pudico sonrosado de la tierra recibiendo las caricias del cielo. Tu
aspecto suaviza el resplandor del arco brillante que te corona; yo leo
sobre tu frente serena que refleja la calma de tu alma inmortal, leo que
tu perdonaras a un hijo de la tierra, con quien se dignan comunicar
algunas veces los espiritus de los elementos, el atreverse a hacer uso de
los secretos magicos para llamarte a su presencia y contemplarte un
momento.
LA ENCANTADORA DE LOS ALPES.
Hijo de la tierra, yo te conozco; igualmente que los secretos a que
debes tu poder, te conozco por un hombre de pensamientos profundos,
estremoso en el mal y en el bien, fatal a los otros y a ti mismo; te
esperaba, ?que quieres de mi?
MANFREDO.
Admirar tu hermosura, nada mas. El aspecto de la tierra me sumerge en
la desesperacion; busco un refugio en sus misterios, huyo cerca de los
espiritus que la gobiernan; pero ellos no pueden socorrerme; les he
pedido lo que no pueden darme, no les pido nada mas.
LA ENCANTADORA.
?Que es pues lo que pides, que no pueden concedertelo aquellos que lo
pueden todo y que gobiernan los elementos invisibles?
MANFREDO.
?Para que repetire la relacion de mis dolores? seria en vano.
LA ENCANTADORA.
Yo los ignoro, tened la bondad de referirmelos.
MANFREDO.
iBien! por cruel que sea para mi esta confesion, hablara mi dolor.
Desde mi juventud, mi espiritu no estaba de acuerdo con las almas de
los hombres, y no podia mirar la tierra con amor. La ambicion que
devoraba a los demas me era desconocida; su objeto no era el mio ...
mis placeres, mis penas, mis pasiones y mi caracter me hacian parecer
un estrano en medio del mundo. Aunque revestido de la misma forma
de carne que las criaturas que me rodean, no sentia ninguna simpatia
por ellas ... una sola ... pero yo hablare de ella luego.
Mis placeres eran el ir en medio de los desiertos a respirar el aire vivo
de las montanas cubiertas de hielo, sobre cuya cumbre los pajaros no se
hubieran atrevido a construir su nido, y en donde el granito desnudo de
yerbas se ve desierto de los insectos alados. Gustaba de atravesar las
aguas de los torrentes furiosos, o de volar sobre las olas del Oceano
iracundo; me encontraba ufano de ejercitar mi fuerza contra los
corrientes rapidas; gustaba durante la noche de observar la marcha
silenciosa de la luna y el curso brillante de las estrellas; miraba
fijamente los relampagos durante las tempestades hasta tanto que mis
ojos quedasen deslumbrados, o bien escuchaba la caida de las hojas
cuando los vientos del otono venian a despojar los bosques. Tales eran
mis placeres, y tal era mi amor por la soledad, que si los hombres, de
quienes me afligia el ser hermano, se encontraban a mi paso, me sentia
humillado y degradado, hasta no ser ya, como ellos, sino una criatura
de barro.
En mis paseos delirantes descendia a la profundidad de las cavernas de
la muerte para estudiar su causa en sus efectos, y desde los montones
de huesos y del polvo de los sepulcros, me atrevia a sacar
consecuencias criminales; consagre las noches en aprender las ciencias
secretas olvidadas hace ya mucho tiempo. Gracias a mis trabajos y a
mis desvelos, a las pruebas terribles y a las condiciones a que nos
someten la tierra, los aires y los espiritus que despueblan el espacio y el
infinito, familiarice mis ojos con la eternidad, como habian hecho en
otros tiempos los magicos y el filosofo que invoco en su profundo
retiro a Eros y a Anteros[2]. Con mi ciencia crecio mi ardiente deseo de
aprender, mi poder y el enagenamiento de la brillante inteligencia
que....
LA ENCANTADORA.
Acaba.
MANFREDO.
iAh! me complacia en detenerme estensamente sobre estos vanos
atributos, porque cuanto mas me acerco del momento en que descubrire
la llaga de mi corazon ... pero quiero proseguir: aun no te he nombrado,
ni padre, ni madre, ni querida, ni amigo, con quienes me hallase unido
por nudos humanos: padre, madre, querida, amigo, estos titulos no eran
nada para mi; pero habia una muger....
LA ENCANTADORA.
Atrevete a acusarte a ti mismo: prosigue.
MANFREDO.
Se me parecia en lo esterior, en los ojos, en la cabellera, en sus
facciones y aun en su metal de voz; pero en ella todo estaba suavizado
y hermoseado por sus atractivos. Lo mismo que yo, tenia un amor
decidido por la soledad, el gusto por las ciencias secretas y un alma
capaz de abrazar al universo; pero tenia ademas la compasion, el don de
los agasajos y de las lagrimas, una ternura ... que ella sola podia
inspirarme, y una modestia que yo nunca he tenido. Sus faltas me
pertenecen: sus virtudes eran todas suyas. Yo
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