escudo que yo
recebirle: si con esta añadidura han de venir sus romances, traslade
todo el Romancero general, y envíemelos uno a uno; que yo les tentaré
el pulso, y si vinieren duros, seré yo blanda en recebillos.
Admirados quedaron los que oían a la Gitanica, así de su discreción
como del donaire con que hablaba.
Los que jugaban le dieron barato, y aun los que no jugaban. Cogió la
hucha de la vieja treinta reales, y más rica y más alegre que una Pascua
de Flores, antecogió sus corderas y fuése en casa del señor Teniente,
quedando que otro día volvería con su manada a dar contento a
aquellos tan liberales señores.
Ya tenía aviso la señora doña Clara, mujer del señor Teniente, como
habían de ir a su casa las gitanillas, y estábalas esperando como el agua
de Mayo ella y sus doncellas y dueñas, con las de otra señora vecina
suya, que todas se juntaron para ver a Preciosa; y apenas hubieron
entrado las gitanas, cuando entre las demás resplandeció Preciosa como
la luz de una antorcha entre otras luces menores; y así, corrieron todas a
ella: unas la abrazaban, otras la miraban, éstas la bendecían, aquéllas la
alababan. Doña Clara decía:
--¡Este sí que se puede decir cabello de oro! ¡Estos sí que son ojos de
esmeraldas!
La señora su vecina la desmenuzaba toda, y hacía pepitoria de todos sus
miembros y coyunturas. Y llegando a alabar un pequeño hoyo que
Preciosa tenía en la barba, dijo:
--¡Ay, qué hoyo! En este hoyo han de tropezar cuantos ojos le miraren.
Oyó esto un escudero de brazo de la señora doña Clara, que allí estaba,
de luenga barba y largos años, y dijo:
--¡Por Dios, tan linda es la Gitanilla, que hecha de plata o de alcorza no
podría ser mejor! ¿Sabes decir la buenaventura, niña?
--De tres o cuatro maneras--respondió Preciosa.
--Y ¿eso más?--dijo doña Clara---. Por vida del Tiniente, mi señor, que
me la has de decir, niña de oro, y niña de plata, y niña de perlas, y niña
de carbuncos, y niña del cielo, que es lo más que puedo decir.
--Dénle, dénle la palma de la mano a la niña, y con que haga la
cruz--dijo la vieja--, y verán qué de cosas les dice; que sabe más que un
doctor de melecina.
Echó mano a la faldriquera la señora Tenienta, y halló que no tenía
blanca. Pidió un cuarto a sus criadas, y ninguna le tuvo, ni la señora
vecina tampoco. Lo cual visto por Preciosa dijo:
--Todas las cruces, en cuanto cruces, son buenas; pero las de plata o de
oro son mejores; y el señalar la cruz en la palma de la mano con
moneda de cobre sepan vuesas mercedes que menoscaba la
buenaventura, a lo menos, la mía; y así, tengo afición a hacer la cruz
primera con algún escudo de oro, o con algún real de a ocho, o, por lo
menos, de a cuatro; que soy como los sacristanes: que cuando hay
buena ofrenda, se regocijan.
--Donaire tienes, niña, por tu vida--dijo la señora vecina.
Y volviéndose al escudero, le dijo:
--Vos, señor Contreras, ¿tendréis a mano algún real de a cuatro?
Dádmele; que en viniendo el doctor mi marido os le volveré.
--Sí tengo--respondió Contreras--; pero téngole empeñado en veinte y
dos maravedís, que cené anoche; dénmelos; que yo iré por él en
volandas.
--No tenemos entre todas un cuarto--dijo doña Clara---, ¿y pedís veinte
y dos maravedís? Andad, Contreras, que siempre fuistes impertinente.
Una doncella de las presentes, viendo la esterilidad de la casa, dijo a
Preciosa:
--Niña, ¿hará algo al caso que se haga la cruz con un dedal de plata?
--Antes--respondió Preciosa--se hacen las cruces mejores del mundo
con dedales de plata, como sean muchos.
--Uno tengo yo--replicó la doncella---; si éste basta, hele aquí, con
condición que también se me ha de decir a mí la buenaventura.
--¿Por un dedal tantas buenasventuras?--dijo la gitana vieja---. Nieta,
acaba presto; que se hace noche.
Tomó Preciosa el dedal y la mano de la señora Teniente y dijo _#la
buenaventura; y en acabándola#_ encendió el deseo de todas las
circunstantes en querer saber la suya, y así se lo rogaron todas; pero
ella las remitió para el viernes venidero, prometiéndole que tendrían
reales de plata para hacer las cruces. En esto, vino el señor Tiniente, a
quien contaron maravillas de la Gitanilla; él las hizo bailar un poco, y
confirmó por verdaderas y bien dadas las alabanzas que a Preciosa
habían dado; y poniendo la mano en la faldriquera, hizo señal de querer
darle algo; y habiéndola espulgado, y sacudido, y rascado muchas
veces, al cabo sacó la mano vacía, y dijo:
--¡Por Dios que no tengo blanca! Dadle vos, doña Clara, un real a
Preciosica;
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