Valent��n estaba raso de ellas; y cuando vieron que no, los tales no pudieron contener su entusiasmo: uno le llam�� el Anticristo; otro le cogi�� en brazos y se lo puso �� la pela, y todos se disputaban sobre qui��n se le llevar��a, ansiosos de completar la educaci��n del primer matem��tico del siglo. Valent��n les miraba sin orgullo ni cortedad, inocente y due?o de si, como Cristo ni?o entre los doctores.
III
Basta de matem��ticas, digo yo ahora, pues me urge apuntar que Torquemada viv��a en la misma casa de la calle de Tudescos donde le conocimos cuando fu�� �� verle la de Bringas para pedirle no recuerdo que favor, all�� por el 68; y tengo prisa por presentar �� cierto sujeto que conozco hace tiempo, y que hasta ahora nunca ment�� para nada: un D. Jos�� Bail��n, que iba todas las noches �� la casa de nuestro D. Francisco �� jugar con ��l la partida de damas �� de mus, y cuya intervenci��n en mi cuento es necesaria ya para que se desarrolle con l��gica. Este Sr. Bail��n es un cl��rigo que ahorc�� los h��bitos el 69, en M��laga ech��ndose �� revolucionario y �� librecultista con tan furibundo ardor, que ya no pudo volver al reba?o, ni aunque quisiera le hab��an de admitir. Lo primero que hizo el condenado fu�� dejarse crecer las barbas, despotricarse en los clubs, escribir tremendas catilinarias contra los de su oficio, y, por fin, operando verbo et gladio, se lanz�� �� las barricadas con un trabuco naranjero que ten��a la boca lo mismo que una tompeta. Vencido y dado �� los demonios, le catequizaron los protestantes, ajust��ndole para predicar y dar lecciones en la capilla, lo que ��l hac��a de mal��sima gana y s��lo por el arrastrado garbanzo. A Madrid vino cuando aquella gentil pareja, Don Horacio y Do?a Malvina, puso su establecimiento evang��lico en Chamber��. Por un regular estipendio, Bail��n les ayudaba en los oficios, echando unos sermones agridulces, estrafalarios y fastidiosos. Pero al a?o de estos tratos, yo no s�� lo que pas��... ello fu�� cosa de alg��n atrevimiento apost��lico de Bail��n con las ne��fitas: lo cierto es que Do?a Malvina, que era persona muy mirada, le dijo en mal espa?ol cuatro frescas; intervino D. Horacio, denostando tambi��n �� su coadjutor, y entonces Bail��n, que era hombre de much��sima sal para tales casos, sac�� una navaja tama?a como hoy y ma?ana, y se dej�� decir que si no se quitaban de delante les echaba fuera el mondongo. Fu�� tal el p��nico de los pobres ingleses, que echaron �� correr pegando gritos y no pararon hasta el tejado. Resumen: que tuvo que abandonar Bail��n aquel acomodo, y despu��s de rodar por ah�� dando sablazos, fue �� parar �� la redacci��n de un peri��dico muy atrevidillo; como que su misi��n era echar chinitas de fuego �� toda autoridad: �� los curas, �� los obispos y al mismo Papa. Esto ocurr��a el 73, y de aquella ��poca datan los op��sculos pol��ticos de actualidad que public�� el clerizonte en el follet��n, y de los cuales hizo tiraditas aparte; bobadas escritas en estilo b��blico, y que tuvieron, aunque parezca mentira, sus d��as de ��xito. Como que se vend��an bien, y sacaron �� su endiablado autor de m��s de un apuro.
Pero todo aquello pas��, la fiebre revolucionaria, los folletos, y Bail��n tuvo que esconderse, afeit��ndose para disfrazarse y poder huir al extranjero. A los dos a?os asom�� por aqu�� otra vez, de bigotes largu��simos, aumentados con parte de la barba, como los que gastaba V��ctor Manuel; y por si tra��a �� no tra��a chismes y mensajes de los emigrados, meti��ronle mano y le tuvieron en el Saladero tres meses. Al a?o siguiente, sobrese��da la causa, viv��a el hombre en Chamber��, y seg��n la ch��chara del barrio, muy �� lo b��blico, amancebado con una viuda rica que ten��a reba?o de cabras y adem��s un establecimiento de burras de leche. Cuento todo esto como me lo contaron, reconociendo que en esta parte de la historia patriarcal de Bail��n hay gran obscuridad. Lo p��blico y notorio es que la viuda aqu��lla casc��, y que Bail��n apareci�� al poco tiempo con dinero. El establecimiento y las burras y cabras le pertenec��an. Arrend��lo todo; se fu�� �� vivir al centro de Madrid, dedic��ndose �� ingl��s, y no necesito decir m��s para que se comprenda de donde vinieron su conocimiento y tratos con Torquemada, porque bien se ve que ��ste fu�� su maestro, le inici�� en los misterios del oficio, y le manej�� parte de sus capitales como hab��a manejado los de Do?a Lupe la Magn��fica, m��s conocida por la de los pavos.
Era D. Jos�� Bail��n un animalote de gran alzada, atl��tico, de formas robustas y muy recalcado de facciones, verdadero y vivo estudio anat��mico por su riqueza muscular. Ultimamente hab��a dado otra vez en afeitarse;
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