Tradiciones peruanas | Page 6

Ricardo Palma
convencido de que la virreina que estuvo en Lima se llam�� do?a Francisca Henr��quez de Ribera. Rectificamos, pues, con esta nota la grave equivocaci��n en que hab��amos incurrido.]

EL JUSTICIA MAYOR DE LAYCACOTA
CR��NICA DE LA ��POCA DEL D��CIMONONO VIRREY DEL PER��
(Al doctor don Jos�� Mariano Jim��nez.)
I
En una serena tarde de marzo del a?o del Se?or de 1665, hall��base reunida a la puerta de su choza una familia de indios. Compon��ase ��sta de una anciana que se dec��a descendiente del gran general Ollantay, dos hijas, Carmen y Teresa, y un mancebo llamado Tom��s.
La choza estaba situada a la falda del cerro de Laycacota. Ella con quince o veinte m��s constitu��an lo que se llama una aldea de cien habitantes.
Mientras las muchachas se entreten��an en hilar, la madre contaba al hijo, por la mil��sima vez, la tradici��n de su familia. Esta no es un secreto, y bien puedo darla a conocer a mis lectores, que la hallar��n relatada con extensos y curiosos pormenores en el importante libro que con el t��tulo Anales del Cuzco, public�� mi ilustrado amigo y compa?ero de Congreso don P��o Benigno Mesa.
He aqu�� la tradici��n sobre Ollantay:
Bajo el imperio del Inca Pachacutec, noveno soberano del Cuzco, era Ollantay, curaca de Ollantaytambo, el general��simo de los ej��rcitos. Amante correspondido de una de las ?ustas o infantas, solicit�� de Pachacutec, y como recompensa a importantes servicios, que le acordase la mano de la joven. Rechazada su pretensi��n por el orgulloso monarca, cuya sangre, seg��n las leyes del imperio, no pod��a mezclarse con la de una familia que no descendiese directamente de Mango Capac, el enamorado cacique desapareci�� una noche del Cuzco, rob��ndose a su querida Cusicoyllor.
Durante cinco a?os fu�� imposible al Inca vencer al rebelde vasallo, que se mantuvo en armas en las fortalezas de Ollantaytambo, cuyas ruinas son hoy la admiraci��n del viajero. Pero Rumi?ahui, otro de los generales de Pachacutec, en secreta entrevista con su rey, lo convenci�� de que, m��s que a la fuerza, era preciso recurrir a la ma?a y a la traici��n para sujetar a Ollantay. El plan acordado fu�� poner preso a Rumi?ahui, con el pretexto de que hab��a violado el santuario de las v��rgenes del Sol. Seg��n lo pactado, se le degrad�� y azot�� en la plaza p��blica para que, envilecido as��, huyese del Cuzco y fuese a ofrecer sus servicios a Ollantay, que viendo en ��l una ilustre v��ctima a la vez que un general de prestigio, no podr��a menos que dispensarle entera confianza. Todo se realiz�� como inicuamente estaba previsto, y la fortaleza fu�� entregada por el infame Rumi?ahui, mandando el Inca decapitar a los prisioneros[2].
[Nota 2: Sobre este argumento, el cura de Tinta don Antonio Vald��s escribi�� por los a?os de 1780 un drama en lengua quechua, el cual se represent�� en presencia del rebelde Inca Tupac-Amaru.
Tschudi, Markham, Nadal, Barrancas y muchos americanistas se empe?aron en sostener que el drama Ollanta hab��a sido compuesto en los tiempos inc��sicos, y que era, por consiguiente, un monumento literario anterior a la conquista. Traducido en verso por un poeta peruano, Constantino Carrasco, public�� el autor de estas Tradiciones un ligero juicio cr��tico, en el que se atrevi�� a apuntar (alegando muy al correr de la pluma varias razones en apoyo de su opini��n) que el Ollanta era ni m��s ni menos que comedia espa?ola, de las de capa y espada, escrita en voces quechuas: y que, aunque lo diga Garcilaso, que no pocos embustes estamp�� en los Comentarios reales, los antiguos peruanos estuvieron muy lejos de cultivar la literatura dram��tica. Tanto osamos escribir, y se nos vino la casa a cuestas... Hasta de mal patriota nos acus�� un quechuista; y un se?or Pacheco Zegarra, entre otros cultos piropos, nos llam�� ignorante y charlat��n. Con razones de ese fuste nos dimos por convencidos de que hab��amos estampado un disparate de a folio. Pero en 1881, el literato argentino don Bartolom�� Mitre, en un serio y extenso estudio, con gran acopio de pruebas y con sesuda argumentaci��n, puso en transparencia la filiaci��n, genuinamente espa?ola, del drama Ollanta en su forma, en su fondo y hasta en sus elementos ling����sticos.]
Un leal capit��n salv�� a Cusicoyllor y su tierna hija Imasumac, y se estableci�� con ellas en la falda del Laycacota, en el sitio donde en 1669 deb��a erigirse la villa de San Carlos de Puno.
Conclu��a la anciana de referir a su hijo esta tradici��n, cuando se present�� ante ella un hombre, apoyado en un bast��n, cubierto el cuerpo con un largo poncho de bayeta, y la cabeza por un ancho y viejo sombrero de fieltro. El extranjero era un joven de veinticinco a?os, y a pesar de la ruindad de su traje, su porte era distinguido, su rostro varonil y simp��tico y su palabra graciosa y cortesana.
Dijo que era andaluz, y que su desventura lo tra��a a
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