su acompañante--. Quién sabe,
quién sabe, amigo mío.... Se han visto, se ven todos los días casos muy
raros.
Mientras esto decía, le miraba de cerca, tratando de examinar a la
escasa claridad de la noche las pupilas del joven. Fijo y sin mirada, el
ciego volvía sonriendo su rostro hacia donde sonaba la voz del doctor.
--No tengo esperanza--murmuró.
Habían salido a un sitio despejado. La luna, más clara a cada rato,
iluminaba praderas ondulantes y largos taludes, que parecían las
escarpas de inmensas fortificaciones. A la izquierda y a regular altura
vio el doctor un grupo de blancas casas en el mismo borde de la
vertiente.
--Aquí a la izquierda--dijo el ciego--está mi casa. Allá arriba... ¿sabe
usted? Aquellas tres casas es lo que queda del lugar de Aldeacorba de
Suso: lo demás ha sido expropiado en diversos años para beneficiar el
terreno; todo aquí debajo es calamina. Nuestros padres vivían sobre
miles de millones sin saberlo.
Esto decía, cuando se vino corriendo hacia ellos una muchacha, una
niña, una chicuela, de ligerísimos pies y menguada estatura.
--Nela, Nela--dijo el ciego--. ¿Me traes el abrigo?
--Aquí está--repuso la muchacha poniéndole un capote sobre los
hombros.
--¿Ésta es la que cantaba?... ¿Sabes que tienes una preciosa voz?
--¡Oh!--exclamó el ciego con candoroso acento de encomio--canta
admirablemente--. Ahora, Mariquilla, vas a acompañar a este caballero
hasta las oficinas. Yo me quedo en casa. Ya siento la voz de mi padre
que baja a buscarme. Me reñirá de seguro.... ¡Allá voy, allá voy!
--Retírese usted pronto, amigo--dijo Golfín estrechándole la mano--. El
aire es fresco y puede hacerle daño. Muchas gracias por la compañía.
Espero que seremos amigos, porque estaré aquí algún tiempo.... Yo soy
hermano de Carlos Golfín, el ingeniero de estas minas.
--¡Ah!... ya.... D. Carlos es muy amigo de mi padre y mío: le espera a
usted desde ayer.
--Llegué esta tarde a la estación de Villamojada... dijéronme que
Socartes estaba cerca y que podía venirme a pie. Como me gusta ver el
paisaje y hacer ejercicio, y como me dijeron que adelante, siempre
adelante, eché a andar, mandando mi equipaje en un carro. Ya ve usted
cómo me perdí... pero no hay mal que por bien no venga... le he
conocido a usted y seremos amigos, quizás muy amigos.... Vaya, adiós;
a casa pronto, que el fresco de Setiembre no es bueno. Esta señora Nela
tendrá la bondad de acompañarme.
--De aquí a las oficinas no hay más que un cuarto de hora de camino...
poca cosa.... Cuidado no tropiece usted en los rails; cuidado al bajar el
plano inclinado. Suelen dejar los vagonetes sobre la vía... y con la
humedad, la tierra está como jabón.... Adiós, caballero y amigo mío.
Buenas noches.
Subió por una empinada escalera abierta en la tierra y cuyos peldaños
estaban reforzados con vigas. Golfín siguió adelante, guiado por la
Nela. Lo que hablaron ¿merecerá capítulo aparte? Por si acaso, se lo
daremos.
-III-
Un diálogo que servirá de exposición
--Aguarda, hija, no vayas tan a prisa--dijo Golfín deteniéndose--déjame
encender un cigarro.
Estaba tan serena la noche, que no necesitó emplear las precauciones
que generalmente adoptan contra el viento los fumadores. Encendido el
cigarro, acercó la cerilla al rostro de la Nela, diciendo con bondad:
--A ver, enséñame tu cara.
Mirábale la muchacha con asombro, y sus negros ojuelos brillaron con
un punto rojizo, como chispa, en el breve instante que duró la luz del
fósforo. Era como una niña, pues su estatura debía contarse entre las
más pequeñas, correspondiendo a su talle delgadísimo y a su busto
mezquinamente constituido. Era como una jovenzuela, pues sus ojos no
tenían el mirar propio de la infancia, y su cara revelaba la madurez de
un organismo en que ha entrado o debido entrar el juicio. A pesar de
esta desconformidad, era admirablemente proporcionada, y su pequeña
cabeza remataba con cierta gallardía el miserable cuerpecillo. Alguien
decía que era una mujer mirada con vidrio de disminución; alguno que
era una niña con ojos y expresión de adolescente. No conociéndola, se
dudaba si era un asombroso progreso o un deplorable atraso.
--¿Qué edad tienes tú?--preguntole Golfín sacudiendo los dedos para
arrojar el fósforo, que empezaba a quemarle.
--Dicen que tengo diez y seis años--replicó la Nela, examinando a su
vez al doctor.
--¡Diez y seis años! Atrasadilla estás, hija. Tu cuerpo es de doce, a lo
sumo.
--¡Madre de Dios! Si dicen que yo soy como un fenómeno--manifestó
ella en tono de lástima de sí misma.
--¡Un fenómeno!--repitió Golfín poniendo su mano sobre los cabellos
de la chica--. Podrá ser. Vamos, guíame.
La Nela comenzó a andar resueltamente sin adelantarse mucho, antes
bien, cuidando de ir siempre al lado del viajero, como si apreciara en
todo su valor la honra de tan noble compañía. Iba descalza: sus pies,
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