para librarla de su triste esclavitud. Me temo que vuestra debilidad y vuestra imprevisión van a ser causa de una gran desgracia.
--?Qué infundado es vuestro reproche, Catalina! No transcurre un minuto que yo no tenga presente el fin sagrado que me he propuesto.
--Lo creo, pero desde hace algunas semanas os negáis a hacer sacrificios para conseguirlo. Habéis tratado al se?or Mathys con una frialdad tan altanera que ha acabado por declarar su intención de alejaros del castillo ma?ana mismo.
--?Dios mío!--exclamó la viuda con voz ahogada--. ?Verme separada quizás para siempre de mi desgraciada hija! Y no sé nada aún; nada, sino que no tengo derechos para hacer reconocer mis derechos maternos.
--Tened paciencia, Marta, todo depende de vuestra voluntad y resolución de espíritu: se os deja el derecho de elegir; estáis llamada a decidir vos misma vuestra suerte. Sí, sí, conocéis hasta qué punto puede y debe extenderse el sacrificio de una madre; pronto vais a saberlo, porque contáis para ello con un medio infalible. Si vaciláis, si llega a faltaros la energía necesaria, ma?ana os veréis lejos de Orsdael y vuestra hija seguirá siendo la víctima de la se?ora Bruinsteen, hasta que una muerte prematura o una enajenación mental corone la maldad de sus verdugos.
--?Por Dios, tenedme lástima, Catalina; hablad claramente! ?Por qué me torturáis así?
--Es necesario, Marta; tenéis que comprender que la menor debilidad puede volverse un crimen, y que vuestra respuesta va a decidir como un fallo supremo respecto de la vida de vuestra hija y de vuestra felicidad misma.
Dicho esto, tomó la mano de su amiga y agregó con tierna compasión:
--Tened valor y escuchadme con calma... El se?or Mathys quiere hacer para con vos una tentativa solemne y decisiva. Ma?ana os propondrá... os preguntará si queréis ser su mujer. No lo rechacéis.
--La mujer de Mathys--exclamó la viuda con extrema palidez en las mejillas--. ?Yo la mujer de ese hombre vulgar y bajo?
--Os equivocáis respecto al sentido de mis palabras--interrumpió la campesina--. No digo que debéis ser la esposa de ese hombre despreciable. Aceptad su proposición en apariencia. Hay cien medios para retroceder después. Mientras tanto, como prometida de Mathys, tendréis el derecho de interrogarle sobre su vida pasada, y, si sois hábil, el descubrimiento del secreto no podrá escaparos. La felicidad de vuestra hija es el precio de vuestro sacrificio. ?No encontraréis en vuestro corazón de madre la fuerza necesaria para conquistarla? Vamos, querida Marta, tranquilizadme; decidme que también soportaréis con valor esta última prueba. ?Cómo no me respondéis?
--?Oh, dejadme llorar!--dijo Marta sollozando--; las lágrimas calmarán un poco mi angustia y disiparán el aturdimiento de la cabeza.
--Por amor de Dios, Marta, no perdamos tiempo. Pueden sorprendernos a cada instante e interrumpirnos en nuestra conversación. La suerte de vuestra hija está en vuestras manos, tened piedad de ella. Decidid: ?será Laura libre y feliz, o estará condenada a una muerte lenta? ?Hablad, libradme del miedo que os hace temblar!
Marta respondió con una sonrisa penosa.
--?Hacerle creer que consiento en ser su mujer? Eso es hoy lo que se exige de mí. Pues bien, si creéis que esa palabra puede salvar a mi hija, la pronunciaré. Orad, Catalina, para que mi valor sea más fuerte que mi desprecio, que mi indignación.
--Gracias, gracias; hice mal en dudar de vuestra fuerza de voluntad.
--?Chito! No habléis más, oigo un ruido tras de las plantas--interrumpió Marta.
Se pusieron a escuchar en silencio; era el jardinero que pasaba por el sendero cargado con un haz de largas ramas que rozaban con el follaje. Pasó sin reparar, aparentemente al menos, en las dos mujeres. Dirigió, sin embargo, una mirada de soslayo a la se?orita, y se encogió de hombros con una expresión medio irónica, medio compasiva, viéndola sentada en el banco con la cabeza gacha, como una verdadera loca.
--Escuchad, querida Marta--prosiguió Catalina--, preparaos para recibir la declaración de amor del intendente; en esa solemne entrevista no dejará de demostraros una exaltación de afecto. Si lo rechazáis con una frialdad visible, se convencerá de que le odiáis, y llevará a cabo su primera resolución.
--No, Catalina, me dominaré para hacerle creer que le escucho con toda gratitud.
--Eso no basta, porque él se imagina que lo amáis.
--?Qué insolente!--interrumpió el aya--. ?Amar a ese monstruo! Así que lo veo, mi corazón se oprime, y la indignación me embarga.
--Ya lo sé, tendréis que fingir lo contrario y si os obliga a semejante confesión decidle claramente que lo amáis. ?Os espanta esta idea? ?Tembláis como una ca?a? ?Es tan grande la adversión que os inspira Mathys?...
--Un horror que no puedo expresaros, Catalina. Oídme y juzgad. La semana pasada castigó tan cruelmente a mi pobre Laura, que durante varios días le quedaron las marcas en el cuerpo, los rastros de su crueldad. ?El miserable marcó sus u?as en las mejillas de mi hija! ?Y puedo decirle que le amo? ?Quién sería capaz de violentar
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