orejeras que me ca��an por los lados de la cara. Me quemaron vivo, porque... ver�� usted... hab��a en aquella iglesia, digo, templo, una sacerdotisita que me gustaba... de lo m��s barbi��n, ?se entera usted?... ?y con unos ojos... as��, y un golpe de caderas, Sr. D. Francisco...! En fin, que aquello se enred��, y la diosa Isis y el buey Apis lo llevaron muy �� mal. Alborot��se todo aquel cleriguicio, y nos quemaron vivos �� la ch��vala y �� m��... Lo que le cuento es verdad, como ese es sol. Fijese usted bien, amigo; revuelva en su memoria; rebusque bien en el s��tano y en los desvanes de su s��r, y encontrar�� la certeza de que tambi��n usted ha vivido en tiempos lejanos. Su ni?o de usted, ese prodigio, debe de haber sido antes el propio Newton, �� Galileo, �� Euclides. Y por lo que hace �� otras cosas, mis ideas son bien claras. Infierno y cielo no existen: papas simb��licas y nada m��s. Infierno y cielo est��n aqu��. Aqu�� pagamos tarde �� temprano todas las que hemos hecho; aqu�� recibimos, si no hoy, ma?ana, nuestro premio, si lo merecemos, y quien dice ma?ana, dice el siglo que viene ... Dios, ?oh! la idea de Dios tiene mucho busilis... y para comprenderla hay que devanarse los sesos, como me los he devanado yo, dale que dale sobre los libros, y meditando luego. Pues Dios... (poniendo unos ojazos muy reventones y haciendo con ambas manos el gesto expresivo de abarcar un grande espacio) es la Humanidad, la Humanidad, ?se entera usted? lo cual no quiere decir que deje de ser personal... ?Qu�� cosa es personal? Fijese bien. Personal es lo que es uno. Y el gran Conjunto, amigo Don Francisco, el gran Conjunto... es uno, porque no hay m��s, y tiene los atributos de un ser infinitamente infinito. Nosotros, en mont��n, componemos la humanidad: somos los ��tomos que forman el gran todo; somos parte m��nima de Dios, parte min��scula, y nos renovamos como en nuestro cuerpo se renuevan los ��tomos de la cochina materia... ?se va usted enterando?...
Torquemada no se iba enterando ni poco ni mucho; pero el otro se met��a en un laberinto del cual no sal��a sino call��ndose. Lo ��nico que Don Francisco sacaba de toda aquella monserga, era que Dios es la Humanidad, y que la Humanidad es la que nos hace pagar nuestras picard��as �� nos premia por nuestras buenas obras. Lo dem��s no lo entend��a as�� le ahorcaran. El sentimiento cat��lico de Torquemada no hab��a sido nunca muy vivo. Cierto que en tiempos de Do?a Silvia iban los dos �� misa, por rutina; pero nada m��s. Pues despu��s de viudo, las pocas ideas del Catecismo que el Peor conservaba en su mente, como papeles �� apuntes in��tiles, las baraj�� con todo aquel f��rrago de la Humanidad-Dios, haciendo un l��o de mil demonios.
A decir verdad, ninguna de estas teolog��as ocupaba largo tiempo el mag��n del taca?o, siempre atento �� la baja realidad de sus negocios. Pero lleg�� un d��a, mejor dicho, una noche en que tales ideas hubieron de posesionarse de su mente con cierta tenacidad, por lo que ahorita mismo voy �� referir. Entraba mi hombre en su casa al caer de una tarde del mes de Febrero, evacuadas mil diligencias con diverso ��xito, discurriendo los pasos que dar��a al d��a siguiente, cuando su hija, que le abri�� la puerta, le dijo estas palabras: ?No te asustes, pap��, no es nada... Valent��n ha venido malo de la escuela.?
Las desazones del monstruo pon��an �� D. Francisco en gran sobresalto. La que se le anunciaba pod��a ser insignificante, como otras. No obstante, en la voz de Rufina hab��a cierto temblor, una veladura, un timbre extra?o, que dejaron �� Torquemada fr��o y suspenso.
?Yo creo que no es cosa mayor--prosigui�� la se?orita.--Parece que le di�� un vahido. El maestro fu�� quien lo trajo... en brazos.?
El Peor segu��a clavado en el recibimiento, sin acertar �� decir nada ni �� dar un paso.
?Le acost�� en seguida, y mand�� un recado �� Quevedo para que viniera �� escape.?
D. Francisco, saliendo de su estupor como si le hubiesen dado un latigazo, corri�� al cuarto del chico, �� quien vi�� en el lecho, con tanto abrigo encima que parec��a sofocado. Ten��a la cara encendida, los ojos dormilones. Su quietud m��s era de modorra dolorosa que de sue?o tranquilo. El padre aplic�� su mano �� las sienes del inocente montruo, que abrasaban.
--Pero ese trasto de Quevedillo.... As�� reventara.... No s�� en qu�� piensa.... Mira, mejor ser�� llamar otro m��dico que sepa m��s.
Su hija procuraba tranquilizarle; pero ��l se resist��a al consuelo. Aquel hijo no era un hijo cualquiera, y no pod��a enfermar sin que se alterara el orden del universo. No prob�� el afligido padre la comida; no hac��a m��s que dar vueltas por la casa,
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