veces de esta el lobanillo del tamaño de un
garbanzo, redondo, cárdeno, situado como a media pulgada más arriba
del entrecejo.
A eso de las diez, la Casiana salió al patio para ir a la sacristía (donde
tenía gran metimiento, como antigua), para tratar con D. Senén de
alguna incumbencia desconocida para los compañeros y por lo mismo
muy comentada. Lo mismo fue salir la caporala, que correrse la
Burlada hacia el otro grupo, como un envoltorio que se echara a rodar
por el pasadizo, y sentándose entre la mujer que pedía con dos niñas,
llamada Demetria, y el ciego marroquí, dio suelta a la lengua, más
cortante y afilada que las diez uñas lagartijeras de sus dedos negros y
rapantes.
«¿Pero qué, no creéis lo que vos dije? La caporala es rica, mismamente
rica, tal como lo estáis oyendo, y todo lo que coge aquí nos lo quita a
las que semos de verdadera solenidá, porque no tenemos más que el día
y la noche.
--Vive por allá arriba--indicó la Crescencia--, orilla en ca los Paúles.
--¡Quiá, no, señora! Eso era antes. Yo lo sé todo--prosiguió la Burlada,
haciendo presa en el aire con sus uñas--. A mí no me la da ésa, y he
tomado lenguas. Vive en Cuatro Caminos, donde tiene corral, y en él
cría, con perdón, un cerdo; sin agraviar a nadie, el mejor cerdo de
Cuatro Caminos.
--¿Ha visto usted la jorobada que viene por ella?
--¿Que si la he visto? Esa cree que semos bobas. La corcovada es su
hija, y por más señas costurera, ¿sabes?, y con achaque de la joroba,
pide también. Pero es modista, y gana dinero para casa... Total, que allí
son ricos, el Señor me perdone; ricos sinvergonzonazos, que engañan a
nosotras y a la Santa Iglesia católica, apostólica. Y como no gasta nada
en comer, porque tiene dos o tres casas de donde le traen todos los días
los cazolones de cocido, que es la gloria de Dios... ¡a ver!
--Ayer--dijo Demetria quitándole la teta a la niña--, bien lo vide. Le
trajeron...
--¿Qué?
--Pues un arroz con almejas, que lo menos había para siete personas.
--¡A ver!... ¿Estás segura de que era con almejas? ¿Y qué, golía bien?
--¡Vaya si golía!... Los cazolones los tiene en ca el sacristán. Allí
vienen y se los llenan, y hala con todo para Cuatro Caminos.
--El marido...--añadió la Burlada echando lumbre por los ojos--, es uno
que vende teas y perejil... Ha sido melitar, y tiene siete cruces sencillas
y una con cinco riales... Ya ves qué familia. Y aquí me tienes que hoy
no he comido más que un corrusco de pan; y si esta noche no me da
cobijo la Ricarda en el cajón de Chamberí, tendré que quedarme al
santo raso. ¿Tú qué dices, Almudena?
El ciego murmuraba. Preguntado segunda vez, dijo con áspera y
dificultosa lengua:
--¿Hablar vos del Piche? Conocierle mí. No ser marido la Casiana con
casarmiento, por la luz bendita, no. Ser quirido, por la bendita luz,
quirido.
--¿Conócesle tú?
--Conocierle mí, comprarmi dos rosarios él... de mi tierra dos rosarios,
y una pieldra imán. Diniero él, mucho diniero... Ser capatazo de la sopa
en el Sagriado Corazón de allá... y en toda la probieza de allá,
mandando él, con garrota él... barrio Salmanca... capatazo... Malo, mu
malo, y no dejar comer... Ser un criado del Goberno, del Goberno malo
de Ispania, y de los del Banco, aonde estar tuda el diniero en cajas
soterranas. Guardar él, matarnos de hambre él...
--Es lo que faltaba--dijo la Burlada con aspavientos de oficiosa ira--;
que también tuvieran dinero en las arcas del Banco esos hormigonazos.
--¡Tanto como eso!... Vaya usted a saber--indicó la Demetria,
volviendo a dar la teta a la criatura, que había empezado a chillar--.
¡Calla, tragona!
--¡A ver!... Con tanto chupío, no sé cómo vives, hija... Y usted, señá
Benina, ¿qué cree?
--¿Yo?... ¿De qué?
--De si tien o no tien dinero en el Banco.
--¿Y a mí qué? Con su pan se lo coman.
--Con el nuestro, ¡ja, ja!... y encima codillo de jamón.
--¡A callar se ha dicho!--gritó el cojo, vendedor de La Semana--. Aquí
se viene a lo que se viene, y a guardar la circuspición.
--Ya callamos, hombre, ya callamos. ¡A ver!... ¡Ni que fuas Vítor
Manuel, el que puso preso al Papa!
--Callar, digo, y tengan más religión.
--Religión tengo, aunque no como con la Iglesia como tú, pues yo vivo
en compañía del hambre, y mi negocio es miraros tragar y ver los
papelaos de cosas ricas que vos traen de las casas. Pero no tenemos
envidia, ¿sabes, Eliseo? y nos alegramos de ser pobres y de morirnos de
flato, para irnos en globo al cielo, mientras que tú...
--Yo ¿qué?
--¡A ver!... Pues que estás rico, Eliseo;
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