Memorias de un vigilante | Page 4

José Alvarez
la pieza!
?Conmover al bastonero con una s��plica? ?Pero si eso era un sue?o irrealizable!
Un criollo bastonero era inconmovible, y, sobre todo, ten��a demasiada admiraci��n por las elevadas funciones que desempe?aba para entrar en familiaridades con nadie.
?Baste decir que ni a sus sobrinos tuteaba en esos momentos, por no rebajar su autoridad!
Organizadas las parejas, sonaron las guitarras, y se dejaron o��r los acordes de una polka en que trinaban las primas[24] y las segundas[25], y no tanto destinada a ser bailada cuanto a demostrar la habilidad de los ejecutantes: era como un punto de atenci��n echado por el viejo guitarrero.
Los mocetones m��s empilchados y ladinos fueron los que debutaron. Metidos en sus grandes botas de charol, con el taco como aguja y con todo el frente bordado, daban vueltas pretenciosas de elegantes, pareciendo mu?ecos movidos por un mismo resorte, tal era la precisi��n con que segu��an el comp��s que el m��istro marcaba con la cabeza.
El bastonero--para satisfacci��n de las mam��s, que se le dorm��an[26] a los pasteles y al mate, agrupadas alrededor de los guitarreros--circulaba entre las parejas, diciendo cuchufletas[27] y haciendo con su frase sacramental--?que se vea luz, caballeros!--que las aproximaciones no fueran m��s all�� de lo l��cito y honesto.
Concluida la polka, las parejas se deshicieron: las mozas, despu��s de sacudirse las polleras para quitarles la tierra, tomaron asiento y comenzaron a torcer sus pa?uelos, a sacarse mentiras o a alisarse el jopo, para dar ocupaci��n a las manos, que ociosas les incomodaban, mientras los mozos volv��an sonrientes a nuestras filas, de donde el bastonero los sacaba de uno a uno, para hacerles probar de cierta ca?a con c��scara de naranja, que ten��a reservada para los preferidos.
Volvieron a sonar las guitarras, haci��ndose o��r un rasgueo, alegre y armonioso; era un gato que se bailaba solo de puro sentido y bien tocado.
Dos parejas salieron al medio de la rueda. La segunda, que era puramente decorativa, pasaba desapercibida: la primera era formada por un mocet��n de color bronceado--vistiendo amplio chirip�� de grano de oro, ca��do hasta el taco de la charolada bota de campana, camiseta de merino negro tableada, pa?uelo volador de seda punz��, sombrero chambergo de felpa con un barbijo lleno de borlas que le castigaban la nariz y la barba--y por una moza, no mal parecida, que luc��a entre el cabello negro, lustroso, un ramo de fragantes claveles rojos y que indudablemente era la consentida del mocet��n.
Debut�� ��l con un saludo y luego con un zapateado en que luc��a todas las gracias de sus pies adiestrados, siguiendo al mismo tiempo el comp��s, mientras el guitarrero se desga?itaba, gritando con voz gangosa: "?salta la perdiz madre!" y ella, la consentida, se hac��a la que hu��a de los ataques del animalito que era empecinado y la segu��a, haciendo resonar el suelo con el acompasado golpeteo de sus pies.
Iba a terminar la pieza, cuando de all�� de la ��ltima fila de mirones y gauchos pobres sali�� una voz que dijo ?barato![28], mientras avanzaba a reemplazar al mocet��n--que parec��a ceder su puesto de mala gana--otro, que era su rival y que, aunque m��s despilchado, ten��a la habilidad de cantar y no dejaba de ser famoso en el pago.
Su aparici��n fue aplaudida, y la muchacha, encendida, se remilg�� y trat�� de lucir toda su gracia al que le daba tal prueba de distinci��n.
Cuando lleg�� el momento del canto, modul�� con voz llena de dulzura, aunque emitida por la nariz, unas coplas llenas de sentimiento en que hab��a una que envolv��a todo un piropo, que ven��a como de molde:
?Las muchachas bonitas Son perseguidas Como la azucarera Por las hormigas!
Y remat�� su canto con un escobilleo que arranc�� voces de admiraci��n: los pies se mov��an con tal presteza, mientras el tronco permanec��a recto, que era imposible seguirlos con la vista.
La muchacha volvi�� a su asiento, y el mocet��n qued�� gozando de su triunfo, orgulloso y satisfecho.
La ca?a hizo su aparici��n, llevando la alegr��a a todos los corazones, y los guitarreros, despu��s de tocar un triste, en que palpitaban todos los anhelos de un alma enamorada, comenzaron a puntear un peric��n con todas las reglas del arte.
Salieron las parejas al centro, elegidas con cuidado por el bastonero, entre los mozos y mozas de m��s fama.
Hicieron la demanda, algo como la primera figura de la cuadrilla--con mucho garbo y donaire, rivalizando ellos en gravedad y ellas en sonrojo--y vino el alegre que permiti�� a un aficionado, mientras las dos parejas valsaban, lanzar su nota quejumbrosa:
Las estrellas en el cielo forman corona imperial. Mi coraz��n por el tuyo y el tuyo ?no s�� por cu��l!
Y concluyeron su danza con el cielo--pasadas las peripecias de la cadena--en que los bailarines coronaron su esfuerzo, haciendo casta?etear los dedos al comp��s de la m��sica y con gran habilidad, mientras las guitarras gem��an con un vals lleno de sentimiento y armon��a de esos que,
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