aprendizaje, andaba muy mal trajeado y con afectaci��n de pobreza, la cara y las manos sin lavar, rasc��ndose �� cada instante en brazos y piernas cual si llevase miseria, el sombrero con grasa, la capa deshilachada; si bien consta tambi��n en las cr��nicas de la vecindad que en su casa se com��a de vigilia casi todo el a?o, y que la se?ora sal��a �� sus negocios con una toquilla agujereada y unas botas viejas de su marido, no es menos cierto que, alrededor del 70, la casa estaba ya en otro pie; que mi Do?a Silvia se pon��a muy maja en ciertos d��as; que D. Francisco se mudaba de camisa m��s de una vez por quincena; que en la comida hab��a menos carnero que vaca, y los domingos se a?ad��a al cocido un despojito de gallina; que aquello de judias �� todo pasto y algunos d��as pan seco y salchicha cruda, fu�� pasando �� la historia; que el estofado de contra apareci�� en determinadas fechas, por las noches, y tambi��n pescados, sobre todo en tiempo de blandura, que iban baratos; que se iniciaron en aquella mesa las chuletas de ternera y la cabeza de cerdo, salada en casa por el propio Torquemada, el cual era un famoso salador; que, en suma y para no cansar, la familia toda empezaba �� tratarse como Dios manda.
Pues en los ��ltimos a?os de Do?a Silvia, la transformaci��n acentu��se m��s. Por aquella ��poca cat�� la familia los colchones de muelles; Torquemada empez�� �� usar chistera de cincuenta reales; disfrutaba dos capas, una muy buena, con embozos colorados; los hijos iban bien apa?aditos; Rufina ten��a un lavabo de los de m��rame y no me toques, con jofaina y jarro de cristal azul, que no se usaba nunca por no estropearlo; Do?a Silvia se engalan�� con un abrigo de pieles que parec��an de conejo, y dejaba bizca �� toda la calle de Tudescos y callej��n del Perro cuando sal��a con la visita guarnecida de abalorio; en fin, que pasito �� paso y �� codazo limpio, se hab��an, ido metiendo en la clase media, en nuestra bonachona clase media, toda necesidades y pretensiones, y que crece tanto, tanto, ?ay dolor! que nos estamos quedando sin pueblo.
Pues se?or, revienta Do?a Silvia, y empu?adas por Rufina las riendas del gobierno de la casa, la metamorfosis se marca mucho m��s. A reinados nuevos, principios nuevos. Comparando lo peque?o con lo grande y lo privado con lo p��blico, dir�� que aquello se me parec��a �� la entrada de los liberales, con su poquito de sentido revolucionario en lo que hacen y dicen. Torquemada representaba la idea conservadora; pero transig��a, ?pues no hab��a de transigir! dobleg��ndose �� la l��gica de los tiempos. Apechug�� con la camisa limpia cada media semana; con el abandono de la capa n��mero dos para de d��a, releg��ndola al servicio nocturno; con el destierro absoluto del hongo n��mero tres, que no pod��a ya con m��s sebo; acept��, sin viva protesta, la renovaci��n de manteles entre semana, el vino �� pasto, el cordero con guisantes (en su tiempo), los pescados finos en Cuaresma y el pavo en Navidad; toler�� la vajilla nueva para ciertos d��as; el chaquet con trencilla, que en ��l era un refinamiento de etiqueta, y no tuvo nada que decir de las modestas galas de Rufina y de su hermanito, ni de la alfombra del gabinete, ni de otros muchos progresos que se fueron metiendo en la casa �� modo de contrabando.
Y vi�� muy pronto D. Francisco que aquellas novedades eran buenas y que su hija ten��a mucho talento, porque... vamos, parec��a cosa del otro jueves... ech��base mi hombre �� la calle y se sent��a, con la buena ropa, m��s persona que antes; hasta le sal��an mejores negocios, m��s amigos ��tiles y explotables. Pisaba m��s fuerte, tos��a m��s recio, hablaba m��s alto y atrev��ase �� levantar el gallo en la tertulia del caf��, not��ndose con br��os para sustentar una opini��n cualquiera, cuando antes, por efecto sin duda del mal pelaje y de su rutinaria afectaci��n de pobreza, siempre era de la opini��n de los dem��s. Poco �� poco lleg�� �� advertir en s�� los alientos propios de su capacidad social y financiera; se tocaba, y el sonido le advert��a que era propietario y rentista. Pero la vanidad no le ceg�� nunca. Hombre de composici��n homog��nea, compacta y dura, no pod��a incurrir en la tonter��a de estirar el pie m��s del largo de la s��bana. En su car��cter hab��a algo resistente �� las mudanzas de forma impuestas por la ��poca; y as�� como no vari�� nunca su manera de hablar, tampoco ciertas ideas y pr��cticas del oficio se modificaron. Prevaleci�� el amaneramiento de decir siempre que los tiempos eran muy malos, pero muy malos; el lamentarse de la desproporci��n entre sus m��seras ganancias y su mucho trabajar; subsisti��
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