Memorias de un vigilante | Page 5

José Alvarez
seg��n la expresi��n consagrada, levantan de los pelos.
Y tras el peric��n vino un triunfo, donde se flore�� aquel que fue h��roe en el gato y que endilg�� estas indirectas a su moza:
Dicen que las heladas Secan los yuyos, ?Ans�� me voy secando De amores tuyos!
?Este es el triunfo, madre Due?a del alma; M��s quiero dulce muerte Que vida amarga!
***
?Ni aunque todos se opongan Los doloridos, No hay dolor que se iguale Al dolor m��o!
?Este es el triunfo, madre, Dame la muerte, D��mela despacito, No me atormente!
Y as�� sigui�� toda la noche la jarana, mientras la ca?a circulaba y los corazones anhelosos se buscaban, tratando de fundir en una sola todas sus aspiraciones.
Con los primeros rayos de la aurora se pens�� reci��n en poner punto final a la fiesta, y los guitarreros echaron el resto en una hueya[29] de aquellas donde se oyen quejidos y risas, donde se ven l��grimas y alegr��as, verdadero reflejo del car��cter de nuestro gaucho.
Las guitarras comenzaron a vibrar, mientras uno de los cantores gem��a con voz gutural:
?Por una ausencia larga Mand�� sangrarme, Hay ausencias que cuestan Gotas de sangre!
***
?A la hueva, hueya, Hueya sin cesar, Abras�� la tierra Vuelvas�� a cerrar!
Y tras la hueya, la concurrencia comenzaba a despedirse y a dirigirse al palenque--unos en busca de sus pilchas para dormir por ah��, en cualquier parte, otros para tomar sus caballos y buscar su rancho, solos o acompa?ando a alguna de las damas que, llevando en ancas a su mam��, volv��a al suyo,--cuando de repente un tropel de caballos despert�� los ecos del campo dormido, y coreado por ruidos de latas, pasos precipitados, ladridos de perros y ayes acongojados de las mujeres asustadas, reson�� estent��rea una voz vinosa que, dominando aquel desconcierto, nos dej�� como clavados en el puesto que cada uno ocupaba.
--?Alto a la polec��a!... ?No se mueva naides!
Vino el due?o de casa y se acerc�� al que gritaba, que no era otro que el sargento de polic��a que andaba de recorrida:
--?Qu�� busca, mi sargento, por estos pagos? ?En qu�� le podemos servir?
--?En nada, amigo!... ?A ver, caballeros, formens��n en ese limpio[30]: vamos a revisar las papeletas[31]!
Cinco de los presentes carec��amos de semejante documento y algunos de ellos, como yo y el que despu��s fue el cabo Minuto, que muri�� en los Corrales[32] en 1880, ni hab��amos o��do hablar jam��s de tal requisito que debieran llenar los ciudadanos.
?Qui��n se iba a ocupar en ense?arnos las leyes?
?Con qu�� objeto?
?Ya se encargar�� el castigo de probarnos que no era bueno desobedecer los mandatos del Gobierno!
Excuso decir que hasta sin despedirnos del due?o de casa abandonamos el viejo rancho bamboleante, rodeados por la partida y montados de dos en dos en mancarrones inservibles a cuyas piernas hubiese sido una locura confiarles una esperanza de salvaci��n.
?Los fletes nuestros y nuestras pilchas mejores, ser��an la presa de los piquetanos que nos hab��an cazado como a chorlos![33]
?Ah�� quedaban entre sus garras hambrientas!
Siempre he pensado, despu��s, que estos procedimientos son el origen de ese odio ciego, de esa invencible antipat��a que los soldados de l��nea sienten por las polic��as rurales, y que los hombres observadores no alcanzan a explicarse.
?Trata uno de cobrarse las prendas tan injusta como infamemente arrebatadas en un momento de desgracia?
Puede ser...
El hecho es que cada vez que se ve una chaquetilla de infanter��a puesta sobre un pantal��n particular, un sable golpeando sin gracia las canillas de un compadrito y un kep��[34] con vivos colorados jineteando sobre una chasca[35] enmara?ada y estribando en los cachetes por medio del barbijo ro?oso, el alma se subleva: uno recuerda los primeros dolores y las primeras humillaciones, y, por las dudas, pela[36] el machete para vengar, si no los agravios de uno, los de aquellos que m��s tarde han recorrido el ��spero sendero.

V
DE PARIA A CIUDADANO
Fui soldado y me hice hombre.
Con el 64 de l��nea, adonde me destinaron por cuatro a?os, como infractor a la ley de enrolamiento, recorr�� la Rep��blica entera, y, llevando en mi kep�� el n��mero famoso, sent�� abrirse mi esp��ritu a las grandes aspiraciones de la vida.
All��, en las filas, aprend�� a leer y a escribir, supe lo que era orden y limpieza, me ense?aron a respetar y a exigir que me respetaran, y bajo el ojo vigilante de los jefes y oficiales se oper�� la transformaci��n del gaucho brav��o y montaraz.
?Ah!
?Qu�� d��a, aquel feliz, en que despu��s de cuatro a?os de rudo aprendizaje tuve en mi brazo la escuadra de cabo 2o de la 4a Compa?��a!
?Era alguien, y esto es mucho para quien no hab��a sido nada!
Ya no era el paria, el desheredado, el caballo patrio[37] que cualquiera ensilla y nadie cuida: era el cabo Fabio Carrizo, el principio de aquel sargento 14, que en 1880 recib��a su baja absoluta, despu��s de diez a?os de servicios prestados dondequiera que hubiese flameado la vieja bandera, jurada all�� en la
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