Pepita Jiménez | Page 5

Juan Valera
ella puede ser esta mujer, pesándome ya algo, y tal vez entre en
esto cierto orgullo de familia, que si es malo quisiera desechar, los desdenes, aunque
melifluos y afectuosos, de la mencionada joven viuda.
Si tuviera yo otra condición, preferiría que mi padre se quedase soltero. Hijo único
entonces, heredaría todas sus riquezas, y, como si dijéramos, nada menos que el cacicato
de este lugar; pero Vd. sabe bien lo firme de mi resolución.
Aunque indigno y humilde, me siento llamado al sacerdocio, y los bienes de la tierra
hacen poca mella en mi ánimo. Si hay algo en mí del ardor de la juventud y de la
vehemencia de las pasiones propias de dicha edad, todo habrá de emplearse en dar pábulo
a una caridad activa y fecunda. Hasta los muchos libros que Vd. me ha dado a leer y mi
conocimiento de la historia de las antiguas civilizaciones de los pueblos del Asia unen en
mí la curiosidad científica al deseo de propagar la fe, y me convidan y excitan a irme de
misionero al remoto Oriente. Yo creo que, no bien salga de este lugar, donde Vd. mismo
me envía a pasar algún tiempo con mi padre, y no bien me vea elevado a la dignidad del
sacerdocio, y aunque ignorante y pecador como soy, me sienta revestido por don
sobrenatural y gratuito, merced a la soberana bondad del Altísimo, de la facultad de
perdonar los pecados y de la misión de enseñar a las gentes, y reciba el perpetuo y

milagroso favor de traer a mis manos impuras al mismo Dios humanado, dejaré a España
y me iré a tierras distantes a predicar el Evangelio.
No me mueve vanidad alguna; no quiero creerme superior a ningún otro hombre. El
poder de mi fe, la constancia de que me siento capaz, todo, después del favor y de la
gracia de Dios, se lo debo a la atinada educación, a la santa enseñanza y al buen ejemplo
de Vd., mi querido tío.
Casi no me atrevo a confesarme a mí mismo una cosa; pero contra mi voluntad esta cosa,
este pensamiento, esta cavilación, acude a mi mente con frecuencia, y ya que acude a mi
mente, quiero, debo confesársela a Vd.; no me es lícito ocultarle ni mis más recónditos e
involuntarios pensamientos. Vd. me ha enseñado a analizar lo que el alma siente, a buscar
su origen bueno o malo, a escudriñar los más hondos senos del corazón, a hacer, en suma,
un escrupuloso examen de conciencia.
He pensado muchas veces sobre dos métodos opuestos de educación: el de aquéllos que
procuran conservar la inocencia, confundiendo la inocencia con la ignorancia y creyendo
que el mal no conocido se evita mejor que el conocido, y el de aquéllos que,
valerosamente y no bien llegado el discípulo a la edad de la razón, y salva la delicadeza
del pudor, le muestran el mal en toda su fealdad horrible y en toda su espantosa desnudez,
a fin de que le aborrezca y le evite. Yo entiendo que el mal debe conocerse para estimar
mejor la infinita bondad divina, término ideal e inasequible de todo bien nacido deseo.
Yo agradezco a Vd. que me haya hecho conocer, como dice la Escritura, con la miel y la
manteca de su enseñanza, todo lo malo y todo lo bueno, a fin de reprobar lo uno y aspirar
a lo otro, con discreto ahínco y con pleno conocimiento de causa. Me alegro de no ser
cándido, y de ir derecho a la virtud, y en cuanto cabe en lo humano, a la perfección,
sabedor de todas las tribulaciones, de todas las asperezas que hay en la peregrinación que
debemos hacer por este valle de lágrimas, y no ignorando tampoco lo llano, lo fácil, lo
dulce, lo sembrado de flores que está, en apariencia, el camino que conduce a la perdición
y a la muerte eterna.
Otra cosa que me considero obligado a agradecer a Vd., es la indulgencia, la tolerancia,
aunque no complaciente y relajada, sino severa y grave, que ha sabido Vd. inspirarme
para con las faltas y pecados del prójimo.
Digo todo esto porque quiero hablar a Vd. de un asunto tan delicado, tan vidrioso, que
apenas hallo términos con que expresarle. En resolución, yo me pregunto a veces: este
propósito mío ¿tendrá por fundamento, en parte al menos, el carácter de mis relaciones
con mi padre? En el fondo de mi corazón, ¿he sabido perdonarle su conducta con mi
pobre madre, víctima de sus liviandades?
Lo examino detenidamente y no hallo un átomo de rencor en mi pecho. Muy al contrario:
la gratitud le llena todo. Mi padre me ha criado con amor; ha procurado honrar en mí la
memoria de mi madre, y se diría que al criarme, al
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