cuanto hemos
hablado y convenido.--Y además, les suplico tengan paciencia, si
nuestros soldados atropellan á algún filipino; pues como voluntarios
carecen aún de disciplina.
Contesté al almirante que tendría presente todas sus recomendaciones
de reserva, y que en cuanto á los abusos de los soldados, ya se habían
dado las órdenes convenientes sobre el particular, haciendo al almirante
igual advertencia con respecto á nuestros soldados.
XI.
LA COMISIÓN ESPAÑOLA
El almirante cambiando repentinamente el curso de la conversación, me
preguntó: ¿porqué no se alzan los vecinos de Manila, como lo han
hecho ya los de provincias? ¿Será verdad que aceptan la autonomía
ofrecida por el General Augustín con Asamblea de Representantes?
¿Será cierto el aviso que he recibido, que ha salido de Manila una
Comisión de filipinos para proponerles la aceptación de dicha
autonomía, y reconocer á V. el empleo de General, así como á sus
compañeros, el que disfrutan?
Le contesté que los de Manila no se alzan porque no tienen armas, y
porque como comerciantes y propietarios que son, temen que de
levantarse, los españoles se apoderen de sus riquezas, quemando y
distruyendo lo demás, por lo que aparentan aceptar la autonomía por
política de engaño.
Pero que yo confiaba en que todos los filipinos de Manila eran
partidarios de la Independencia, como se comprobaría el día de la toma
de Manila por nuestras tropas. Para entónces creo que los vecinos de
Manila vitorearán con nosotros la Independencia de Filipinas, haciendo
nuevas demostraciones de adhesión á nuestro Gobierno.
Díjele también que era cierto había venido una Comisión mixta á
nombre del General Agustin y del arzobispo Nozaleda, la cual
Comisión me había manifestado que venía obligada por los españoles,
pero que hacía constar su adhesión á nuestra causa. Los individuos de
la Comisión me expusieron que los españoles les habían recomendado
dijeran que venían de motu propio, sin misión concreta ni excitación de
los autoridades españolas, figurando ser fieles intérpretes de todos los
vecinos de Manila, pero que aseguráran que con tal de que se aceptara
la autonomía, el General Agustin y el arzobispo Nozaleda me
reconocerían el empleo de General y los de mis compañeros, dándome
un millón de pesos, las indemnizaciones no percibidas del pacto de
Biak-na-bató, y un buen puesto con gran sueldo en la Asamblea de
Representantes, promesas á las que los mismos comisionados no
prestaban crédito aunque algunos opinaban, que debía recibirse el
dinero para restarlo de la caja del Gobierno español y como procedente
de la contribución de los filipinos. Los comisionados concluyeron por
asegurarme que ellos se alzarían en Manila, si se les proporcionaban
armas, y que lo mejor que podía yo hacer era atacar Manila por los
lugares que señalaban como puntos débiles, defendidos por
destacamentos españoles fáciles de copar.
Dí las gracias á la Comisión por su sinceridad y franqueza, y les dije,
que se retiren tranquilos, haciendo presente á los que les habían
mandado que no habían sido recibidos por falta de credencial, y que,
aunque las hubieran tenido según lo habían visto y oido de otros
revolucionarios, D. Emilio Aguinaldo no aceptaría sus proposiciones de
autonomía, porque el pueblo filipino tenía la suficiente ilustración para
gobernarse por sí mismo y estaba cansado de ser martirizado por los
abusos del poder extrangero, por lo que, no desea más que su
Independencia, y así los españoles podían prepararse para defender su
Soberanía, porque el ejército filipino les atacaría duramente y con
constancia hasta tomar Manila.
También encargué á los comisionados dijeran á Nozaleda, que abusaba
mucho en el ejercicio de su elevado cargo, conducía contraria á los
preceptos del Sumo Pontífice, que si no la enmendaba me vería, el día
menos pensado, precisado á sacar á luz cosas que le llenarían de
vergüenza, y que sabía que unido á Augustín habían comisionado á
cuatro alemanes y cinco franceses que disfrazados me asesinarían bajo
la equivocada esperanza, sin duda, de que muerto yo, el pueblo filipino
se sometería tranquilamente á la Soberanía de España; error crasísimo,
porque si hubiera sido asesinado, el pueblo filipino hubiera seguido con
mayor calor la revolución, surjirían otros hombres como yo que
vengaran mi muerte. Y por último, les recomendé á los comisionados
que dijeran á los vecinos de Manila se ocuparan en sus industrias y
comercios, pudiendo estar tranquilos con respecto al Gobierno nuestro,
cuya norma de conducta era la rectitud y justicia, pues no teníamos
frailes que corrompan aquellas virtudes cívicas, que el Gobierno
filipino procura ostentar ante los ojos de todas las naciones. Que
trabajaran, pues, en sus negocios y no pensasen en salir de Manila para
este campo, donde había escasez de recursos, y porque ya habrá
demasiado gente que servía al Gobierno y al ejército; si algo nos faltaba
eran armas.
La Comisión me preguntó qué condiciones impondrían los Estados
Unidos
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