Torquemada en la hoguera | Page 8

B. Pérez Galdos
pero no ten��a cara de cura, ni de fraile, ni de torero. Era m��s bien un Dante echado �� perder. Dice un amigo m��o, que por sus pecados ha tenido que v��rselas con Bail��n, que ��ste es el vivo retrato de la sibila de Cumas, pintada por Miguel Angel, con las dem��s se?oras sibilas y los Profetas en el maravilloso techo de la Capilla Sixtina. Parece, en efecto, una vieja de raza tit��nica que lleva en su ce?o todas las iras celestiales. El perfil de Bail��n, y el brazo y pierna, como troncos a?osos; el forzudo t��rax, y las posturas que sab��a tomar, alzando una pataza y enarcando el brazo, le asemejaban �� esos figurones que andan por los techos de las catedrales, espatarrados sobre una nube. L��stima que no fuera moda que anduvi��ramos en cueros, para que luciese en toda su gallard��a acad��mica este ��ngel de cornisa. En la ��poca en que lo presento ahora, pasaba de los cincuenta a?os.
Torquemada lo estimaba mucho, porque en sus relaciones de negocios, Bailon hac��a gala de gran formalidad y aun de delicadeza. Y como el cl��rigo renegado ten��a una historia tan variadita y dram��tica, y sab��a contarla con mucho aqu��l, adorn��ndola con mentiras, D. Francisco se embelesaba oy��ndole, y en todas las cuestiones de un orden elevado le ten��a por or��culo. D. Jos�� era de los que con cuatro ideas y pocas m��s palabras se las componen para aparentar que saben lo que ignoran y deslumbrar �� los ignorantes sin malicia. El m��s deslumbrado era D. Francisco, y adem��s el ��nico mortal que le��a los folletos bail��nicos �� los diez a?os de publicarse; literatura envejecida casi al nacer, y cuyo fugaz ��xito no comprendemos sino recordando que la democracia sentimental, �� estilo de Jerem��as, tuvo tambi��n sus quince.
Escrib��a Bail��n aquellas necedades en parrafitos cortos, y �� veces romp��a con una cosa muy santa; verbigracia: ?Gloria �� Dios en las alturas y paz?, etc... para salir luego por este registro:
?Los tiempos se acercan, tiempos de redenci��n en que el hijo del Hombre ser�� due?o de la tierra.
?El Verbo deposit�� hace diez y ocho siglos la semilla divina. En noche tenebrosa fructific��. He aqu�� las flores.
??C��mo se llaman? Los derechos del pueblo.?
Y �� lo mejor, cuando el lector estaba m��s descuidado, les soltaba ��sta:
?He ah�� al tirano. ?Maldito sea!
?Aplicad el o��do y decidme de d��nde viene ese rumor vago, confuso, extra?o.
?Posad la mano en la tierra y decidme, por qu�� se ha estremecido.
?Es el hijo del Hombre que avanza, decidido �� recobrar su primogenitura.
??Por qu�� palidece la faz del tirano? ?Ah! el tirano ve que sus horas est��n contadas...?
Otras veces empezaba diciendo aquello de: ?Joven soldado, ?�� d��nde vas?? Y por fin, despu��s de mucho marear, qued��base el lector sin saber �� d��nde iba el soldadito, como no fueran todos, autor y p��blico, �� Legan��s.
Todo esto le parec��a de perlas �� D. Francisco, hombre de escasa lectura. Algunas tardes se iban �� pasear juntos los dos taca?os, charla que te charla; y si en negocios era Torquemada la sibila, en otra clase de conocimientos no hab��a m��s sibila que el Sr. de Bail��n. En pol��tica, sobre todo, el ex-cl��rigo se las echaba de muy entendido, principiando por decir que ya no le daba la gana de conspirar; como que ten��a la olla asegurada y no quer��a exponer su pelleja para hacer el caldo gordo �� cuatro silbantes. Luego pintaba �� todos los pol��ticos, desde el m��s alto al m��s obscuro, como un atajo de pilletes, y les sacaba la cuenta, al c��ntimo, de cuanto hab��an rapi?ado... Platicaban mucho tambi��n de reformas urbanas, y como Bail��n hab��a estado en Par��s y Londres, pod��a comparar. La higiene p��blica les preocupaba �� entrambos: el cl��rigo le echaba la culpa de todo �� los miasmas, y formulaba unas teor��as biol��gicas que eran lo que hab��a que oir. De astronom��a y m��sica tambi��n se le alcanzaba algo, no era lego en bot��nica, ni en veterinaria, ni en el arte de escoger melones. Pero en nada luc��a tanto su enciclop��dico saber como en cosas de religi��n. Sus meditaciones y estudios le hab��an permitido sondear el grande y temerario problema de nuestro destino total. ??A d��nde vamos a parar cuando nos morimos? Pues volvemos a nacer: esto es claro como el agua. Yo me acuerdo--dec��a mirando fijamente �� su amigo y turb��ndole con el tono solemne que daba �� sus palabras,--yo me acuerdo de haber vivido antes de ahora. He tenido en mi mocedad un recuerdo vago de aquella vida, y ahora, �� fuerza de meditar, puedo verla clara. Yo fui sacerdote en Egipto, ?se entera usted? all�� por los a?os de que s�� yo cu��ntos... s��, se?or, sacerdote en Egipto. Me parece que me estoy viendo con una sotana �� vestimenta de color de azafr��n, y unas al modo de
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