la barbarie. Yo
soy aquí cura y maestro de escuela, y médico y consejero municipal.
Dedicadas estas pobres gentes a la agricultura y a la ganadería, sólo
conocían los principios que una rutina ignorante les había trasmitido, y
que no era bastante para sacarlos de la indigencia en que
necesariamente debían vivir, porque el terreno por su clima es ingrato,
y por su situación lejos de los grandes mercados no les produce lo que
era de desear. Yo les he dado nuevas ideas, que se han puesto en
práctica con gran provecho, y el pueblo va saliendo poco a poco de su
antigua postración. Las costumbres, ya de suyo inocentes, se han
mejorado; hemos fundado escuelas, que no había, para niños y para
adultos; se ha introducido el cultivo de algunas artes mecánicas, y
puedo asegurar a Vd., que sin la guerra que ha asolado toda la comarca,
y que aun la amenaza por algún tiempo, si el cielo no se apiada de
nosotros, mi humilde pueblecito llegará a disfrutar de un bienestar que
antes se creía imposible.
En cuanto a mí, señor, vivo feliz, cuanto puede serlo un hombre, en
medio de gentes que me aman como a un hermano; me creo muy
recompensado de mis pobres trabajos con su cariño, y tengo la
conciencia de no serles gravoso, porque vivo de mi trabajo, no como
cura, sino como cultivador y artesano; tengo poquísimas necesidades y
Dios provee a ellas con lo que me producen mis afanes. Sin embargo,
sería ingrato si no reconociese el favor que me hacen mis feligreses en
auxiliar mi pobreza con donativos de semillas y de otros efectos que,
sin embargo, procuro que ni sean frecuentes ni costosos, para no
causarles con ellos un gravamen que justamente he querido evitar,
suprimiendo las obvenciones parroquiales, usadas generalmente.
--¿De manera, señor cura,--le pregunté,--que Vd. no recibe dinero por
bautizos, casamientos, misas y entierros?
--No, señor, no recibo nada, como va Vd. a saberlo de boca de los
mismos habitantes. Yo tengo mis ideas, que ciertamente no son las
generales; pero que practico religiosamente.... Si conozco que un
sacerdote que se consagra a la cura de almas debe vivir de algo,
considero también que puede vivir sin exigir nada, y contentándose con
esperar que la generosidad de los fieles venga en auxilio de sus
necesidades. Así creo que lo quiso Jesucristo, y así vivió él; ¿por qué,
pues, sus apóstoles no habían de contentarse con imitar a su Maestro,
dándose por muy felices de poder decir que son tan ricos como él?
Y no pude contenerme al oir esto; y deteniendo mi caballo, quitándome
el sombrero, y no ocultando mi emoción que llegaba hasta las lágrimas,
alargué una mano al buen cura, y le dije:
--Venga esa mano, señor, Vd. no es un fraile, sino un apóstol de Jesús....
Me ha ensanchado Vd. el corazón; me ha hecho Vd. llorar.... Señor, le
diré a Vd. francamente y con mi rudeza militar y republicana, yo he
detestado desde mi juventud a los frailes y a los clérigos; les he hecho
la guerra; la estoy haciendo todavía en favor de la Reforma, porque he
creído que eran una peste; pero si todos ellos fuesen como Vd., señor,
¿quién sería el insensato que se atreviese, no digo a esgrimir su espada
contra ellos, pero ni aun a dejar de adorarlos? ¡Oh, señor! yo soy lo que
el clero llama un hereje, un impío, un _sansculote_; pero yo aquí digo a
Vd., en presencia de Dios, que respeto las verdaderas virtudes
cristianas.... Así, venero la religión de Jesucristo, como Vd. la practica,
es decir, como él la enseñó, y no como la practican en todas partes.
¡Bendita Navidad ésta que me reservaba la mayor dicha de mi vida, y
es el haber encontrado a un discípulo del sublime Misionero, cuya
venida al mundo se celebra hoy! Y yo venía triste, recordando las
Navidades pasadas en mi infancia y en mi juventud, y sintiéndome
desgraciado por verme en estas montañas solo con mis recuerdos! ¿Qué
valen aquellas fiestas de mi niñez, sólo gratas por la alegría tradicional
y por la presencia de la familia? ¿Qué valen los profanos regocijos de la
gran ciudad, que no dejan en el espíritu sino una pasajera impresión de
placer? ¿Qué vale todo eso en comparación de la inmensa dicha de
encontrar la virtud cristiana, la buena, la santa, la modesta, la práctica,
la fecunda en beneficios? Señor cura, permítame Vd. apearme y darle
un abrazo y protestarle que amo el cristianismo cuando lo encuentro tan
puro como en los primeros y hermosos días del Evangelio.
El cura se bajó también de su pobre caballejo, y me abrazó, llorando y
sorprendido de mi arranque de sincera franqueza. No podía hablar por
su emoción, y apenas pudo murmurar, al estrecharme
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