mando desde el 14 de enero de 1629 hasta el 18 del mismo mes de 1639.
Amenazado el Pac��fico por los portugueses y por la flotilla del pirata holand��s Pie de palo, gran parte de la actividad del conde de Chinch��n se consagr�� a poner el Callao y la escuadra en actitud de defensa. Envi�� adem��s a Chile mil hombres contra los araucanos, y tres expediciones contra algunas tribus de Puno, Tucum��n y Paraguay.
Para sostener el caprichoso lujo de Felipe IV y sus cortesanos, tuvo la Am��rica que contribuir con da?o de su prosperidad. Hubo exceso de impuestos y gabelas, que el comercio de Lima se vi�� forzado a soportar.
Data de entonces la decadencia de los minerales de Potos�� y Huancavelica, a la vez que el descubrimiento de las vetas de Bomb��n y Caylloma.
Fu�� bajo el gobierno de este virrey cuando, en 1635, aconteci�� la famosa quiebra del banquero Juan de la Cueva, en cuyo Banco--dice Lorente--ten��an suma confianza as�� los particulares como el Gobierno. Esa quiebra se conmemor��, hasta hace poco, con la mojiganga llamada Juan de la Cova, coscoroba.
El conde de Chinch��n fu�� tan fan��tico como cumpl��a a un cristiano viejo. Lo comprueban muchas de sus disposiciones. Ning��n naviero pod��a recibir pasajeros a bordo, si previamente no exhib��a una c��dula de constancia de haber confesado y comulgado la v��spera. Los soldados estaban tambi��n obligados, bajo severas penas, a llenar cada a?o este precepto, y se prohibi�� que en los d��as de Cuaresma se juntasen hombres y mujeres en un mismo templo.
Como lo hemos escrito en nuestro Anales de la Inquisici��n de Lima, fu�� ��sta la ��poca en que m��s v��ctimas sacrific�� el implacable tribunal de la fe. Bastaba ser portugu��s y tener fortuna para verse sepultado en las mazmorras del Santo Oficio. En uno solo de los tres autos de fe a que asisti�� el conde de Chinch��n fueron quemados once jud��os portugueses, acaudalados comerciantes de Lima.
Hemos le��do en el librejo del duque de Fr��as que, en la primera visita de c��rceles a que asisti�� el conde, se le hizo relaci��n de una causa seguida a un caballero de Quito, acusado de haber pretendido sublevarse contra el monarca. De los autos dedujo el virrey que todo era calumnia, y mand�� poner en libertad al preso, autoriz��ndolo para volver a Quito y d��ndole seis meses de plazo para que sublevase el territorio; entendi��ndose que si no lo consegu��a, pagar��an los delatores las costas del proceso y los perjuicios sufridos por el caballero.
?H��bil manera de castigar envidiosos y denunciantes infames!
Alguna quisquilla debi�� tener su excelencia con las lime?as cuando en dos ocasiones promulg�� bando contra las tapadas; las que, forzoso es decirlo, hicieron con ellos papillotas y tirabuzones. Legislar contra las mujeres ha sido y ser�� siempre serm��n perdido.
Volvamos a la virreina, que dejamos moribunda en el lecho.
III
Un mes despu��s se daba una gran fiesta en palacio en celebraci��n del restablecimiento de do?a Francisca.
La virtud febr��fuga de la cascarilla quedaba descubierta.
Atacado de fiebres un indio de Loja llamado Pedro de Leyva bebi��, para calmar los ardores de la sed, del agua de un remanso, en cuyas orillas crec��an algunos ��rboles de quina. Salvado as��, hizo la experiencia de dar de beber a otros enfermos del mismo mal c��ntaros de agua, en los que depositaba ra��ces de cascarilla. Con su descubrimiento vino a Lima y lo comunic�� a un jesu��ta, el que, realizando la feliz curaci��n de la virreina, prest�� a la humanidad mayor servicio que el fraile que invent�� la p��lvora.
Los jesu��tas guardaron por algunos a?os el secreto, y a ellos acud��a todo el que era atacado de terciana. Por eso, durante mucho tiempo, los polvos de la corteza de quina se conocieron con el nombre de polvos de los jesu��tas.
El doctor Scrivener dice que un m��dico ingl��s, Mr. Talbot, cur�� con la quinina al pr��ncipe de Cond��, al delf��n, a Colbert y otros personajes, vendiendo el secreto al gobierno franc��s por una suma considerable y una pensi��n vitalicia.
Linneo, tributando en ello un homenaje a la virreina condesa de Chinch��n, se?ala a la quina el nombre que hoy le da la ciencia: Chinchona.
Mendiburu dice que, al principio, encontr�� el uso de la quina fuerte oposici��n en Europa, y que en Salamanca se sostuvo que ca��a en pecado mortal el m��dico que la recetaba, pues sus virtudes eran debidas a pacto de dos peruanos con el diablo.
En cuanto al pueblo de Lima, hasta hace pocos a?os conoc��a los polvos de la corteza de este ��rbol maravilloso con el nombre de polvos de la condesa.[1]
[Nota 1: La primera esposa del conde de Chinch��n llam��se do?a Ana de Osorio, y por muchos se ha cre��do que fu�� ella la salvada por las virtudes de la quina. Un interesante estudio hist��rico publicado por don F��lix Cipriano Zegarra en la Revista Peruana, en 1879, nos ha
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