una especie de tumulto, y
tratando sobre lo que se habia de resolver, fueron unos de parecer que
se embistiese al enemigo, y otros que nó; de modo que, divididos en los
dictámenes, sintieron bien presto los efectos de la discordia, que paró
en herirse reciprocamente. A esta fatalidad sobrevinieron otras, cuales
fueron la de haberlos cargado el enemigo, haberse pegado fuego á la
pólvora que tenian, y caídoles un lienzo del edificio en que se alojaban:
y muertos unos, otros abrasados, y no pocos envueltos en la ruina de la
pared, fueron todos consumidos y disipados, y el rebelde se aprovechó
de las armas de fuego y blancas, reforzándose con los despojos de sus
mismos enemigos.
Tanto cuanto este suceso desgraciado pudo ofrecer de turbacion á la
ciudad del Cuzco, tuvo de feliz y ventajoso para Tupac-Amaru, con el
cual, dueño de la campaña, la corrió y saqueó, haciendo destrozos en
los pueblos, haciendas y obrages de los españoles, y avanzándose hasta
la provincia de Lampa, entró en Ayabirí sin oposicion: porque aunque
en este pueblo se habian juntado algunos vecinos españoles de aquella
y otras provincias comarcanas, conducidos de sus corregidores, al
aproximarse al enemigo, tomaron la fuga: con lo que, difundiéndose la
confusion, el sobresalto y el temor, y prófugos los curas y corregidores,
quedaron abandonados, y á discrecion de los indios, los pueblos y
provincias, excepto la de Pancarcolla, en que su corregidor, D. Joaquin
Antonio de Orellana, lleno de heróicos sentimientos, formó poco
despues el proyecto de mantenerla á costa de su vida, y buscando por
asilo la villa de Puno, se fortificó en ella con pocos de los suyos. La
desenfrenada codicia de los bárbaros usurpadores los empeñaba en
pillarlo todo, sin respetar los templos; en ellos derramaban la sangre
humana sin distincion de sexos, ni edades. Pocas veces se habrá visto
desolacion tan terrible, ni fuego que con mas rapidez se comunicase á
tantas distancias, siendo digno de notar, que en 300 leguas que se
cuentan de longitud, desde el Cuzco hasta las fronteras del Tucuman,
en que se contienen 24 provincias, en todas prendió casi á un mismo
tiempo el fuego de la rebelion, bien que con alguna diferencia en el
exceso de las crueldades.
Siguió José Gabriel Tupac-Amaru las huellas de todos los tiranos, y
conociendo cuan facilmente se deja arrastrar el populacho de las
apariencias con que se le galantea, porque no penetra los arcanos del
usurpador, comenzó publicando edictos de las insufribles extorsiones
que padecia la nacion, las abultadas pensiones que injustamente
toleraba, los agravios que se repetian en las aduanas, y estancos
establecidos: que los indios eran víctima de la codicia de los
corregidores, quienes buscaban todos los medios de enriquecer, sin
reparar en las injusticias y vejaciones que originaban, cuyas modestas
quejas, con que muchas veces les representaron sus excesos, no
sirviesen de otra cosa que de incitar la ira y la venganza; y en fin que
todo era injusticia, tirania y ambicion: que su intento estaba unicamente
reducido á buscar el bien de la Patria, con esterminio de los inicuos y
ladrones. Así se esplicaba este rebelde, para seducir á los pueblos,
engrosando su partido, y con mano armada pasando á los filos de su
cólera á cuantos se le oponian, invadió las provincias de Azangaro,
Carabaya, Tinta, Calca y Quispicanchi, que por fuerza ó de grado se
declararon sus partidarias, á cuyo ejemplo siguieron el mismo rumbo
las de Chucuito, Pacajes, Omasuyos, Larecaja, Yungas y parte de las de
Misque, Cochabamba y Atacama. Siendo ya general la sublevacion, se
experimentaron trágicos ó inauditos sucesos, para cuya descripcion era
necesario sudase sangre la pluma, y fuesen los caracteres nuestras
lágrimas.
Con los muchos indios que se habian juntado á Tupac-Amaru, y las
armas de que ya se habia apoderado, resolvió ir sobre el Cuzco, con el
fin de posesionarse de esta ciudad, y logrado su intento, coronarse en
ella, por ser la antigua capital del imperio peruano, con todas las
solemnidades que imitasen la costumbre de sus antiguos poderes. Se
habian acogido á esta poblacion muchos fugitivos de las provincias
inmediatas, que atemorizados de los estragos que ocasionaba el tirano,
no pensaban sino en salvar sus vidas por aquel medio: y cuando estaban
imaginando abandonar la ciudad, y que era en vano intentar resistir al
rebelde, lo impidió D. Manuel Villalta, corregidor de Abancay, que
habia servido en el real ejército con el grado de Teniente Coronel. Este
animoso oficial, despreciando los temores, y con la experiencia de su
profesion, levantó aquellos espíritus abatidos, echó mano de las
milicias, y ordenó las cosas de manera que dificultasen el proyecto del
rebelde: á que contribuyeron mucho los caciques de Tinta y Chicheros,
Rozas y Pumacagua, cuya lealtad y la de los Chuquiguancas, brilló
como un astro luminoso en medio
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