Schopenhauer El Arte De Tratar A Las Mujeres | Page 2

Schopenhauer, Arturo (1788-1860)
cas� con Pitia y con ella tuvo una hija. Adem�s, luego de enviudar, recibi� en su casa a otra mujer, Herpilis, que le dio un segundo hijo, Nic�maco. Por el cari�o con que en su testamento habla de las dos, podr�amos deducir que ambas uniones fueron felices: el estagirita dispuso que los restos de su esposa fuesen colocados al lado de los suyos, y dej� parte de su herencia a Herpilis. Sin embargo, para corroborar cu�n arriesgada estaba la idea de la incompatibilidad entre actividad filos�fica y presencia femenina, basta ver c�mo los siglos le achacaron al inocente �maestro de los que saben� una tradici�n denigratoria que difundir�a una imagen poco edificante de sus relaciones con el otro sexo. Se trata del tema de Arist�teles y F�lida, del sabio y la bella cortesana, retomado, a trav�s de la intermediaci�n �rabe, de una veta oriental (Pa�catantra) presente en distintos cuentos medievales y representaciones art�sticas, entre ellas una c�lebre xilograf�a de Hans Baldung Grien. La encantadora F�lida distrae con sus gracias al joven Alejandro, cuya educaci�n hab�a sido confiada por su padre Filipo, rey de Macedonia, a Arist�teles. �ste se queja al rey, que le proh�be al fogoso adolescente verse con la hermosa muchacha. En venganza, �sta le promete al fil�sofo sus gracias, a condici�n de que �l, andando a gatas, se deje cabalgar por ella. Seducido por sus encantos, Arist�teles acepta ignorante de que la astuta joven hab�a informado al rey del espect�culo. Convertido en el hazmerre�r de la corte maced�nica, el gran pensador, avergonzado se retira entonces a una isla, para escribir un tratado sobre la perfidia femenina. No es que posteriormente las relaciones entre los fil�sofos y las mujeres hayan mejorado, ni siquiera en la era moderna. Incluso el mismo Kant, exponente m�ximo del iluminismo, que eleva a principio el coraje de usar el propio intelecto contra todo preconcepto y autoridad, parece perder con las mujeres la luz de la raz�n. Es cierto que este fil�sofo emancipa a la mujer de la sumisi�n primitiva y bestial al hombre, concedi�ndole el derecho de la �galanter�a�, es decir la �libertad de tener varios amantes�. Pero, por otro lado, le niega el derecho al voto, acumulando, con gran prosopopeya, una serie de prejuicios, iron�as e impertinencias sobre el sexo femenino, que presenta como el resultado cient�fico de una �antropolog�a pragm�tica�. �Un ejemplo?: �Las cualidades de la mujer se denominan debilidades�. Otro m�s: �El hombre es f�cil de descubrir; la mujer, por el contrario nunca devela su secreto, pese a que (por su locuacidad) dif�cilmente puede guardar el de otros�. O este: �Con el matrimonio la mujer se libera, el hombre pierde su libertad�. Y sobre la cultura
5. EL ARTE DE TRATAR A LAS MUJERES femenina: �Las mujeres eruditas usan los libros casi como reloj de esos que llevan para mostrar que tienen uno, as� muchas veces no ande o est� desajustado�.1 Y como esos, m�s. Cabe aqu� pensar que en asunto de mujeres el insospechable Kant ha sido el modelo de las maldades de Schopenhauer y Nietzsche. De todas formas, es bien sabido que, en mujeres y en amor, los grandes fil�sofos no son generalmente muy diestros. Si al cabo deciden meterse en ello, caen en desdichas, l�os y desastres: Abelardo con Elo�sa, Nietzsche con Lou, Weber con Else, Scheler con sus muchas amantes, Heidegger con Hannah, Wittgenstein con Marguerite. No viene al caso continuar con la vergonzosa lista, mitigada s�lo en parte por algunos exempla in contrarium: el amor de Schelling por Caroline, el idilio de Comte con Clotilde, la simbiosis de Simmel con Gertrud (autora, tras un seud�nimo, de importantes libros), y el arrollador encuentro entre Bataille y Laure. EL CASO SCHOPENHAUER Todo lo anterior se resume en una sencilla y �nica recomendaci�n hermen�utica: durante la lectura del presente tratado hay que tener presentes los condicionamientos y las circunstancias, es decir, el gran peso de la tradici�n machista y los prejuicios at�vicos que gravitan sobre la pluma de Schopenhauer. No obstante, hay que reconocerle, al menos, el m�rito de haber tomado en serio el problema de la relaci�n entre la filosof�a y las mujeres. Despu�s de �l, y despu�s de Nietzsche, ya no ser� posible ignorar este problema.2 A decir verdad, ya en los tiempos de Schopenhauer el clima estaba cambiando. Las grandes figuras femeninas del iluminismo y del romanticismo hab�an demostrado, con sobradas evidencias, la necesidad de extirpar el machismo desde sus ra�ces, dando curso a lo que ser�a la �gran marcha de la mujer hacia la emancipaci�n�. Desde que el joven Friedrich Schlegel, en su obra Diotima (1795), hab�a elevado la figura femenina de El banquete plat�nico a modelo para la nueva mujer que busca en el eros su propia realizaci�n, pero sobre todo despu�s de Lucinda (1799), la novela cuya inspiraci�n no era
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 21
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.