Los favores del mundo | Page 7

Juan Ruiz de Alarcón
Barry que se propone desarrollar una sola intriga, huyendo de la confusi��n de asuntos, y que "no sin cierta dificultad" la lleva a t��rmino. Esto paga a la debilidad de los recursos dram��ticos de su tiempo. Algo de aquel disgusto por lo convencional que su "Don Domingo de don Blas" lleva a las cosas de la vida, anima a Alarc��n en la esfera del arte. Y La verdad sospechosa, su obra m��s caracter��stica, verdadero compendio de su teatro, ?no podr��a tambi��n interpretarse como una iron��a inconsciente de los procedimientos teatrales en boga? Su final es fr��o y desconsolador: Corneille no se atrevi�� a conservarlo en su adaptaci��n francesa (Le Menteur), anulando el sentido que la comedia tiene hoy para nosotros. Como en un cuento del humorista norteamericano Mark Twain, la acci��n procede de una en otra mixtificaci��n, hasta que el h��roe tropieza contra un verdadero muro infranqueable. Lo ordinario es que en el teatro espa?ol los h��roes se abran paso de cualquier modo; pero en La verdad sospechosa--si no para Alarc��n, s�� para sus lectores modernos--las leyes del orden, las fuerzas de la raz��n se vengan: "La mano doy, pues es fuerza", dice Don Garc��a, y ��ste es el resultado m��s l��gico de su trama de embustes.
[Nota 6: Los favores del mundo, acto II, escenas 1 y 2, y La Verdad sospechosa.]
[Nota 7: Amar por se?as, acto I, escena I.]
ALFONSO REYES
(Pr��logo a la edici��n de La verdad sospechosa y Las paredes oyen en los Cl��sicos Castellanos de La Lectura, Madrid, 1918)
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ALARCON EL CORCOVADO
Entre las fisonom��as literarias espa?olas que el tiempo y la investigaci��n erudita han ido aclarando y definiendo, pocas m��s afortunadas que la de Don Juan Ruiz de Alarc��n. De una parte, ha contribu��do a ello su relativa sobriedad en el producir. S��lo veintitantas comedias tenemos de su mano. Ante la inagotable vena de otros contempor��neos suyos, de Tirso, por ejemplo, para no hablar de Lope, a quien nadie quiz�� ley�� nunca por entero, esta continencia de Alarc��n es ya, por s�� sola, harto caracter��stica. De otra parte, el hecho de haber nacido en el mundo colonial le ha valido a Alarc��n buen n��mero de aficionados y devotos en las nuevas generaciones de aquellos pa��ses, que hoy entran con marcha segura en los nuevos m��todos hist��ricoliterarios, ganosas de escudri?ar cuanto haya de grande y de bello en su pasado pr��ximo. Despu��s del trabajo respetable de Don Luis Fern��ndez Guerra, ya anticuado, y de las aportaciones de P��rez Pastor y Rodr��guez Mar��n,--sin contar algunas sugestiones de Men��ndez y Pelayo, felic��simas y muy luminosas, con estar hechas de pasada,--los estudios alarconianos han tomado nuevo impulso en Am��rica, merced a las rebuscas eruditas de Don Nicol��s Rangel, y sobre todo a la honda labor de Don Pedro Henr��quez Ure?a. Ahora en Madrid salen simult��neamente dos vol��menes de Alarc��n, uno con dos comedias, en la colecci��n de Cl��sicos castellanos, y otro de P��ginas escogidas, en la Biblioteca Calleja, ambos por diligencia de Don Alfonso Reyes, que los ha ilustrado con importante labor cr��tica en pr��logos y anotaciones.
Resumen estos libros todo lo hecho hasta aqu�� en el estudio de Alarc��n, tanto en investigaciones documentales como en interpretaci��n est��tica; hay, adem��s, en ellos cuanto podr��a esperarse, conocidas la seriedad y cultura del literato que los ha dado a la imprenta. La ciencia literaria, la seguridad del gusto, la novedad expositiva, tan rica en alusiones y puntos de vista, con que los papeles cr��ticos que avaloran la fidelidad de los textos est��n trazados, son dignos de incondicional encomio. A estos libros tendr�� que acudir en adelante todo el que se interese por el autor de La verdad sospechosa.
Podemos ver aqu�� c��mo es Alarc��n. Las burlas de que fu�� objeto por parte de sus contempor��neos han llegado hasta nosotros, m��s todav��a que sus comedias, casi nunca representadas en tiempos recientes. Son ��stas, al lado de las de Lope, ruidosas, gallardas, empenachadas, o de la insinuante agudeza de las de Tirso, modelos de reposo y de discreci��n; en ellas la raz��n se impone y la fantas��a se somete. Acaso la poes��a tambi��n: es raro, en Alarc��n, el transporte l��rico, tan frecuente en los dram��ticos de su tiempo. Las escasas obras no teatrales que de ��l nos quedan son versos de circunstancias, sin m��rito alguno. Es el hombre de teatro, sin cari?o por las dem��s formas literarias; y aun sus comedias parece que las consider�� como virtuosos efectos de la necesidad, para entretener la espera de los cargos que pretend��a. Logrados sus anhelos, casi se aparta del teatro. Desde 1626 ya es persona importante: relator interino primero, propietario despu��s, en el Consejo de Indias. Cuando publica sus comedias, en 1628 y en 1634, la vida literaria es cosa pasada para ��l.
Los epigramas que le dispararon sus ��mulos, reunidos en antolog��a, pueden caracterizar el Parnaso de
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