La Niña de Luzmela | Page 3

Concha Espina
y la acarició tiernamente.
--Son bromas del padrino, Carmen; anda, corre a jugar.
Se fué con su paso majestuoso y su aire noble de madona.
Desde el umbral de la puerta se volvió a sonreirles, segura de que ellos
estaban mirándola, en espera de aquella gracia suya.
Reinó en el salón un breve silencio, y, con otro suspiro doliente,
murmuró don Manuel:
--Por ella, por ella lo siento, sobre todo.
--Por Dios, deseche usted esa idea....
Pero él, obediente a su pensamiento, concluyó:
--Y por ti también, Salvador.
El mozo tragó la saliva con alguna dificultad, y balbució unas,
entrecortadas frases de consuelo; estaba emocionado y torpe.
Le miró el enfermo con cariño, y tomándole las manos cordialmente, le
dijo:
--Vamos, hay que ser hombres de veras; yo he andado, hijo mío,
temerosos caminos sin temblar, y es preciso que no me acobarde en el
anhelo de este último que voy a emprender. Tú debes ayudarme, y en ti

confío; te necesito, Salvador; ¿estás pronto, hijo, a valerme?
--¿Yo, señor?... Yo siempre estoy pronto a lo que usted mande. ¿Acaso
mi vida no le pertenece a usted?
--¡Oh, muchacho, qué cosas dices! Tu vida le pertenece a la humanidad,
a la ciencia; le pertenece a la juventud, a la dicha.... Tú vienes ahora,
Salvador, yo me voy; me voy temprano.... ¡he vivido tan de prisa! He
amado mucho, he sufrido mucho, y también he gozado, que no es esta
hora de mentir, ni siquiera de disimular.... Y mira, no creas que yo he
sido tan malo como dicen.... Anduve por el mundo locamente y pequé y
caí veces innumerables; pero otras veces, ¡también muchas!, levanté a
los caídos en mis brazos, prodigué a los tristes mi corazón y mi
fortuna..., fuí piadoso y noble....
Callaba Salvador entristecido y confuso. Don Manuel miraba
vagamente una nubecilla blanca que se deshacía en jirones leves, sobre
el fondo gris de un cielo huraño.
Volvióse hacia el joven, y le dijo de pronto:--¿Sabes que ayer estuvo
aquí el notario de Villazón?
El muchacho interrogó perplejo:
--¿Estuvo?
--Sí; yo le había mandado decir que deseaba verle. Hablamos un largo
rato y convinimos en que mañana volvería para recibir mis últimas
disposiciones.
Salvador se agitó en su silla protestando:
--Pero, Dios mío, acabará usted por matarse con esa ansiedad.
--Al contrario; estos preparativos me tranquilizan; hallaré reposo y
bienestar en arreglar todas mis cuentas, y para que, después de realizar
estos propósitos, tenga descanso mi corazón, es preciso que tú me
hagas una solemne promesa.

--Por hecha la puede usted contar.
--Tú quieres mucho a Carmen, ¿no es cierto?
--Cierto es que la quiero mucho.
Se enderezó el de Luzmela conmovido y le blanqueó intensamente la
faz cetrina.
--Oye bien, Salvador...: voy a dejar sola en el mundo a Carmen, y
Carmen es mi hija; tiene apenas trece años la inocente, y quedará en la
vida sin sombra y sin nombre....
Se apagó tremulante la voz del solariego; Salvador, inmutado por la
gravedad de aquella revelación que tal vez esperaba, se atrevió a decir,
después de meditar:
--Si usted la reconoce....
Otra vez se alzó, como en sollozo contenido, la voz temblorosa.
--Pero estoy fatalmente condenado a no poder hacerlo.... Esta única flor
de mi existencia es el fruto de mi mayor pecado...: no hablemos de él,
que es irremediable; hablemos de ella, de la pobre flor sin sombra.
--¿No estoy aquí yo? ¿De nada podré servirle cuando tanto la quiero?
--Sí; sí que la servirás de mucho: esa es mi esperanza....
--Pues ordene usted, señor.
--Si tú fueras también mi hijo, yo te la confiaría descansadamente.
Estaba Salvador anhelante, mirando al enfermo, que continuó con su
voz grave y triste:
--Pero no lo eres, no; yo te lo juro.... Por ahí se ha dicho que sí...; ¡se
dicen tantas cosas! Yo he oído el rumor de esta calumnia rondando en
torno mío, y la he dejado crecer a intento, porque si esta mentira ponía

una mancha más en mi reputación, ponía en cambio un poco de
prestigio en tu juventud abandonada. Si eras hijo del señor de Luzmela
tenías porvenir, y tenías un puesto en la vida...; pero no lo eres, no....
Estaba Salvador trémulo; tenía el semblante demudado y una expresión
desolada en los ojos. Veía quebrarse en pedazos su más cara ilusión.
Era bueno; pero era hombre y había sentido siempre atenuada la
ignominia de su madre, creyendo culpable de ella al noble señor del
valle, don Manuel de la Torre y Roldán. He aquí que don Manuel era
inocente de la deshonra que le hizo nacer, y que Salvador, herido en su
orgullo, veía el nombre de su madre hundirse en la infamia, como si
hasta aquel momento hubiera estado solamente empañado de un leve
rubor.
--Entonces, mi padre... murmuró temblando.
--Piensa sólo en tu
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