independiente. Y, en uno y otro caso, da una nota sobria, y le distingue una desconfianza general de los convencionalismos acostumbrados, un apego a las cosas de valor cotidiano, que es de una profunda modernidad, y hasta una escasez de vuelos l��ricos, provechosamente compensada por ese tono "conversable y discreto" tan adecuado para el teatro. Nota Pedro Henr��quez Ure?a que es Alarc��n un temperamento en sordina, preciosa anomal��a de un siglo ruidoso; y Men��ndez Pelayo escribe: "Su gloria principal ser�� siempre la de haber sido el cl��sico de un teatro rom��ntico, sin quebrantar la f��rmula de aquel teatro ni amenguar los derechos de la imaginaci��n en aras de una preceptiva estrecha o de un dogmatismo ��tico; la de haber encontrado, por instinto o por estudio, aquel punto cuasi imperceptible en que la emoci��n moral llega a ser fuente de emoci��n est��tica..."
Complej��sima debi�� ser la elaboraci��n de esta psicolog��a refinada. Un claro sentimiento de la dignidad humana parece ser su ��ltimo fondo, y a medida que del yo ��ntimo avanzamos hacia sus manifestaciones sociales y est��ticas, vamos encontrando, como otras tantas atm��sferas espirituales, un viril amor de la sinceridad, que nunca desciende a la crudeza; un gran entusiasmo por la raz��n, que quisiera instaurar sobre la tierra el r��gimen de la inteligencia, y siempre dedicado a mostrarnos el desconcierto de las existencias que gravitan fuera de esta ley superior; cierto orgullo caballeresco del nombre y la prosapia, por afici��n al mayor decoro de la vida, como una nueva dignidad que sirve de m��scara a la dignidad interior; el gusto de la cortes��a y el cultivo de las buenas formas, freno perpetuo de la brutalidad, que hace vivir a los hombres en un delicado sobresalto; el disgusto de la rutina y los convencionalismos de su arte, pero sin consentirse--por el culto de la moderaci��n--estallidos revolucionarios; una elegancia epigram��tica en sus palabras, y en sus retratos un objetivismo discreto; una actitud de cavilaci��n ante la vida, ocasionada tal vez por su desgracia y defectos personales, y hasta por cierta condici��n de extranjero, que todos se encargaban de recordarle; finalmente, una apelaci��n a todas las fuerzas organizadoras de que el hombre dispone, una fe perenne en la armon��a, un ansia de mayor cordialidad humana, que imponen a su vida y a su obra un sello de candidez.
Entre la revuelta jaur��a literaria, burlado y herido, Ruiz de Alarc��n no se convence de que la naturaleza humana sea fundamentalmente mala, y busca por todos los medios una convicci��n externa, objetiva. Satisfecho de su fama po��tica, reclama, con decente naturalidad, su parte en las comodidades del mundo, y entonces aspira a ser un buen ministro. Dudamos de que haya sido feliz; nada sabemos de su hogar, e ignoramos qui��n era Angela Cervantes. Pero ?noble amor el de la fama! ��l cuida al poeta como un verdadero demonio familiar y, descontando las penalidades presentes, le permite proyectar a trav��s del tiempo la imagen m��s pura de s�� mismo, y la m��s feliz. El arte es tambi��n desquite de la vida, y bienaventurado el que puede alzar la estatua de su alma con los despojos de esta realidad que todos los d��as nos asalta.
Una mesurada protesta contra Lope.--No s��lo por su posici��n cr��tica ante algunas convenciones del teatro, como la conducta de sus graciosos, que--dice Barry--, a pesar de Lope y de la antig��edad, no son siempre bribones, ni siempre se casan necesariamente al tiempo que sus amos[6]. De esta rutina, que da por momentos a la comedia cierto aire de danza ritual, a trav��s de las situaciones sim��tricas y contrarias de amos y criados, ya se burlaba Quevedo en la "Prem��tica" inserta en El Busc��n; tambi��n Tirso de Molina censura la intimidad inveros��mil entre el amo y el criado[7]. Ni siquiera pararon siempre en casamiento las comedias de Alarc��n, aunque no sea ��nico en esto. No era su teatro un teatro de fantas��a y diversi��n como el de Tirso, sino de realismo y pintura de caracteres. Pero nada de esto le es privativo, aunque todo ello concurra a darle relieve distinto. Sino que en Lope, en el tipo fundamental de la comedia espa?ola, la invenci��n lo es todo, y aquella r��faga avasalladora de acci��n deshace hasta la psicolog��a, y si no arrasa tambi��n la ��tica (yo creo que muchas veces la arrasa), es porque el sentido moral se salva prendido provisionalmente a las nociones mec��nicas del "honor". Alarc��n, en cambio, procura que su acci��n tenga una verdad interna y, como no puede menos de valerse de convenciones, hace disertar a sus personajes--tal sucede en La verdad sospechosa--, para que se demuestren a s�� mismos, por decirlo as��, la verosimilitud de la acci��n en que est��n comprometidos; y, de tiempo en tiempo, pone en sus labios res��menes de los episodios que nos permitan apreciar su sentido. Por eso dec��a
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