pide?--pregunt��.
--?Qu�� ha de pedir?--respondi�� el marqu��s festivamente--. ?El vino, hombre! ?El vaso de tostado!
--?Mama!--exclam�� el abad.
Antes de que Juli��n se resolviese a dar al ni?o su vaso casi lleno, el marqu��s hab��a aupado al mocoso, que ser��a realmente una preciosidad a no estar tan sucio. Parec��ase a Sabel, y a��n se le aventajaba en la claridad y alegr��a de sus ojos celestes, en lo abundante del pelo ensortijado, y especialmente en el correcto dise?o de las facciones. Sus manitas, morenas y hoyosas, se tend��an hacia el vino color de topacio; el marqu��s se lo acerc�� a la boca, divirti��ndose un rato en quit��rselo cuando ya el rapaz cre��a ser due?o de ��l. Por fin consigui�� el ni?o atrapar el vaso, y en un decir Jes��s traseg�� el contenido, relami��ndose.
--?��ste no se anda con requisitos!--exclam�� el abad.
--?Qui��!--confirm�� el marqu��s--. ?Si es un veterano! ?A que te zampas otro vaso, Perucho?
Las pupilas del angelote rechispeaban; sus mejillas desped��an lumbre, y dilataba la cl��sica naricilla con inocente concupiscencia de Baco ni?o. El abad, gui?ando picarescamente el ojo izquierdo, escanci��le otro vaso, que ��l tom�� a dos manos y se emboc�� sin perder gota; en seguida solt�� la risa; y, antes de acabar el redoble de su carcajada b��quica, dej�� caer la cabeza, muy descolorido, en el pecho del marqu��s.
--?Lo ven ustedes?--grit�� Juli��n angustiad��simo--. Es muy chiquito para beber as��, y va a ponerse malo. Estas cosas no son para criaturas.
--?Bah!--intervino Primitivo--. ?Piensa que el rapaz no puede con lo que tiene dentro? ?Con eso y con otro tanto! Y si no ver��.
A su vez tom�� en brazos al ni?o y, mojando en agua fresca los dedos, se los pas�� por las sienes. Perucho abri�� los p��rpados y mir�� alrededor con asombro, y su cara se sonrose��.
--?Qu�� tal?--le pregunt�� Primitivo--. ?Hay ��nimos para otra pinguita de tostado?
Volvi��se Perucho hacia la botella y luego, como instintivamente, dijo que no con la cabeza, sacudiendo la poblada zalea de sus rizos. No era Primitivo hombre de darse por vencido tan f��cilmente: sepult�� la mano en el bolsillo del pantal��n y sac�� una moneda de cobre.
--De ese modo...--refunfu?�� el abad.
--No seas b��rbaro, Primitivo--murmur�� el marqu��s entre placentero y grave.
--?Por Dios y por la Virgen!--implor�� Juli��n--. ?Van a matar a esa criatura! Hombre, no se empe?e en emborrachar al ni?o: es un pecado, un pecado tan grande como otro cualquiera. ?No se pueden presenciar ciertas cosas!
Al protestar, Juli��n se hab��a incorporado, encendido de indignaci��n, echando a un lado su mansedumbre y timidez cong��nita. Primitivo, de pie tambi��n, mas sin soltar a Perucho, mir�� al capell��n fr��a y socarronamente, con el desd��n de los tenaces por los que se exaltan un momento. Y metiendo en la mano del ni?o la moneda de cobre y entre sus labios la botella destapada y terciada a��n de vino, la inclin��, la mantuvo as�� hasta que todo el licor pas�� al est��mago de Perucho. Retirada la botella, los ojos del ni?o se cerraron, se aflojaron sus brazos, y no ya descolorido, sino con la palidez de la muerte en el rostro, hubiera ca��do redondo sobre la mesa, a no sostenerlo Primitivo. El marqu��s, un tanto serio, empez�� a inundar de agua fr��a la frente y los pulsos del ni?o; Sabel se acerc��, y ayud�� tambi��n a la aspersi��n; todo in��til: lo que es por esta vez, Perucho la ten��a.
--Como un pellejo--gru?�� el abad.
--Como una cuba--murmur�� el marqu��s--. A la cama con ��l en seguida. Que duerma y ma?ana estar�� m��s fresco que una lechuga. Esto no es nada.
Sabel se alej�� cargada con el ni?o, cuyas piernas se balanceaban inertes, a cada movimiento de su madre. La cena se acab�� menos bulliciosa de lo que empezara: Primitivo hablaba poco, y Juli��n hab��a enmudecido por completo. Cuando termin�� el convite y se pens�� en dormir, reapareci�� Sabel armada de un vel��n de aceite, de tres mecheros, con el cual fue alumbrando por la ancha escalera de piedra que conduc��a al piso alto, y ascend��a a la torre en r��pido caracol. Era grande la habitaci��n destinada a Juli��n, y la luz del vel��n apenas disipaba las tinieblas, de entre las cuales no se destacaba m��s que la blancura del lecho. A la puerta del cuarto se despidi�� el marqu��s, dese��ndole buenas noches y a?adiendo con brusca cordialidad:
--Ma?ana tendr�� usted su equipaje.... Ya ir��n a Cebre por ��l.... Ea, descansar, mientras yo echo de casa al abad de Ulloa.... Est�� un poco.... ?eh? ?Dificulto que no se caiga en el camino y no pase la noche al abrigo de un vallado!
Solo ya, sac�� Juli��n de entre la camisa y el chaleco una estampa grabada, con marco de lentejuela, que representaba a la Virgen del Carmen, y la coloc�� de pie sobre la mesa donde Sabel acababa de depositar el vel��n. Arrodill��se, y rez�� la media corona, contando por
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