t��cita adquirida por el largo dominio, la fuerza invisible de la anterioridad. Siempre es fuerte el antiguo, como el novato siempre es d��bil, con las excepciones que pueden determinar en algunos casos los caracteres. La Casiana, car��cter duro, dominante, de un ego��smo elemental, era la m��s antigua de las antiguas; la Burlada, levantisca, revoltosilla, picotera y maleante, era la m��s nueva de las nuevas; y con esto queda dicho que cualquier suceso trivial o palabra balad�� eran el fulminante que hac��a brotar entre ellas la chispa de la discordia.
La disputilla referida anteriormente fue cortada por la entrada o salida de fieles. Pero la Burlada no pod��a refrenar su reconcomio, y en la primera ocasi��n, viendo que la Casiana y el ciego Almudena (de quien se hablar�� despu��s) recib��an aquel d��a m��s limosna que los dem��s, se deslengu�� nuevamente con la antigua, dici��ndole: ?Adulona, m��s que adulona, ?crees que no s�� que est��s rica, y que en Cuatro Caminos tienes casa con muchas gallinas, y muchas palomas, y conejos muchos? Todo se sabe.
--C��llate la boca, si no quieres que d�� parte a D. Sen��n para que te ense?e la educaci��n.
--?A ver!...
--No vociferes, que ya oyes la campanilla de alzar la Majestad.
--Pero, se?oras, por Dios--dijo un lisiado que en pie ocupaba el sitio m��s pr��ximo a la iglesia--. Arreparen que est��n alzando el Sant��simo Sacramento.
--Es esta habladora, escorpionaza.
--Es esta dominanta... ?A ver!... Pues, hija, ya que eres caporala, no tires tanto de la cuerda, y deja que las nuevas alcancemos algo de la limosna, que todas semos hijas de Dios... ?A ver!
--?Silencio, digo!
--?Ay, hija... ni que fuas C��novas!?.
III
M��s adentro, como a la mitad del pasadizo, a la izquierda, hab��a otro grupo, compuesto de un ciego, sentado; una mujer, tambi��n sentada, con dos ni?as peque?uelas, y junto a ella, en pie, silenciosa y r��gida, una vieja con traje y manto negros. Algunos pasos m��s all��, a corta distancia de la iglesia, se apoyaba en la pared, cargando el cuerpo sobre las muletas, el cojo y manco El��seo Mart��nez, que gozaba el privilegio de vender en aquel sitio La Semana Cat��lica. Era, despu��s de Casiana, la persona de m��s autoridad y mangoneo en la cuadrilla, y como su lugarteniente o mayor general.
Total: siete reverendos mendigos, que espero han de quedar bien registrados aqu��, con las convenientes distinciones de figura, palabra y car��cter. Vamos con ellos.
La mujer de negro vestida, m��s que vieja, envejecida prematuramente, era, adem��s de nueva, temporera, porque acud��a a la mendicidad por lapsos de tiempo m��s o menos largos, y a lo mejor desaparec��a, sin duda por encontrar un buen acomodo o almas caritativas que la socorrieran. Respond��a al nombre de la se?�� Benina (de lo cual se infiere que Benigna se llamaba), y era la m��s callada y humilde de la comunidad, si as�� puede decirse; bien criada, modosa y con todas las trazas de perfecta sumisi��n a la divina voluntad. Jam��s importunaba a los parroquianos que entraban o sal��an; en los repartos, aun siendo leoninos, nunca formul�� protesta, ni se la vio siguiendo de cerca ni de lejos la bandera turbulenta y demag��gica de la Burlada. Con todas y con todos hablaba el mismo lenguaje afable y comedido; trataba con miramiento a la Casiana, con respeto al cojo, y ��nicamente se permit��a trato confianzudo, aunque sin salirse de los t��rminos de la decencia, con el ciego llamado Almudena, del cual, por el pronto, no dir�� m��s sino que es ��rabe, del Sus, tres d��as de jornada m��s all�� de Marrakesh. Fijarse bien.
Ten��a la Benina voz dulce, modos hasta cierto punto finos y de buena educaci��n, y su rostro moreno no carec��a de cierta gracia interesante que, manoseada ya por la vejez, era una gracia borrosa y apenas perceptible. M��s de la mitad de la dentadura conservaba. Sus ojos, grandes y obscuros, apenas ten��an el ribete rojo que imponen la edad y los fr��os matinales. Su nariz destilaba menos que las de sus compa?eras de oficio, y sus dedos, rugosos y de abultadas coyunturas, no terminaban en u?as de cern��calo. Eran sus manos como de lavandera, y a��n conservaban h��bitos de aseo. Usaba una venda negra bien ce?ida en la frente; sobre ella pa?uelo negro, y negros el manto y vestido, algo mejor apa?aditos que los de las otras ancianas. Con este pergenio y la expresi��n sentimental y dulce de su rostro, todav��a bien compuesto de l��neas, parec��a una Santa Rita de Casia que andaba por el mundo en penitencia. Falt��banle s��lo el crucifijo y la llaga en la frente, si bien podr��a creerse que hac��a las veces de esta el lobanillo del tama?o de un garbanzo, redondo, c��rdeno, situado como a media pulgada m��s arriba del entrecejo.
A eso de las diez, la Casiana sali�� al patio para ir a la sacrist��a (donde ten��a gran metimiento, como antigua), para tratar
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