmente andaluz o castellano, solicitaba un socorro de Salcedo, ��ste le regalaba lo que pudiese sacar de la mina en determinado n��mero de horas. El obsequio importaba casi siempre por lo menos el valor de una barra, que representaba dos mil pesos.
Pronto los catalanes, gallegos y vizca��nos que resid��an en el mineral entraron en disensiones con los andaluces, castellanos y criollos favorecidos por los Salcedo. Se dieron batallas sangrientas con variado ��xito, hasta que el virrey don Diego de Benavides, conde de Santisteban, encomend�� al obispo de Arequipa, fray Juan de Almoguera, la pacificaci��n del mineral. Los partidarios de los Salcedo derrotaron a las tropas del obispo, librando mal herido el corregidor Peredo.
En estos combates, hall��ndose los de Salcedo escasos de plomo, fundieron balas de plata. No se dir�� que no mataban lujosamente.
As�� las cosas, aconteci�� en Lima la muerte de Santisteban, y la Real Audiencia asumi�� el poder. El gobernador que ��sta nombr�� para Laycacota, vi��ndose sin fuerzas para hacer respetar su autoridad, entreg�� el mando a don Jos�� Salcedo, que lo acept�� bajo el t��tulo de justicia mayor. La Audiencia se declar�� impotente y contemporiz�� con Salcedo, el cual, recelando nuevos ataques de los vascongados, levant�� y artill�� una fortaleza en el cerro.
En verdad que la Audiencia ten��a por entonces mucho grave de que ocuparse con los disturbios que promov��a en Chile el gobernador Meneses y con la tremenda y vasta conspiraci��n del Inca Bohorques, descubierta en Lima casi al estallar, y que condujo al caudillo y sus tenientes al cadalso.
El orden se hab��a por completo restablecido en Laycacota, y todos los vecinos estaban contentos del buen gobierno y la caballerosidad del justicia mayor.
Pero en 1667, la Audiencia tuvo que reconocer al nuevo virrey llegado de Espa?a.
Era ��ste el conde Lemos, mozo de treinta y tres a?os, a quien, seg��n los historiadores, s��lo faltaba sotana para ser completo jesu��ta. En cerca de cinco a?os de mando, brill�� poco como administrador. Sus empresas se limitaron a enviar, aunque sin ��xito, una fuerte escuadra en persecuci��n del bucanero Morg��n, que hab��a incendiado Panam��, y a apresar en las costas de Chile a Enrique Clerk. Un a?o despu��s de su destrucci��n por los bucaneros (1670), la antigua Panam��, fundada en 1518, se traslad�� al lugar donde hoy se encuentra. Dos voraces incendios, uno en febrero de 1737 y otro en marzo de 1756, convirtieron en cenizas dos terceras partes de los edificios, entre los que algunos debieron ser monumentales, a juzgar por las ruinas que aun llaman la atenci��n del viajero.
El virrey conde de Lemos se distingui�� ��nicamente por su devoci��n. Con frecuencia se le ve��a barriendo el piso de la iglesia de los Desamparados, tocando en ella el ��rgano, y haciendo el oficio de cantar en la solemne misa dominical, d��ndosele tres pepinillos de las murmuraciones de la nobleza, que juzgaba tales actos indignos de un grande de Espa?a.
Dispuso este virrey, bajo pena de c��rcel y multa, que nadie pintase cruz en sitio donde pudiera ser pisada; que todos se arrodillasen al toque de oraciones; y escogi�� para padrino de uno de sus hijos al cocinero del convento de San Francisco, que era un negro con
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 63
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.