ni jab��n, ni cubo. Qued��se parado delante de la palangana, en mangas de camisa y sin saber qu�� hacer, hasta que, convencido de la imposibilidad de refrescarse con agua, quiso al menos tomar un ba?o de aire, y abri�� la vidriera.
Lo que abarcaba la vista le dej�� encantado. El valle ascend��a en suave pendiente, extendiendo ante los Pazos toda la lozan��a de su ladera m��s feraz. Vi?as, casta?ares, campos de ma��z granados o ya segados, y tupidas robledas, se escalonaban, sub��an trepando hasta un montecillo, cuya falda gris parec��a, al sol, de un blanco plomizo. Al pie mismo de la torre, el huerto de los Pazos se asemejaba a verde alfombra con cenefas amarillentas, en cuyo centro se engastaba la luna de un gran espejo, que no era sino la superficie del estanque. El aire, oxigenado y regenerador, penetraba en los pulmones de Juli��n, que sinti�� disiparse inmediatamente parte del vago terror que le infund��a la gran casa solariega y lo que de sus moradores hab��a visto. Como para renovarlo, entreoy�� detr��s de s�� rumor de pisadas cautelosas, y al volverse vio a Sabel, que le presentaba con una mano platillo y j��cara, con la otra, en plato de peltre, un p��lpito de agua fresca y una servilleta gorda muy doblada encima. Ven��a la moza arremangada hasta el codo, con el pelo alborotado, seco y volandero, del calor de la cama sin duda: y a la luz del d��a se notaba m��s la frescura de su tez, muy blanca y como infiltrada de sangre. Juli��n se apresur�� a ponerse el levit��n, murmurando:
--Otra vez haga el favor de dar dos golpes en la puerta antes de entrar.... Conforme estoy a pie, pudo cuadrar que estuviese en la cama todav��a... o visti��ndome.
Mir��le Sabel de hito en hito, sin turbarse, y exclam��:
--Disimule, se?or.... Yo no sab��a.... El que no sabe, hace como el que no ve.
--Bien, bien.... Yo quer��a decir misa antes de tomar el chocolate.
--Hoy no podr��, porque tiene la llave de la capilla el se?or abad de Ulloa, y Dios sabe hasta qu�� horas dormir��, ni si habr�� qui��n vaya all�� por ella.
Juli��n contuvo un suspiro. ?Dos d��as ya sin misar! Cabalmente desde que era presb��tero se hab��a redoblado su fervor religioso, y sent��a el entusiasmo juvenil del nuevo misacantano, conmovido a��n por la impresi��n de la augusta investidura; de suerte que celebraba el sacrificio esmer��ndose en perfilar la menor ceremonia, temblando cuando alzaba, anonad��ndose cuando consum��a, siempre con recogimiento indecible. En fin, si no hab��a remedio....
--Ponga el chocolate ah��--dijo a Sabel.
Mientras la moza ejecutaba esta orden, Juli��n alzaba los ojos al techo y los bajaba al piso, y tos��a, tratando de buscar una f��rmula, un modo discreto de explicarse.
--?Hace mucho que no duerme en este cuarto el se?or abad?
--Poco.... Har�� dos semanas que baj�� a la parroquia.
--Ah.... Por eso.... Esto est�� algo... sucio, ?no le parece? Ser��a bueno barrer... y pasar tambi��n la escoba por entre las vigas.
Sabel se encogi�� de hombros.
--El se?or abad no me mand�� nunca que le barriese el cuarto.
--Pues, francamente, la limpieza es una cosa que a todo el mundo gusta.
--S��, se?or, ya se sabe.... No pase cuidado, que yo lo arreglar�� muy arregladito.
Lo pronunci�� con tanta sumisi��n, que Juli��n a su vez quiso mostrarle un poco de caritativo inter��s.
--?Y el ni?o?--pregunt��--. ?No le hizo mal lo de ayer?
--No, se?or.... Durmi�� como un santi?o y ya anda corriendo por la huerta. ?Ve? All�� est��.
Mirando por la abierta ventana, y haci��ndose una pantalla con la mano, Juli��n divis�� a Perucho, que, sin sombrero, con la cabeza al sol, arrojaba piedras al estanque.
--Lo que no sucede en un a?o sucede en un d��a, Sabel--advirti�� gravemente el capell��n--. ?No debe consentir que le emborrachen al chiquillo: es un vicio muy feo, hasta en los grandes, cuanto m��s en un inocente as��! ?Para qu�� le aguanta a Primitivo que le d�� tanta bebida? Es obligaci��n de usted el impedirlo.
Sabel fijaba pesadamente en Juli��n sus azules pupilas, siendo imposible discernir en ellas el menor rel��mpago de inteligencia o de convencimiento. Al fin articul�� con pausa:
--Yo qu�� quiere que le haga.... No me voy a reponer contra mi se?or padre.
Juli��n call�� un momento at��nito. ?De modo que quien hab��a embriagado a la criatura era su propio abuelo! No supo replicar nada oportuno, ni siquiera lanzar una exclamaci��n de censura. Llev��se la taza a la boca para encubrir la turbaci��n, y Sabel, creyendo terminado el coloquio, se retiraba despacio, cuando el capell��n le dirigi�� una pregunta m��s.
--?El se?or marqu��s anda ya levantado?
--S��, se?or.... Debe estar por la huerta o por los alpendres.
--Haga el favor de llevarme all��--dijo Juli��n levant��ndose y limpi��ndose apresuradamente los labios sin desdoblar la servilleta.
Antes de dar con el marqu��s, recorrieron el capell��n y su gu��a casi toda la huerta. Aquella vasta extensi��n de terreno deb��a haber sido en otro
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