de entregar su primavera al arrugado pensador. Pese a las desavenencias, cuando en 1831 Schopenhauer dej� a Berl�n, infestada de c�lera, con destino a Frankfurt, quer�a llevarse consigo a Carolina Medon con un condici�n: que el hijo, fruto de su traici�n, se quedar� en Berl�n. Caroline, como toda buena madre, fue firme y dej� que el fil�sofo partiera sin ella. 10 A. Schopenhauer, Der handschriftliche Nachlass, Frankfurt a. M., editado por A. H�bscher, 5 vol�menes en 6 tomos, Kramer, 1966-1975, vol. II, p. 162. 11 A. Schopenhauer, Gespr�che, ya citado, p. 152. 12 A. Schopenhauer, Parerga und paralip�mena, Wiesbaden, editado por A. H�bscher, tercera edici�n, Brockhaus, 1972, vol. VI, p.659.
10. EL ARTE DE TRATAR A LAS MUJERES Para completar el cuadro de los asuntos femeninos de Schopenhauer en Bel�n, hay que recordar el penoso incidente con una tal Caroline Marquet, costurera vecina suya. Tras un altercado frente a su casa, donde la desfachatada mujer se hab�a quedado a charlar con otras comadres, interrumpi�ndole sus reflexiones �algunos bi�grafos maliciosos sostienen que fue durante uno de sus discretos encuentros con la costurera�, Schopenhauer la maltrat� al punto de causarle lesiones corporales. Tras una serie de procesos judiciales que duraron unos cinco a�os, fue condenado por Realinjurie a pagarle una renta vitalicia. Tras la muerte de la mujer, haciendo un juego de palabras, el fil�sofo anot�: �Obit anus, abit onus�, �Al desaparecer la vieja, desaparece la obligaci�n�. As�, pues, de fracaso en fracaso, nuestro h�roe, tras mudarse a Frankfurt, lleg� a la firme determinaci�n de renunciar definitivamente al matrimonio. Mas no del todo a las mujeres, es decir, a una �petite liaison, si n�cessaire�. All� tuvo, no sabemos de quien, otro hijo ileg�timo, que muri� poco despu�s del parto. DULCIS IN FUNDO La vejez le reservar�a una sorpresa a Schopenhauer. Mientras �el Nilo va llegando al Cairo�, podemos leer en sus cartas el alivio por haberse liberado de las cadenas del sexo y de aquella oscura fuerza metaf�sica que es la voluntad. Pero, justamente, en ese momento, Cupido le lanza un �ltimo e inocuo dardo: una joven escultora, Elizabeth Ney, que con miras a esculpir su busto, lo visita en el oto�o de 1859, qued�ndose en su casa casi un mes. El venerable anciano se entusiasma: �Trabaja durante todo el d�a en mi casa �le cuenta a von Hornstein, frot�ndose con satisfacci�n las manos� y cuando regreso de almorzar, tomamos juntos el caf�, sentados uno cerca del otro en el sof�: me siento como si estuviera casado.�13 El id�lico entendimiento con la joven artista, que lo consiente al m�ximo, hace tambalear su imagen pesimista de la mujer, originada por la turbulenta relaci�n con su madre y teorizada durante a�os sobre bases pseudometaf�sicas. En una tard�a retractaci�n, conf�a a una amiga de Malwida von Meysenbug su evoluci�n a un juicio m�s favorable: �Sobre las mujeres no he dicho a�n mi �ltima palabra: creo que la mujer, si logra salir de la multitud o, mas bien, si logra elevarse por encima de ella, puede crecer indefinidamente, y a�n 13 A. Schopenhauer, Gespr�che, ya citado, p. 225.
11. EL ARTE DE TRATAR A LAS MUJERES m�s que el hombre, a quien la edad le fija una frontera, en tanto que la mujer se desarrolla cada d�a m�s�.14 As� no sea verdad, es una muy buena ocurrencia. LA MUJER SIN CUALIDADES El presente tratado es un florilegio de sentencias en las que Schopenhauer expone su concepci�n acerca de la mujer. Lo hemos recopilado a partir de la revisi�n de sus escritos editados e in�ditos, en especial la c�lebre �Metaf�sica del amor sexual�, cap�tulo 44 de los �Suplementos� a la segunda edici�n (1844) de El mundo como voluntad y representaci�n, y luego el peque�o ensayo Acerca de las mujeres, incluido en Parerga und paralip�mena (1851) y el Nachlass. La escogencia y la distribuci�n de las m�ximas por temas, obviamente son nuestras, pero poseen un fundamentatum in re, ya que ponen en evidencia, seg�n su orden, los aspectos y los problemas centrales de nuestro personaje. Y no solamente eso: la antropolog�a de Schopenhauer acerca del comportamiento femenino, que en sus intenciones es cient�fica y objetiva, nos muestra en realidad toda la preocupaci�n de alguien que, herido en el alma, escribe cum ira et studio. Esta es la raz�n por la cual las sentencias, en lugar de ser descripciones neutrales, se convierten m�s bien en un cat�logo de consejos para prevenir al sexo masculino de las fatales insidias, riesgos y agotadores conflictos que, inevitablemente, derivan de las relaciones con las mujeres. En resumen, se trata de un arte verdadero y propio �al estilo de los manuales ya publicados�15 para tratar, de manera conveniente, al sexo opuesto y sus volubles comportamientos. Obviamente, para nosotros, hombres y mujeres de hoy, resulta muy f�cil ver que
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