Marianela | Page 8

Benito Pérez Galdós
Dios.... Vamos, que si cayeras tú en manos de personas
que te supieran manejar, ya trabajarías bien.
--No, señor--repitió la Nela con tanto énfasis como si se elogiara--; si
yo no sirvo más que de estorbo.
--¿De modo que eres una vagabunda?
--No, señor, porque acompaño a Pablo.
--¿Y quién es Pablo?
--Ese señorito ciego, a quien usted encontró en la Terrible. Yo soy su
lazarillo desde hace año y medio. Le llevo a todas partes; nos vamos
por esos campos paseando.
--Parece buen muchacho ese Pablo.
La Nela se detuvo otra vez mirando al doctor. Con el rostro
resplandeciente de entusiasmo, exclamó:

--¡Madre de Dios! Es lo mejor que hay en el mundo. ¡Pobre amito mío!
Sin vista tiene él más talento que todos los que ven.
--Me gusta tu amo. ¿Es de este país?
--Sí, señor, es hijo único de D. Francisco Penáguilas, un caballero muy
bueno y muy rico que vive en las casas de Aldeacorba.
--Dime ¿y a ti por qué te llaman la Nela? ¿Qué quiere decir eso?
La muchacha alzó los hombros. Después de una pausa, repuso:
--Mi madre se llamaba la señá María Canela; pero le decían Nela.
Dicen que este es nombre de perra. Yo me llamo María.
--Mariquita.
--María Nela me llaman y también La Hija de la Canela. Unos me
dicen Marianela, y otros nada más que la Nela.
--¿Y tu amo, te quiere mucho?
--Sí, señor, es muy bueno. Él dice que ve con mis ojos, porque como le
llevo a todas partes y le digo cómo son todas las cosas....
--Todas las cosas que no puede ver.
El forastero parecía muy gustoso de aquel coloquio.
--Sí, señor; yo le digo todo. Él me pregunta cómo es una estrella, y yo
se la pinto de tal modo hablando, que para él es lo mismito que si la
viera. Yo le explico todo, cómo son las yerbas, las nubes, el cielo, el
agua y los relámpagos, las veletas, las mariposas, el humo, los
caracoles, el cuerpo y la cara de las personas y de los animales. Yo le
digo lo que es feo y lo que es bonito, y así se va enterando de todo.
--Veo que no es flojo tu trabajo. ¡Lo feo y lo bonito! Ahí es nada... ¿Te
ocupas de eso?... Dime, ¿sabes leer?

--No, señor. Si yo no sirvo para nada.
Decía esto en el tono más convincente, y el gesto de que acompañaba
su firme protesta parecía añadir: «Es usted un majadero en suponer que
yo sirvo para algo.»
--¿No verías con gusto que tu amito recibía de Dios el don de la vista?
La muchacha no contestó nada. Después de una pausa, dijo:
--¡Divino Dios! Eso es imposible.
--Imposible no, aunque difícil.
--El ingeniero director de las minas ha dado esperanzas al padre de mi
amo.
--¿D. Carlos Golfín?
--Sí, señor. D. Carlos tiene un hermano médico que cura los ojos, y,
según dicen, da vista a los ciegos, arregla a los tuertos y les endereza
los ojos a los bizcos.
--¡Qué hombre más hábil!
--Sí, señor; y como ahora el médico anunció a su hermano que iba a
venir, su hermano le escribió diciéndole que trajera las herramientas
para ver si le podía dar vista a Pablo.
--¿Y ha venido ya ese buen hombre?
--No, señor: como anda siempre allá por las Américas y las Inglaterras,
parece que tardará en venir. Pero Pablo se ríe de esto y dice que no le
dará ese hombre lo que la Virgen Santísima le negó desde el nacer.
--Quizás tenga razón.... Pero dime, ¿estamos ya cerca?... porque veo
chimeneas que arrojan un humo más negro que el del infierno, y veo
también una claridad que parece de fragua.

--Sí, señor, ya llegamos. Aquellos son los hornos de la calcinación, que
arden día y noche. Aquí enfrente están las máquinas de lavado, que no
trabajan sino de día; a mano derecha está el taller de composturas y allá
abajo, a lo último de todo, las oficinas.
En efecto; el lugar aparecía a los ojos de Golfín como lo describía
Marianela. Esparciéndose el humo por falta de aire, envolvía en una
como gasa oscura y sucia todos los edificios, cuyas masas negras
señalábanse confusa y fantásticamente sobre el cielo iluminado por la
luna.
--Más hermoso es esto para verlo una vez que para vivir aquí--indicó
Golfín apresurando el paso--. La nube de humo lo envuelve todo, y las
luces forman un disco borroso, como el de la luna en noches de
bochorno. ¿En dónde están las oficinas?
--Allá: ya pronto llegamos.
Después de pasar por delante de los hornos, cuyo calor obligole a
apretar el paso, el doctor vio un edificio tan negro y ahumado como
todos los demás. Verlo y sentir los gratos sonidos de un piano teclado
con verdadero
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