Los favores del mundo | Page 5

Juan Ruiz de Alarcón
Conquista. La raza triunfante viv��a de la raza postrada, y todo criollo, por el hecho mismo de serlo, estaba acostumbrado a portarse como se?or. Pronto la sociedad cobra un tinte de reposada aristocracia, que contrasta vivamente con el ��mpetu aventurero del espa?ol reci��n venido. Mientras las Indias son para el peninsular algo como un revuelto para��so de lucro y de placer, el nativo de ellas las tiene por tierra de natural nobleza.
Don Juan heredaba, pues, con su nombre, las preocupaciones de una nobleza a?eja y legitima, y el orgullo delicado del criollo espa?ol bien quisto, pariente y amigo de virreyes. Siempre le hab��a de envanecer este timbre, y m��s tarde, hab��a de atraerle las burlas de los desenfrenados ingenios de Madrid. Por toda su obra se nota el rastro que dej�� en su esp��ritu el trato de la sociedad colonial y el recuerdo de su vida aristocr��tica.
Para los tiempos de Alarc��n--y aun medio siglo antes, cuando la describe Francisco Cervantes de Salazar en sus Di��logos latinos--ya ten��a la ciudad de M��xico ese aspecto monumental que, en continuada tradici��n, hab��a de hacer de ella la m��s hermosa ciudad del Nuevo Mundo. M��s tarde, como todos los mexicanos saben, Alejandro de Humboldt la llamar��a la ciudad de los palacios[3]. A trav��s de su comba lente de poeta, Bernardo de Valbuena nos la hace ver en 1603 revestida de extraordinaria belleza.
[Nota 3: V. sobre la arquitectura de M��xico la obra de Sylvester Baxter, Spanish-Colonial Architecture in Mexico. Boston, 1901, y la util��sima de Federico E. Mariscal, La patria y la arquitectura nacional, M��xico, 1915.]
La Universidad de M��xico fu�� fundada a mediados del siglo XVI, con todos los privilegios y pompas de la salmantina; y ampliando poco a poco su plan, lleg�� a ser una buena copia da su modelo. En tiempos de Alarc��n, conquistada la parte mejor de la tierra, la carrera de las letras comenzaba a ser m��s deseable que las de las armas para los hijos de buena familia que aspiraban a los cargos del Estado.
De Espa?a hab��an ido a servir a la nueva Universidad varones tan doctos como el mismo Cervantes de Salazar, el jurista Bartolom�� Fr��as de Albornoz, celebrado por el Brocense, y el fil��sofo aristot��lico Fray Alonso de la Veracruz, grande amigo de Fray Luis de Le��n. Y ya las amplias posibilidades de la vida mexicana hab��an atra��do a poetas y literatos como Gutierre de Cetina, Juan de la Cueva, Eugenio Salazar de Alarc��n, sin contar la multitud de cronistas que acud��an a relatar las que entonces se llamaban "haza?as de la Iglesia". Poco despu��s, durante la juventud de Alarc��n, fueron a M��xico Luis de Belmonte, Diego Mej��a, Mateo Alem��n. Y buen testimonio de la cultura propia de M��xico dan los poetas como Francisco de Terrazas y Antonio de Saavedra Guzm��n. Berist��in, en su Bibliograf��a (1816-21), cita m��s de cien literatos s��lo en el siglo XVI, y Fern��n Gonz��lez de Eslava, en uno de sus Coloquios espirituales (1610) hace decir a Do?a Murmuraci��n desenfadadamente que "hay m��s poetas que esti��rcol". Gonz��lez de Eslava--no se sabe si de extracci��n espa?ola--es ya un poeta de educaci��n mexicana, como asimismo lo fu�� Bernardo de Valbuena.
La imprenta, cuya actividad comenzara desde 1539, hab��a ya tenido tiempo de hacer cerca de doscientas publicaciones para fines del siglo [4].
[Nota 4:--J. Garc��a Icazbalceta, Bibliograf��a Mexicana del siglo XVI, M��xico, 1886, y Jos�� Toribio Medina, La Imprenta en M��xico, Santiago de Chile, 1907-12.]
El teatro, finalmente, inaugurado por los misioneros para objetos de catequismo, se desarroll�� de tal manera, que ya por 1597 ten��a edificio propio en la casa de comedias de don Francisco de Le��n. Poco despu��s, al decir de Valbuena, hubo "fiesta y comedias nuevas cada d��a"[5].
[Nota 5: J. Garc��a Icazbalceta, pr��logo de los Coloquios Espirituales y Sacramentales, de Fern��n Gonz��lez de Eslava, M��xico, 1887; Luis Gonz��lez Obreg��n, M��xico Viejo, 1521-1821, M��xico, 1900; diversas ediciones de autos mexicanos hechas por F. del Paso y Troncoso; y F. A, de Icaza, Or��genes del teatro en M��xico, Bolet��n de la Real Academia Espa?ola, 1915, II, 57-76.]
As�� pues, cuando don Juan Ruiz de Alarc��n--acabados en aquella Universidad los estudios de Artes y casi todos los de C��nones,--se embarc�� para la vieja Espa?a en 1600, con ��nimo de continuar su carrera en la famosa Salamanca, hab��a ya vivido en un ambiente de sello inconfundible y propio los veinte primeros a?os de la vida, que es cuando se labran para siempre los rasgos de toda psicolog��a normal.
ALFONSO REYES
(Pr��logo a la edici��n Calleja de P��ginas escogidas de Alarc��n, Madrid, 1918).
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LA OBRA DE ALARCON
Representa la obra de Alarc��n una mesurada protesta contra Lope, dentro, sin embargo, de las grandes l��neas que ��ste impuso al teatro espa?ol. A veces sigue muy de cerca al maestro, pero en otras logra manifestar su temperamento de moralista pr��ctico de un modo m��s
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