Los favores del mundo | Page 4

Juan Ruiz de Alarcón
normal e íntimo, con menos aparato de
conflicto, de excepción y de prueba. El propósito moral y el
temperamento meditativo de Alarcón iluminan con pálida luz y tiñen de
gris melancólico este mundo estético, dibujado con líneas claras y
firmes, más regular y más sereno que el de los dramaturgos españoles,
pero sin sus riquezas de color y forma.
Todas estas cualidades, que en parte se derivan de su propio genio,
original e irreducible, en parte de su experiencia de la vida, y en parte
de su nacionalidad y educación mexicanas, todas ellas, colocadas
dentro del marco de la tradición literaria española, hacen de Alarcón,
como magistralmente dijo Menéndez y Pelayo, "el clásico de un teatro
romántico, sin quebrantar la fórmula de aquel teatro ni amenguar los
derechos de la imaginación en aras de una preceptiva estrecha o de un
dogmatismo ético"; dramaturgo que encontró "por instinto o por
estudio aquel punto cuasi imperceptible en que la emoción moral llega
a ser fuente de emoción estética, y, sin aparato pedagógico, a la vez que
conmueve el alma y enciende la fantasía, adoctrina el entendimiento
como en escuela de virtud, generosidad y cortesía."
Hay en su obra ensayos que no pertenecen al tipo de comedia que
desarrolló y perfeccionó. De ellos, el mas importante es El tejedor de
Segovia, brillante drama novelesco, de extravagante asunto romántico,
pero a través del cual se descubre la musa propia de Alarcón,
predicando contra la matanza y definiendo la suprema nobleza. Ni debe
olvidarse El Anticristo, tragedia religiosa inferior a las de Calderón y
Tirso; de argumento a ratos monstruoso; pero donde sobresale, por sus
actitudes hieráticas, la figura de Sofía, y donde se encuentran pasajes de
los más elocuentes de su autor, de los que más se acercan al tono lírico:
así el que comienza: "Babilonia, Babilonia"...

* * * * *
Tiene la comedia dos grandes tradiciones, que suelen llamarse,
recortando el sentido de las palabras, romántica y clásica, o poética y
realista. Ambas reconocen como base necesaria la creación de vida
estética, de personajes activos y situaciones ingeniosas; pero la primera
se entrega desinteresadamente a la imaginación, a la alegría de vivir, a
las emociones amables, al deseo de ideales sencillos, y confina a veces
con el idilio y con la utopía, como en Las aves de Aristófanes y La
tempestad de Shakespeare: la segunda quiere ser espejo de la vida
social y crítica en acción de las costumbres, se ciñe a la observación
exacta de hábitos y caracteres, y a menudo se aproxima a la tarea del
moralista psicólogo, como Teofrasto o Montaigne. De la primera han
gustado genios mayores: Aristófanes y Shakespeare, Lope y Tirso. Los
representantes de la segunda son artistas limitados, pero admirables
señores de su dominio, cultores delicados y perfectos. De su tradición
es patriarca Menandro: a ella pertenecen Plauto y Terencio, Ben Jonson,
Moliere y su numerosa secuela. Alarcón es su representante de genio en
la literatura española,--muy por encima de Moratín y su grupo,--y
México debe contar como blasón propio haber dado bases, con
elementos de carácter nacional, a la constitución de esa personalidad
singular y egregia.
PEDRO HENRIQUEZ UREÑA
(Don Juan Ruiz de Alarcón, conferencia de 1913).
* * * * *

EL MEXICO DE ALARCON
Hacia 1581 nació--en la ciudad de México--Don Juan Ruiz de Alarcón
y Mendoza. Por su padre, Pedro Ruiz de Alarcón, descendía de una
noble familia de Cuenca, y por su madre, doña Leonor de Mendoza,
estaba emparentado con lo más ilustre de España. Su abuelo materno,
Hernando de Mendoza, se había establecido en la Nueva España, tal

vez buscando la protección del primer virrey, el benemérito Don
Antonio de Mendoza, que era su pariente. A la nobleza de su nombre
en España, unía la familia el título de ser una de las más antiguas de la
colonia. Don Pedro, el padre del poeta, figura como minero del Real de
Taxco, población del actual Estado de Guerrero, al Sur de la ciudad de
México, que los viejos libros describen como famosa por sus ricos
metales, y "siempre apreciable por la benignidad de su temperamento,
por lo sereno y apacible de su cielo, por la bondad de sus aguas"[1].
Decaída de su antiguo esplendor hacia fines del siglo XVIII, conserva
todavía hermosos templos y casas señoriales que se destacan sobre el
paisaje de líneas puras y el dibujo fino de la serranía[2]. Los
conquistadores habían acudido a Taxco atraídos por la fama de que sus
minas pagaban al emperador Moctezuma el vasallaje en ladrillos de
oro.
[Nota 1: José Antonio Jiménez y Frías, El Fénix de los mineros ricos de
la América. México, 1779.]
[Nota 2:--A. Peñafiel, Ciudades coloniales y capitales de la República
mexicana, Estado de Guerrero, México, 1908.--La arquitectura en
México, Iglesias, por Genaro García y Antonio Cortés. México.
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