Los muertos mandan | Page 5

Vicente Blasco Ibáñez
abordaje. El disparo de ca?ones y trabucos cortaba con lenguas rojas el humo del combate. En otros lienzos no menos obscuros ve��anse castillos arrojando llamas por sus troneras, y al pie de ellos guerreros con la cruz blanca de ocho puntas sobre la coraza, tan grandes casi como las torres, y aplicando a ��stas sus escalas para subir al asalto.
Los cuadros ten��an a un lado cartelas blancas con los mismos remates plegados de un escudo de armas, y en ellas, escrito en defectuosas may��sculas, el relato del suceso: encuentros victoriosos con galeras del Gran Turco o con piratas pisanos, genoveses y vizca��nos; guerras en Cerde?a; asaltos de Buj��a y de Tedeliz; y en todas estas empresas era un Febrer el que dirig��a a los combatientes o se hac��a notar por su hero��smo, descollando sobre todos el comendador don Pr��amo, h��roe endiablado, burl��n y poco religioso, que hab��a sido la gloria y la verg��enza de la casa.
Alternando con estas escenas belicosas estaban los retratos de la familia. En la parte m��s alta, tocando a una fila de viejos lienzos de evangelistas y m��rtires, que formaban un friso, mostr��banse los Febrer m��s antiguos, venerables mercaderes de Mallorca pintados algunos siglos despu��s de su muerte, graves varones de nariz judaica y ojos agudos, con joyas sobre el pecho y altos gorros de aspecto oriental. A continuaci��n ven��an los hombres de armas, los navegantes de espada, con la cabellera al rape y el perfil de p��jaro de presa, todos vistiendo armadura de negro acero y algunos con la blanca cruz de Malta. De retrato en retrato, los rostros se iban afinando, sin perder la frente abombada y la nariz imperiosa de la familia. El cuello de la camisa, ancho, fl��cido y de burdo tejido, iba elev��ndose con el serpenteo almidonado de la rizada gola; la coraza se convert��a en justillo de terciopelo o seda; las barbas duras y anchas, a la moda del Emperador, troc��banse en agudas perillas y empinados bigotes, a los que serv��an de marco suaves guedejas.
Entre los rudos hombres de guerra y los elegantes caballeros resaltaban los h��bitos negros de ciertos eclesi��sticos con bigotes y barbillas, ostentando altos bonetes de borla. Unos eran dignatarios eclesi��sticos de Malta, a juzgar por la insignia blanca que adornaba su pecho; otros, venerables inquisidores de Mallorca, seg��n la leyenda que ensalzaba su celo en pro de la fe. Despu��s de todos estos se?ores negros, de gesto imponente y ojos duros, ven��a el desfile de pelucas blancas, de rostros ani?ados por la rasura, de vistosas casacas de seda y oro adornadas con bandas y condecoraciones. Eran regidores perpetuos de la ciudad de Palma; marqueses cuyo marquesado hab��a perdido la familia con los entronques matrimoniales, yendo sus t��tulos a fundirse con otros de la nobleza de la Pen��nsula; gobernadores, capitanes generales y virreyes de pa��ses americanos y oce��nicos, cuyos nombres despertaban una visi��n de fant��sticas riquezas; entusiastas botiflers partidarios de Felipe V, que hab��an tenido que huir de Mallorca, apoyo postrero de los Austrias, y ostentaban como supremo t��tulo nobiliario el apodo de butifarras dado por el populacho hostil.
Cerrando el glorioso desfile, casi a ras de los muebles, estaban los ��ltimos Febrer de principios del siglo XIX, oficiales de la Armada, de cortas patillas, rizos sobre la frente, alto cuello con anclas de oro y negro corbat��n, que hab��an peleado en el cabo de San Vicente y en Trafalgar; y tras ellos el bisabuelo de Jaime, un viejo de ojos duros y boca desde?osa, que al volver Fernando VII de su cautiverio en Francia se hab��a embarcado para prosternarse a sus pies en Valencia, pidiendo con otros grandes se?ores que restableciese los usos antiguos y exterminase la naciente plaga del liberalismo. Era un patriarca prol��fico, que hab��a prodigado su sangre en varios distritos de la isla persiguiendo a las payesas, sin perder nada de su gravedad, y al dar a besar la mano a algunos de los hijos leg��timos que viv��an en su casa y llevaban su apellido, dec��a con voz solemne: ??Dios te haga un buen inquisidor!?
Entre estos retratos de los Febrer ilustres ve��anse algunos de mujeres. Eran se?oras con hinchados guardainfantes que llenaban todo el lienzo, iguales a las damas pintadas por Vel��zquez. Una que emerg��a su busto fr��gil de la campana de terciopelo floreado de sus faldas, con cara puntiaguda y p��lida y un lazo descolorido en las rizadas y cortas melenillas, era la hembra notable de la familia, la que hab��an apodado ?la Greca? por su sabidur��a en letras hel��nicas. Su t��o, fray Espiridi��n Febrer, prior de Santo Domingo, gran lumbrera de la ��poca, hab��a sido su maestro, y ?la Greca? pod��a escribir en su idioma a los corresponsales de Oriente que a��n manten��an con Mallorca un mortecino comercio.
Jaime encontraba con su vista algunos lienzos m��s all��--distancia que representaba el paso de un
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 125
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.