Novelas y teatro | Page 2

Miguel de Cervantes Saavedra
a
quince días volvió a Madrid con otras tres muchachas, con sonajas y
con un baile nuevo, todas apercebidas de romances y de cantarcillos
alegres, pero todos honestos. Nunca se apartaba della la gitana vieja,
hecha su Argos, temerosa no se la despabilasen y traspusiesen;
llamábala nieta, y ella la tenía por abuela. Pusiéronse a bailar a la
sombra en la calle de Toledo, y de los que las venían siguiendo se hizo
luego un gran corro; y en tanto que bailaban, la vieja pedía limosna a
los circunstantes, y llovían en ella ochavos y cuartos como piedras a
tablado; que también la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad
dormida.
Acabado el baile, dijo Preciosa:
--Si me dan cuatro cuartos, les cantaré un romance yo sola, lindísimo
en extremo, que trata de cuando la Reina nuestra señora Margarita salió

a misa en Valladolid y fué a San Llorente: dígoles que es famoso, y
compuesto por un poeta de los del número, como capitán del batallón.
Apenas hubo dicho esto, cuando casi todos los que en la rueda estaban
dijeron a voces:
--Cántale, Preciosa, y ves aquí mis cuatro cuartos.
Y así granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos a
cogerlos. Hecho, pues, su agosto, y su vendimia, repicó Preciosa sus
sonajas, y al tono correntío y loquesco cantó el romance.
Apenas #_lo_# acabó cuando del ilustre auditorio y grave senado que la
oía, de muchas se formó una voz sola, que dijo:
--¡Torna a cantar, Preciosica; que no faltarán cuartos como tierra!
Más de docientas personas estaban mirando el baile y escuchando el
canto de las gitanas, y en la fuga dél acertó a pasar por allí uno de los
tinientes de la villa, y viendo tanta gente junta, preguntó qué era, y
fuéle respondido que estaban escuchando a la Gitanilla hermosa, que
cantaba. Llegóse el Tiniente, que era curioso, y escuchó un rato, y por
no ir contra su gravedad, no escuchó el romance hasta la fin; y
habiéndole parecido por todo extremo bien la Gitanilla, mando a un
paje suyo dijese a la gitana vieja que al anochecer fuese a su casa con
las gitanillas; que quería que las oyese dona Clara su mujer. Hizolo así
el paje, y la vieja dijo que sí iria.
Acabaron el baile y el canto y se fueron la calle adelante, y desde una
reja llamaron unos caballeros a las gitanas. Asomóse Preciosa a la reja,
que era baja, y vió en una sala muy bien aderezada y muy fresca
muchos caballeros que, unos paseándose y otros jugando a diversos
juegos, se entretenían.
--¿Quiérenme dar barato, ceñores?--dijo Preciosa, que, como gitana,
hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas; que no naturaleza.
A la voz de Preciosa, y a su rostro, dejaron los que jugaban el juego, y
el paseo los paseantes, y los unos y los otros acudieron a la reja por
verla, que ya tenían noticia della, y dijeron:
--Entren, entren las gitanillas; que aquí les daremos barato.
--Caro sería ello--respondió Preciosa--si nos pellizcacen.
--No, a fe de caballeros--respondió uno--; bien puedes entrar, niña,
segura que nadie te tocará a la vira de tu zapato; no, por el hábito que
traigo en el pecho.
Y púsose la mano sobre uno de Calatrava.

--Si tú quieres entrar, Preciosa--dijo una de las tres gitanillas que iban
con ella--, entra enhorabuena; que yo no pienso entrar adonde hay
tantos hombres.
--Mira, Cristina--respondió Preciosa--: de lo que te has de guardar es de
un hombre solo y a solas, y no de tantos juntos; porque antes el ser
muchos quita el miedo y el recelo de ser ofendidas. Advierte, Cristinica,
y está cierta de una cosa: que la mujer que se determina a ser honrada,
entre un ejército de soldados lo puede ser. Verdad es que es bueno huír
de las ocasiones; pero han de ser de las secretas, y no de las públicas.
--Entremos, Preciosa--dijo Cristina--; que tú sabes más que un sabio.
Animólas la gitana vieja, y entraron; y apenas hubo entrado Preciosa,
cuando el caballero del hábito vió un papel que traía en el seno, y
llegándose a ella se le tomó, y dijo Preciosa:
--¡Y no me le tome, señor; que es un romance que me acaban de dar
ahora, que aún no le he leído!
--Y ¿sabes tú leer, hija?--dijo uno.
--Y escribir--respondió la vieja--; que a mi nieta hela criado yo como si
fuera hija de un letrado.
Abrió el caballero el papel, y vió que venía dentro dél un escudo de oro,
y dijo:
--En verdad, Preciosa, que trae esta carta el porte dentro: toma este
escudo que en el romance viene.
--Basta--dijo Preciosa---, que me ha tratado de pobre el poeta. Pues
cierto que es más milagro darme a mí un poeta un
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