cuidarme, al mimarme, al esmerarse
conmigo cuando pequeño, trataba de aplacar su irritada sombra, si la sombra, si el
espíritu de ella, que era un ángel de bondad y de mansedumbre, hubiera sido capaz de ira.
Repito, pues, que estoy lleno de gratitud hacia mi padre; él me ha reconocido, y además,
a la edad de diez años me envió con Vd., a quien debo cuanto soy.
Si hay en mi corazón algún germen de virtud, si hay en mi mente algún principio de
ciencia; si hay en mi voluntad algún honrado y buen propósito, a Vd. lo debo.
El cariño de mi padre hacia mí es extraordinario, es grande; la estimación en que me tiene,
inmensamente superior a mis merecimientos. Acaso influya en esto la vanidad. En el
amor paterno hay algo de egoísta; es como una prolongación del egoísmo. Todo mi valer,
si yo le tuviese, mi padre le consideraría como creación suya, como si yo fuera
emanación de su personalidad, así en el cuerpo como en el espíritu. Pero de todos modos,
creo que él me quiere y que hay en este cariño algo de independiente y de superior a todo
ese disculpable egoísmo de que he hablado.
Siento un gran consuelo, una gran tranquilidad en mi conciencia, y doy por ello las más
fervientes gracias a Dios, cuando advierto y noto que la fuerza de la sangre, el vínculo de
la naturaleza, ese misterioso lazo que nos une, me lleva, sin ninguna consideración del
deber, a amar a mi padre y a reverenciarle. Sería horrible, no amarle así y esforzarse por
amarle para cumplir con un mandamiento divino. Sin embargo, y aquí vuelve mi
escrúpulo: mi propósito de ser clérigo o fraile, de no aceptar o de aceptar sólo una
pequeña parte de los cuantiosos bienes que han de tocarme por herencia y de los cuales
puedo disfrutar ya en vida de mi padre, ¿proviene sólo de mi menosprecio de las cosas
del mundo, de una verdadera vocación a la vida religiosa, o proviene también de orgullo,
de rencor escondido, de queja, de algo que hay en mí que no perdona lo que mi madre
perdonó con generosidad sublime? Esta duda me asalta y me atormenta a veces; pero casi
siempre la resuelvo en mi favor, y creo que no soy orgulloso con mi padre; creo que yo
aceptaría todo cuanto tiene si lo necesitara; y me complazco en ser tan agradecido con él
por lo poco como por lo mucho.
Adiós tío: en adelante escribiré a Vd. a menudo y tan por extenso como me tiene
encargado, si bien no tanto como hoy, para no pecar de prolijo.
* * * * *
_28 de Marzo_.
Me voy cansando de mi residencia en este lugar, y cada día siento más deseo de volverme
con Vd. y de recibir las órdenes; pero mi padre quiere acompañarme, quiere estar
presente en esa gran solemnidad y exige de mí que permanezca aquí con él dos meses por
lo menos. Está tan afable, tan cariñoso conmigo, que sería imposible no darle gusto en
todo. Permaneceré, pues, aquí el tiempo que él quiera. Para complacerle, me violento y
procuro aparentar que me gustan las diversiones de aquí, las giras campestres y hasta la
caza, a todo lo cual le acompaño. Procuro mostrarme más alegre y bullicioso de lo que
naturalmente soy. Como en el pueblo, medio de burla, medio en son de elogio, me llaman
el santo, yo por modestia trato de disimular estas apariencias de santidad o de suavizarlas
y humanarlas con la virtud de la eutropelia, ostentando una alegría serena y decente, la
cual nunca estuvo reñida ni con la santidad ni con los santos. Confieso, con todo, que las
bromas y fiestas de aquí, que los chistes groseros y que el regocijo estruendoso me
cansan. No quisiera incurrir en murmuración ni ser maldiciente, aunque sea con todo
sigilo y de mí para Vd.; pero a menudo me doy a pensar que tal vez sería más difícil
empresa el moralizar y evangelizar un poco a estas gentes, y más lógica y meritoria, que
el irse a la India, a la Persia o la China, dejándose atrás a tanto compatriota, si no perdido,
algo pervertido. ¡Quién sabe! Dicen algunos que las ideas modernas, que el materialismo
y la incredulidad tienen la culpa de todo; pero si la tienen, pero si obran tan malos efectos,
ha de ser de un modo extraño, mágico, diabólico, y no por medios naturales, pues es lo
cierto que nadie lee aquí libro alguno ni bueno ni malo, por donde no atino a comprender
cómo puedan pervertirse con las malas doctrinas que privan ahora. ¿Estarán en el aire las
malas doctrinas, a modo de miasmas de una epidemia? Acaso (y siento tener este mal
pensamiento, que a
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